Tlahuelilpan y la invasión de los necios

MARIA DEL SOCORRO CASTAÑEDA DÍAZ

Empezar a escribir estas líneas hoy no es un asunto sencillo. Evidentemente lo más fácil sería no tocar el tema, pero en realidad, hay situaciones que no pueden pasarse por alto porque hacerlo sería moralmente cuestionable.

No se trata de polemizar. Se trata de observar lo que ocurre y mostrar por enésima vez en este espacio, lo difícil que está resultando ver en las redes virtuales, y escuchar en los comentarios cotidianos, las diferencias cada vez más marcadas entre los mexicanos que no solamente ven de muy distinta forma la realidad cotidiana, sino que se enfrentan en modos cada vez menos amables para defender sus puntos de vista.

Me refiero a los recientes y lamentables acontecimientos que tuvieron lugar en el municipio hidalguense de Tlahuelilpan, donde el pasado 18 de enero se registró una explosión tras la fuga de combustible en un ducto de la empresa Petróleos Mexicanos (Pemex). Hasta ahora, el Gobierno Federal ha notificado un saldo de 85 personas muertas y 58 heridas. Es obviamente una situación muy triste porque, además, al parecer las víctimas eran personas de escasos recursos económicos, que acudieron al lugar en busca de gasolina no se sabe si con la intención de venderla o simplemente para utilizarla en sus propios vehículos.

El asunto que preocupa e invita a la reflexión tiene que ver, como ya lo adelanté, con las reacciones de las personas que, sobre todo en las redes sociales virtuales, se erigen como jueces implacables, o como expertos en legislación, en seguridad pública, en protección civil y hasta como estadistas.

Lo primero que me viene a la mente es que, con toda franqueza, hasta hace poco tiempo el tema del “huachicoleo” no era del dominio público. En realidad, muchas personas desconocíamos hasta la palabra para definir el robo de combustible para su posterior venta clandestina. Sin embargo, hay quien ha dedicado mucho tiempo a indagar sobre el asunto. La periodista Ana Lilia Pérez, por ejemplo, ha publicado cuatro libros sobre el tema, hablando además de la corrupción en Pemex. De acuerdo con una entrevista publicada en el diario de circulación nacional La Jornada[1], el tema de la proliferación del robo de combustible tiene que ver con personas que, en lugar de entrar a tan nefasto negocio para obtener importantes ganancias, se ven forzadas a formar parte de él. “En muchas comunidades hay presión de grupos criminales para que la gente participe en el robo de combustibles”, explica la periodista, quien ejemplifica el caso de una mujer que “está pidiendo asilo político en Estados Unidos por esto: es el primer caso de asilo por huachicol. Ella va huyendo de su pareja que es un huachicolero en Guanajuato”.

Ana Lilia Pérez es muy clara al mencionar que “quien menos gana en esto es la gente de las comunidades que va a recoger el combustible que queda”. Y en efecto, basta ver las condiciones en las que hombres, mujeres y hasta menores de edad recogían gasolina en el lugar de la desgracia, para comprender que se trata de personas que, por mucho combustible que se llevaran en todo tipo de contenedores, no podrían tener las ganancias millonarias de las que habla el presidente Andrés Manuel López Obrador al hacer referencia al negocio de los huachicoleros[2].

Al parecer, las víctimas del huachicoleo, que ha crecido y ha sido ignorado en los últimos sexenios, habrían sido muchas y en diferentes ámbitos, según las investigaciones de la mencionada periodista, quien en la charla con La Jornada puso como ejemplo a “[…] trabajadores que denunciaron lo que estaba ocurriendo todos estos años y fueron desaparecidos; trabajadores siniestrados por negligencia y no les dieron la indemnización debida”.

Se trata, sin duda, de un asunto tan complejo que incluso se habla de que el huachicoleo se fue convirtiendo en prioridad para algunos narcotraficantes, que convirtieron el robo de combustible en su giro principal, y precisamente por la dificultad de hablar del tema se antoja francamente fuera de lugar la ligereza con que muchas personas, aprovechando el foro de las redes sociales, deciden no solamente opinar sino, sobre todo, condenar a las víctimas del terrible accidente, que entre paréntesis difícilmente encontrará una explicación creíble, por muchos peritajes que se realicen, porque evidentemente abre mucho espacio para las especulaciones.

