El intocable López Obrador

MARÍA DEL SOCORRO CASTAÑEDA DÍAZ

Finalmente, estamos ya a 100 días de haber iniciado la Cuarta Transformación. Sin duda, ha pasado ya un tiempo razonable en el que la ciudadanía poco a poco se ha ido acostumbrando al nuevo ritmo y sobre todo, a las nuevas formas que se dan en el gobierno. Ojalá todos tengamos presente que forma es fondo, para que vayamos viendo claro lo que nos espera en los próximos cinco años y nueve meses y nada de lo que pueda ocurrir nos tome por sorpresa.

Lo que es cierto es que, hasta ahora, francamente no ha quedado muy claro en qué pretende transformarnos el nuevo héroe de las mayorías, el intocable Andrés Manuel López Obrador, pero estamos en vías de comenzar a enterarnos, o al menos eso es lo deseable.

De antemano ofrezco una disculpa muy sentida para quienes siguen fielmente a AMLO. Conozco y aprecio a algunas personas que decidieron darle su voto de confianza. Muchas de ellas han confesado haberlo hecho porque en el momento no encontraron una mejor opción, y hasta han reconocido que en el Peje vieron “lo menos peor” para el país. El punto es que también un buen número de ellas empiezan a notar que algo está fallando y que no hay todavía, a 100 días de gobierno, un rumbo bien definido en el nuevo Gobierno Federal.

Por otra parte, todo parece indicar que la cantidad de partidarios del Peje en todo México no es cosa menor. De acuerdo con una reciente encuesta del diario de circulación nacional El Financiero[1], 78 por ciento de una muestra representativa de 1000 mexicanos aprueba la actual gestión a cuya cabeza está el de Macuspana. Dejando a un lado la potencial polémica por la validez de la investigación, los números dejan ver un fenómeno sin precedentes. No recuerdo, en mis casi 50 años de vida, haber escuchado siquiera por equivocación que un presidente contara con tanto apoyo popular. Será porque de Diaz Ordaz a Enrique Peña no había ni para dónde hacerse, o será que la llegada al poder de AMLO es resultado de una decisión popular nunca vista en la historia, pero el tema es que con todo y sus constantes equivocaciones, el presidente parece contar con el respaldo de una buena parte de los mexicanos.

Y sinceramente ese sí es un gran problema, porque con tanta simpatía popular, difícilmente habrá quien cuestione al presidente, y con todo respeto, aunque a sus seguidores no les guste, a estas alturas se vislumbra ya el inicio de un desastre que quién sabe cómo acabará. Y no es que de pronto me vuelva catastrofista, o que tenga en mis manos una bola de cristal. Mucho menos quiere decir que tengo la verdad en la mano y por supuesto, estoy dispuesta a tragarme mis palabras con mucho gusto si es que me estoy equivocando. En realidad, no creo que un solo mexicano que tenga una mente sana pueda siquiera por un momento esperar que le vaya mal al presidente. Sería una tendencia suicida que no viene al caso.

El problema es que, viendo la situación con extrema frialdad, hay algunos síntomas que muchos vemos y que no presagian nada bueno. Exactamente como cuando hace algunos años (siete, para ser exactos) alguien muy cercano y querido me dijo que su principal preocupación con la llegada de Enrique Peña Nieto al poder era la extrema avidez, la ambición ilimitada y las pocas luces del mexiquense y de quienes le rodeaban, que muy probablemente se encargarían de enriquecerse burdamente a como diera lugar, sin importar cómo dejaran al país. Sabias y proféticas palabras. Ahora todo indica que el riesgo no tiene que ver con una potencial necesidad de enriquecimiento del presidente en turno, sino más bien con una rara fijación por el poder, con una necedad sistemática y con una falta de visión que lo lleva a improvisar constantemente.

