El feminista empalmado

JULIO YRÍZAR

con respeto y admiración

para Emilia Pesci

En este país, en esta ciudad, existe una constante, violenta y perniciosa influencia patriarcal, que aqueja a nuestra comunidad. Una influencia nefanda que anega, con el tufo del machismo y el pensamiento falo céntrico -ora en menor, ora en mayor medida- la dignidad de las mujeres. Esa influencia ejerce una silenciosa y denigrante violencia en contra del género femenino, y está tan arraigada en nuestras costumbres, que de manera constante la fomentamos, sin percatarnos del daño que, por nuestra inconsciencia, se genera en el entorno. Estamos hablando de machismo, un tema cultural, arraigado en primitivos modos de vida que han sobrevivido hasta nuestros días, y en costumbres que rayan, en el mayor de los casos, en el delirante absurdo. El machismo es un problema de educación, un tema en el que la Cultura tiene saldos por los cuales responder, no así el Derecho.

El feminismo por su parte, y por definición, ejerce su influencia en el territorio de los derechos. Busca como principio, que la igualdad de facultades se suceda sin distingo de género, y que los hombres y las mujeres, estén en equidad de condiciones ante los ordenamientos de carácter positivo. Considero, por tanto, que en la tradición castellana, el feminismo debe tener una incidencia casi nula en el tema de las costumbres, no así, en el tema de los derechos.

Atendiendo a los dos párrafos anteriores, me atrevo a declarar, que machismo y feminismo no son excluyentes, debido a que pertenecen a categorías distintas. Ser machista es un tema de costumbres; ser feminista, es un tema de derechos. Sin embargo, los machistas muchas veces son tachados de criminales, por parte de activistas pertenecientes a movimientos cuyo objetivo es la transformación de las costumbres y las formas de pensar. Estos movimientos, pese a que su lucha es cultural, y en algunos casos pretenden beneficios legales superiores para las mujeres, tienen el nervio de llamarse a sí mismos “feministas”, y tal atrevimiento, denigra al verdadero feminismo y a su lucha histórica.

De lo anterior, la primera cuestión que salta a la vista por su aparente cualidad de oximorón, es la siguiente: “¿cómo es posible que una persona pueda ser machista y feminista a la vez?” Pregunta puntual, que hace unos días, la regidora por el municipio de Zacatecas, Emilia Pesci -quien además es una reconocida feminista en nuestra comunidad-, tuvo a bien hacerme durante una charla casual que sostuvimos al respecto del presente tema, en un conocido restaurante del centro de la ciudad. Para responderle con conocimiento de causa, hube de transitar por el hielo delgado del vilipendio, y ponerme como ejemplo para responderle más o menos lo siguiente:

“Me considero una persona de legalidad, y seré el primero en defender una injusticia o un atropellamiento a los derechos de quien sea. Pese a lo anterior, no puedo negar que llevó conmigo, al igual que supongo, lo hacen otros muchos hombres, la carga de mi educación. Por el tiempo y el lugar donde nací, mi formación tuvo una poderosa influencia machista, influencia que reconozco, repruebo, y, sin embargo, esa influencia tiene algunas raíces clavadas tan profundamente en mi psique, que no puedo luchar contra eso sin engolfarme en un doloroso proceso para reformular mi ser, y ese es un periplo que no voy a realizar, porque ya soy muy viejo y holgazán para tal aventura adolescente. Prefiero aceptarme con mis demonios y colgarme el san Benito del machista.

“¿En qué forma soy machista? Bien, nunca me he privado de nada, y he practicado mis derechos sexuales con singular alegría, sin embargo, no podría compartir mi vida en pareja con alguna mujer que haya llevado una existencia de soltura similar a la mía, pero esa es mi prerrogativa, y al tener esta actitud, no estoy limitando, ni constriñendo los derechos de nadie, en tal sentido, no estoy atentando contra el feminismo ni sus ideales. Ahora bien, lo anterior no significa que vaya por la vida juzgando a las mujeres que hacen uso responsable de sus derechos sexuales, por el contrario, varias de mis mejores amigas fueron en su juventud unas “devora hombres”, y mi admiración y respeto por ellas, no disminuye ni lo hizo jamás por el hecho de que ellas saciaran sus apetitos. Más aún, si la vida me lleva a cometer el pecado de ser padre, tened por seguro que, a mis hijos, no los educaré con mi visión injusta sobre los derechos sexuales entre hombres y mujeres, porque entiendo que está mal”.

Soy un machista, porque la educación que recibí ha signado con fuego en mi alma, pensamientos y actitudes vergonzantes. Como tantos otros hombres y mujeres, soy víctima de una serie de costumbres que a nadie enorgullecen, y que, en la medida de mis capacidades, buscaré que no se repliquen en otros individuos. Comprendo y acepto que tenemos un saldo cultural para con las mujeres, y que hay que trabajar para contrarrestar la perniciosa influencia patriarcal de la que hable en el primer párrafo. Influencia que nada tiene que ver con el feminismo, al menos, lo reitero, en la tradición castellana, y considero, que así como el machismo tiene deudas para con las mujeres, también creo que en nuestra sociedad y en nuestro tiempo, el feminismo tiene algunas deudas que saldar con los varones, porque en el tema de derechos, las mujeres, me parece, tiene más, y eso es algo que hay que hay que corregir, eso es algo que es necesario empatar, aunque por espacio, sobre eso (también parte de la charla con Emilia) les escribo en otra ocasión.

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