Pero lo que no se puede pasar por alto es la crueldad con que han sido tratadas las víctimas del accidente. Muchos usuarios de las redes sociales, convencidos de que utilizar un dispositivo electrónico les da quién sabe qué omnipotencia, se han sentido con la calidad moral suficiente para juzgar, insultar y, en pocas palabras, matar dos veces a las personas de ilimitada imprudencia que encontraron una muerte poco menos que absurda.

En las reacciones de muchos internautas acerca del caso de Tlahuelilpan, se observa lo que ya propuso la investigadora Paola Ricaurte Quijano[3], respecto a que “[…] Al contexto digital mexicano hay que añadir todas las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales que definen a nuestra sociedad como eminentemente jerárquica, monológica, excluyente, discriminatoria y desigual”. A estos calificativos yo agregaría uno más: intransigente.

Los comentarios que muchos usuarios de las redes sociales expresan, denotan un profundo desprecio hacia las personas fallecidas. Las señalan con un índice de fuego y sencillamente parecen no perdonarles haber faltado a uno de los valores que consideran fundamentales: la honestidad.

Otros sectores de internautas, a su vez, se dedican a criticar la actuación del Ejército y la Policía Federal que, desde su punto de vista, no actuó en modo adecuado al no acordonar la zona y permitir que las personas continuaran llevándose gasolina.

Obviamente otra parte de los opinionistas se encarga de culpar al Gobierno Federal por una presunta “omisión” que nadie explica. El tema en todo caso es que, al parecer, utilizar una red social virtual implica opinar sobre cualquier tema, tomar una posición definitiva e intransigente y, sobre todo, juzgar y condenar con una autoridad moral que viene de quién sabe dónde.

Las redes sociales podrían ser una herramienta para fomentar la participación ciudadana, e incluso deberíamos procurar la creación de una esfera pública virtual, entendida, en términos de Manuel Castells como “el espacio de debate e interacción entre la sociedad civil y el Estado” De acuerdo con el autor de La Sociedad Red, los ciudadanos debemos ser capaces de articular de manera organizada los distintos puntos de vista e intereses conjuntos. Sin embargo, una gran cantidad de los usuarios de las Tecnologías de Información y Comunicación desperdician las oportunidades de socialización y de organización virtual y se ocupan solamente de abrir espacios para la polémica, para la discusión sin sentido y, sobre todo, se confrontan, se agravian y se ofenden sin freno alguno, y este, evidentemente, no es un uso racional ni mucho menos provechoso de la tecnología.

Lo realmente lamentable es que las confrontaciones en las redes sociales son verdaderamente inútiles y nos quitan lo más valioso que tenemos: el tiempo, pero también nos hacen perder la calma cuando observamos que, en lugar de construir y proponer, nos estamos dedicando cada vez más a denostar y a destrozar. Estamos viviendo cada día en la red de redes, lo que Umberto Eco llamó “la invasión de los necios”[4] y todo indica que, desgraciadamente, ya no hay marcha atrás.

Ojalá hubiera un freno, una autocensura, una capacidad de empatía. Ojalá las y los mexicanos pudiéramos observar los hechos desde muchos puntos de vista, que para eso nos sirve la tecnología, y nos detuviéramos un momento a analizar para poder comprender y comprendernos mejor.

En casos como el de Tlahuelilpan, por ejemplo, no es necesario tener una opinión inmutable y mucho menos es indispensable expresarla en las redes sociales. En realidad, no contamos con los antecedentes, no conocemos el contexto, no sabemos lo que pasa en la zona del Valle del Mezquital, y aunque el argumento más sencillo es juzgar a quienes robaban combustible, lo mejor que podemos hacer es, en todo caso, hacernos de la mayor cantidad de información posible antes de caer en la intransigencia que, como ya dije, mata dos veces y probablemente en la misma horrenda manera.

[1] Disponible en https://www.jornada.com.mx/ultimas/2019/01/20/fue-una-tragedia-anunciada-dice-ana-lilia-perez-646.html?fbclid=IwAR0_uFb6HbRDL8eUmilkHXEYKyKBlOwcrpO1krhYPtGXCDQdFZ2br4fG8Sc#.XESh4YFTJXA.facebook

[2] Disponible en https://www.elcontribuyente.mx/2018/12/huachicol-perdidas-mexico/

[3] Disponible en http://www.razonypalabra.org.mx/Libro_IRS/InvestigarRedesSociales.pdf

[4] Disponible en https://pijamasurf.com/2015/06/las-redes-sociales-dan-voz-a-legiones-de-idiotas-umberto-eco/

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