Entendámonos bien: tampoco hay que dar por sentado que nuestro gobernante es impoluto, pero podría incluso ser creíble que AMLO sea una persona bienintencionada que no tiene necesidad de hacerse rico haciendo un uso indebido de los recursos públicos. Podríamos hasta darle ese voto de confianza… si no fuera porque quedan en el aire muchas interrogantes acerca de su actuación como Jefe de Gobierno del Distrito Federal.

En abril de 2018, el periodista chileno Pablo Hiriart, director general de información política y social de El Financiero, publicó una columna intitulada “AMLO, el privilegio de engañar. (corrupción I y II)[2], que en dos entregas señalaba puntualmente muchas acciones en las que habría incurrido el entonces candidato, de quien Hiriart decía: “Ofrece […] eliminar la corrupción si gana la presidencia. Salvo que se haya convertido, lo suyo es una mentira porque no lo hizo cuando gobernó el Distrito Federal y lo convirtió en un barco de piratas”. En un ejemplo clarísimo de lo que el hoy presidente de México llamaría “prensa fifí”, es decir, prensa contraria a sus ideas, intereses y voluntades, la columna en mención señalaba también situaciones como la de su secretario particular, René Bejarano, quien cobró “millonadas en dólares para agilizar el pago de obras ya ejecutadas, a un contratista privado. Y lo dijo Bejarano con todas sus letras al momento de guardar los fajos: ‘lo sabe Andrés’”.

La columna refiere además lo declarado entonces por AMLO: “Yo soy honesto, respondo por mí y no por lo que hagan otros” y apunta algunos detalles que habría que tener presentes, no por echárselos en cara ahora que ya es presidente, faltaba más, sino más bien para que nadie se sienta sorprendido por lo que eventualmente puedan hacer “otros” que ahora están en la nueva administración federal: “[…] Desde su gobierno dejó correr las relaciones de sus funcionarios con los taxis piratas. Dejó correr la relación de las delegaciones (controladas por los suyos) con los giros negros y la prostitución. Se multiplicó el ambulantaje gracias a la complicidad de los funcionarios encargados de frenarlo. Dice que va a acabar con las mafias y en su gobierno las prohijó. Hasta a quienes estaban presos los extorsionaba su gobierno (no movió un dedo contra esa práctica)”.

El punto es que, sin lugar a duda, sus defensores incondicionales saldrán a decir que lo que menciona Hiriart es una mentira, y podrían, por ejemplo, argumentar que el triunfo de López Obrador durante las elecciones presidenciales en la Ciudad de México es una señal de que los ciudadanos quedaron contentos y satisfechos con su gestión.

Seguramente en este momento, cuando apenas han pasado 100 días de la tan llevada y traída Cuarta Transformación, pocos son los detractores del presidente, o al menos quienes salen a la calle a protestar son definitivamente pocos, si se observa la desangelada y casi ridícula manifestación que se realizó el domingo 10 de marzo en el monumento a la Independencia[3].  Y a propósito de protestas, sería interesante que alguien le dijera al presidente que ya dejó de tener “adversarios”. De acuerdo con la Real Academia Española, un adversario es una “persona contraria o enemiga”[4]. Cada mañana el presidente en su encuentro con la prensa habla al menos una vez de esos “adversarios” y sinceramente a estas alturas lo que menos le queda a una persona que se dice líder de todos y que pretende gobernar también a todos, es ver como enemigos a quienes no piensan como él.

En ese sentido, probablemente en el balance de sus 100 primeros días, el presidente bien podría considerar todos los insultos y descalificaciones que han salido de su boca hacia quienes no comparten su visión de México. La más reciente confrontación que no pudo ser más burda e incómoda fue su discurso contra el periódico de circulación nacional Reforma, a raíz de la protesta publicada por los requerimientos del Sistema de Administración Tributaria (SAT) a su director, Alejandro Junco de la Vega. El titular “Usan al SAT para intimidar a Reforma[5] fue suficiente motivo para que el presidente perdiera los estribos y apuntara su dedito acusador contra el mencionado diario, que, aseguró: “Es un periódico que surge en el gobierno de Salinas, que ha procurado no tocar a Salinas, que nunca cuestionó el saqueo neoliberal, que simuló que combatía la corrupción, señalando, acusando a funcionarios menores, a chivos expiatorios, que ayudó en el fraude electoral, ésas son nuestras diferencias con el Reforma, pero de ahí a que se le persiga”.

