La conspiración de los traidores y la política

MANUEL IBARRA SANTOS

A medida que nos adentramos a los entretelones de la lucha por el poder público de cara a las elecciones estatales y federales del 2018, donde estará en juego además la sucesión presidencial de la república, el fenómeno de la denuncia de las traiciones al interior de los partidos políticos, se vuelve práctica común y recurrente.

En la pasada y más reciente asamblea ordinaria del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en Zacatecas, sus representantes acusaron abierta o veladamente sin mencionar nombres, a ciertos personajes, hombres y mujeres, de exigir pre/candidaturas a las alcaldías, diputaciones y senadurías. Amenazaron qué de no ser complacidos, cambiarían de militancia política.

Este capítulo que no es nuevo sino si no cíclico en nuestra historia, bien puede ser denominado en la narrativa cotidiana como la conspiración de los traidores, a la que se han sumado ya pequeños, medianos y grandes prospectos, morales o pragmáticos, e incluso cuestionados “caballeros de la política”, que han hecho de la traición su divisa.

Este espectáculo histriónico de la traición que alcanzará por igual a todas las formaciones ideológicas–de izquierda, centro o derecha-, apenas empieza y el movimiento de militantes y dirigentes de uno a otro partido se profundizará en la ruta del candelario de las elecciones del próximo año.

Muchas de estas actitudes de deslealtad y traición estarán destinadas a reencontrar reacomodo político y a desafiar a los líderes formales que ostentan el poder público en Zacatecas, para ponerlos a prueba.

El tema es saber si la traición política es moralmente cuestionable y democráticamente insostenible.

La traición y su fuerza en la democracia

El pensador renacentista Michel de Montaigne (1533-1593), en su célebre ensayo sobre Los Canibales ubicó a la traición dentro de la categoría de los vicios ordinarios de los seres humanos.

Muchos años antes, el filósofo romano Cicerón, en su obra El Traidor de la Ciudad afirmó que “una sociedad puede sobrevivir a los locos, pero jamás a los traidores”. La traición ha sido fundación de la cultura occidental. Ahí el referente de Judas Iscariote.

Y así, en la democracia contemporánea y en el baile del poder, en esta etapa en que domina el pragmatismo sin valores, en el ritmo del baile del poder, el traidor encabeza la danza.

La lectura de los acontecimientos concretos, nos indican que la traición está inscrita en la médula misma del sistema democrático, mientras la exigencia y adhesión a las ideologías conduce a la intolerancia y al autoritarismo.

En la actualidad, se tiene que modificar la dinámica de las cosas, para sustituir en la política y en la democracia a la traición y a la corrupción, por la honestidad y el comportamiento ético de servicio por los demás.

En su ensayo Elogio de la Traición subraya el analista francés Denis Jeambar que la traición es el oxígeno de la democracia moderna, sin la cual no puede existir, para hacer posible el arte de gobernar por medio de la negación.

La tipología de los traidores

Y en este espectáculo de la política pragmática, hacen su aparición los diferentes tipos de traidores.

En la clasificación de los traidores tenemos una tipología amplia. Existen los pequeños traidores, los que no hacen daño; los grandes traidores, los traidores patrióticos, cuyos actos los realizan para servir a la sociedad. Pero entre los más negativos de todos, están los traidores cobardes que comúnmente producen profundos daños a la sociedad y al individuo.

Es inocultable que requerimos, hoy en día, de una renovada ética en la práctica en la política, para dotarla de moral y vocación de servicio.

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