Los jóvenes y la frontera

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Hace algunos años, la escuela era una forma de entretener a los niños mientras cumplían 15 años, que en las zonas rurales implicaba apenas terminar la Primaria, e iniciar sus preparativos para migrar a los Estados Unidos.  Siempre había un pariente, un amigo que podía acompañarlos, si no se decidían a emigrar en grupo, teniendo o no la bendición de los padres, abandonando a la novia y los más grandes, a la mujer y a los hijos, logrando con ello conformar comunidades donde la población masculina está ausente, por lo que se convierten en pueblos fantasma o poblados exclusivamente por mujeres.

Los zacatecanos hemos llegado hasta Alaska, a Canadá, al estado de Seattle en Washington a pizcar manzanas, no se diga a Chicago, Los Ángeles, Texas o Colorado.  Ahora también invadimos zonas urbanas, porque los perfiles han cambiado y ya hay migrantes que son educadores, ingenieros, artistas.  Hemos ido colonizando otras zonas.  Somos desde hace muchos años, “ciudadanos del mundo”.

El Distrito Federal da casi para crear otro estado de Zacatecas completo: en Nezahuacoyotl y en Ecatepec somos la cuarta población en tan poblados municipios. Como Marco Polo, los migrantes saben cuándo se van, pero no cuándo regresan.  Difícilmente la familia los alcanza: más bien se forman nuevas familias, pero hoy, la violencia hace más agresiva la migración y resulta imposible a todas luces, el regreso para visitar a los propios, porque se tiene miedo a las autoridades aduanales, a las policías federales y, desde luego, porque se sabe que la visita a la familia implica el tránsito con dólares, vehículos y algunos otros instrumentos de utilidad en el hogar o para el campo.

Los zacatecanos ahora salimos con más agresividad, y regresamos con más temor.  Este es un problema grave de divisas: sale el dinero para pagar al pollero, pero no va a regresar, y el desarraigo se va configurando de otra manera.  Pero ahora, para el joven, existe una nueva alternativa: la violencia: los grupos organizados para agredir a la sociedad. Cuando existen enfrentamientos nos enteramos que participan en ellos jovencitos de 15 a 18 años que, si no son expertos en armas, lo son para recibir las balas y para distraer a la policía, a fin de que los capos de la mafia orienten sus estrategias o puedan escapar.

Los muchachos tienen hoy ambos caminos: Estados Unidos o la delincuencia.  Los dos con riesgos.  Los empalagan con bienestar, con drogas, con dinero de corto plazo, con alcohol para envalentonarlos, pero un joven sin futuro, sin esperanza, prefiere vivir un mes, un año o unos cuantos probando los sabores de la maldad con su privilegios y debilidades, que labrar una tierra flaca con productos que no tienen valor en el mercado, ya que para adquirir un sombrero requieren de producir entre 30 y 40 kilos de frijol, en tanto que, para comprar una llanta hace falta vender casi media tonelada de un esfuerzo que conlleva meses de hacer parir la tierra. No salen beneficiados ni ellos ni sus familias.

Zacatecas ha entrado a una nueva etapa para las nuevas generaciones: ni trabajo ni educación.  El horizonte: migración –con Donald Trump del otro lado de la frontera- o violencia.

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