Rajoy y la España que viene

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

¡Adioz! Así, con “Z” al final, fue la despedida que las pancartas de miles de personas que “se decantaron” –como dicen en España- por la derecha, dieron al carismático antes y vilipendiado ahora, José Luís Rodríguez Zapatero al finalizar el 2011.

Al bat llegó Mariano Rajoy, a quien califican quienes le conocieron en su tierna infancia, como “un señor de Pontevedra”, formado en la atmósfera burguesa de una pequeña capital de la provincia, que le envolvió en tertulias, bailes de sociedad y veraneos en la costa. Cuando le piden que se auto describa, se califica como “un hombre de orden”, una “gente normal”. No lo ha sido tanto.  Algunos pudieran hablar más bien de su precocidad. Viene de una familia que ha estado cerca del poder. Su abuelo era un republicano conservador que redactó el Estatuto de Galicia y llegó a decano del Colegio de Abogados de Santiago. Su padre, Mariano también de nombre, llegó a ser presidente de la Audiencia de Pontevedra, un juez severo como el que más. Entre los dos se encargaron de hacer a Rajoy un hombre hermético, vestido siempre de gris, con un lenguaje que sólo puede decir de términos legales y administrativos, jamás poéticos, para desgracia de los que habrán de enfrentarse de una buena vez con la cruda realidad de la compleja situación española, muy lejos de cánticos y juegos, por ahora.

Sus amigos de la infancia le describen bien: “Era un chico muy valioso, inteligente y flexible. Eso sí, nunca se podía esperar de él que tomase la iniciativa”. Mientras otros jóvenes se dedicaban a divertirse, Rajoy pecaba de conservador y serio. Tenía apenas 26 años cuando llegó a ser diputado; a los 31 era ya presidente de la Diputación de Pontevedra. Casó a los 41 años y ha engendrado dos hijos. Poco a poco fue escalando posiciones en el Partido Popular: su cualidad mayor era la de negociador. Ejerció de hombre de concordia en las sucesivas carteras por las que desfiló, de Educación a Presidencia. Ni siquiera en Interior, donde reemplazó a Jaime Mayor Oreja, se enredó en mayores conflictos. Así llegó a vicepresidente primero. Tampoco se recuerdan de él grandes proyectos. Alguien tan improbable al caso como el periodista deportivo José María García resumió así esa trayectoria: “Lo malo es que por donde pasa no limpia. Y lo bueno es que por donde pasa no ensucia”. –Así lo dijo el periódico El País, de izquierdas hasta donde se sepa, y que ahora habrá de reseñar los nuevos tiempos que corren-.

Su disciplina le rindió grandes frutos: hoy está a la cabeza del gobierno español, aunque a pesar de su hermetismo no pudo guardarse la preocupación: “Esperamos la llamada de Ángela Merkel”, le dijo a su equipo cercano de trabajo.  Los españoles están en las garras de la Unión Europea y de esa voluntad dependen para salir delante de la difícil crisis que enfrentan desde hace un buen número de años ya, derivada de la voracidad “primer mundista” que acaba con conciencias y reputaciones

España ya no tiene miedo al PP. Le entregó el mayor poder que ha tenido un partido desde 1982. Incluso superior. Un control absoluto para hacer frente a la crisis económica con las manos libres. El PSOE se desplomó (perdió 4,4 millones de votos) mientras el PP solo subió 550.000. Ni José María Aznar en sus mejores momentos consiguió lo que alcanzó Rajoy a su llegada: 186 escaños, contra los 183 del Aznar victorioso del pasado. A partir de entonces, el partido de Rajoy gobernaría en 11 de las 17 autonomías, con posiciones clave en otras dos. De pronto. controló casi todas las capitales de provincia y con esta mayoría absoluta obtuvo el control de todos los órganos que se renovaron entonces, Tribunal Constitucional y Poder Judicial incluidos.

El PSOE, por su parte, llegó a su más bajo momento histórico. Con solamente 110 escaños desde los que debió reconstruirse, piedra sobre piedra, hasta que lleguen para ellos, mejores momentos, que todavía esperan.

Los españoles votaron por miedo, contra el pavor de sufrir nuevos recortes sociales, ciegos tal vez en su preocupación, de no querer ver que Rajoy debería imponer medidas anti populares a gran escala. Él mismo se adelantó a curarse en salud: “No va a haber milagros, no los hemos prometido”.

Empezó una etapa nueva para España, un pueblo fuerte, acostumbrado al dolor y al trabajo duro.  No habrían de temer a lo que vendría esta vez: sería complejo para todos.  “No puede ser peor”, pensaban los casi 5 millones de desempleados, que, uno a uno quitó la confianza a Zapatero y a su equipo: un voto menos, por cada trabajador “parado”.  Así es la vida.

La lectura final de aquel noviembre de 2011 no es el triunfo de Rajoy, sino la derrota del PSOE y de su dirigente, José Luís Rodríguez Zapatero.  No gobernó con la ideología de la izquierda.  Fueron embaucados por los fondos monetarios internacionales, las estructuras financieras de los poderosos, y acatando sus disposiciones se “tragaron” su capital político obtenido desde Felipe González. Fueron actores fundamentales de la transición. Sepultaron a un franquismo vivo y domaron a la monarquía. España le debe mucho a ese partido.  Evitaron la violencia inminente y modernizaron ese país que en los 50’s tenía un nivel de analfabetismo parecido al de México.

España es moderna después de Franco: nacen las carreteras de peaje libre.  Vienen las viviendas de buen nivel, para todos los españoles.  Hasta existe un “destape” emocional para los jóvenes que dejan de tener piernas de garrafón para convertirse en figuras estilizadas por una dieta mediterránea. Cambian la fabada, la chistorra y el gazpacho por el pescado, las legumbres y las frutas. España fue otra, para hoy volver a ser la misma.  La derecha ha imperado en el mundo y nunca han aceptado perder el poder. Por ello, cuando la izquierda asciende a la toma de decisiones, debiera entender que se trata siempre de un poder prestado, a menos de que sea capaz de mantener su ideología, tan pura como cuando vienen los tiempos electorales.

Hoy Rajoy está inmerso en la vorágine catalana, con Puigdemont a la cabeza. 2018 se espera convulso, apenas apaciguado por el intervalo de verano con el Mundial de Fútbol 2018 en Rusia, donde los corazones españoles vibrarán con otros sones. Habrá que estar pendientes de la España de este año, en todos los órdenes.

Terminamos con la frase de Agustín Lara que, sin conocer Madrid –dicen- escribió para María Félix, su compañera de viaje, y que reestrenó en la capital española: “Cuando vayas a Madrid chulona mía, voy a hacerte emperatriz de Lavapiés”, un barrio que conocí por ver allí el busto de Agustín Lara, una zona que más parecía Tepito o a La Lagunilla por su modestia y por el sinfín es extranjeros pululando en la zona.

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