Confrontarse de tal manera con un medio de comunicación no es lo usual para ningún funcionario, mucho menos para un Jefe de Estado, y aunque en efecto nada de lo que se ha visto en el gobierno en 100 días es precisamente parte de lo usual, resulta simplemente lamentable ver ese intercambio de descalificaciones entre un presidente y el equipo de trabajo de un periódico, por la sencilla razón de que ambas partes deberían ocuparse de mejores cosas que de mostrar su mutua antipatía.

En resumen: uno de los principales problemas que ha sido fácil observar en los primeros 100 días del gobierno de López Obrador es la tendencia a enaltecer la figura del presidente, (sobre todo porque lo hace él mismo) y me atrevería a decir que, a este ritmo, dentro de poco comenzaremos a vivir dentro del dogma de la infalibilidad del Peje, así como alguna vez, en los tiempos de mayor esplendor de la Iglesia Católica, se respetó a pie juntillas el principio de la infalibilidad pontificia[6] . Y a propósito, resulta por demás curioso que, a través de su editorial en la publicación semanal Desde la fe, la Arquidiócesis de México, mencione que “a 100 días de que inició el gobierno de López Obrador ha prevalecido la confrontación con quienes piensan distinto a él”[7]. Es extraño el mensaje, sobre todo si consideramos que, en enero de este año, el mismo semanario publicó un texto de la no-primera dama, Beatriz Gutiérrez Müller[8], como si con ello buscara un acercamiento, al menos emocional con la nueva administración. Sin embargo, el texto es muy claro: “En estos 100 días hemos visto mucha confrontación entre el presidente y sectores que piensan distinto; hemos escuchado descalificaciones y se ha hecho más evidente y preocupante una polarización política y social que divide a actores que deberían trabajar juntos.”

A fin de cuentas, también en este espacio semanal, en los últimos 100 días se ha evidenciado esa lamentable situación. El resumen de esta Cuarta Transformación por el momento no es precisamente alegre, particularmente porque todo parece indicar que para el señor presidente es cada vez más válido el adagio “si no estás conmigo, estás contra mí” y eso, por desgracia, no conduce a acuerdos, no genera propuestas y, sobre todo, tiene una fuerte dosis de autoritarismo que en México nadie, esté de la parte que esté, quiere, desea, y mucho menos necesita.

[1] Disponible en https://www.elfinanciero.com.mx/nacional/a-100-dias-amlo-tiene-78-de-aprobacion

[2] Disponible en https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/pablo-hiriart/amlo-el-privilegio-de-enganar-corrupcion y en https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/pablo-hiriart/amlo-el-privilegio-de-enganar-corrupcion-ii

[3] Disponible en https://www.nacion321.com/ciudadanos/muchos-memes-y-poca-gente-por-la-marcha-antiamlo-en-la-cdmx

[4] Disponible en https://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=adversario

[5] Disponible en https://www.infobae.com/america/mexico/2019/03/08/lopez-obrador-trono-contra-reforma-despues-de-que-el-diario-denuncio-intimidacion-de-su-gobierno-prensa-fifi/

[6] Disponible en https://es.aleteia.org/2013/03/22/que-es-la-infalibilidad-pontificia/

[7] Disponible en https://www.proceso.com.mx/574773/a-100-dias-de-gobierno-prevalece-confrontacion-entre-amlo-y-quienes-piensan-distinto-a-el-iglesia

[8] Disponible en https://www.jornada.com.mx/ultimas/2019/01/13/publica-desde-la-fe-articulo-de-beatriz-gutierrez-muller-esposa-de-amlo-7436.html

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