Las rejas de mi ciudad

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Se guarda entre rejas lo que mucho se aprecia, y los barrotes y los candados parecen pocos y endebles para contener el tesoro amado, y las forjas y trabajos artesanales –artísticos, diríamos bien- se vuelven parte del tesoro, como si su misión fuera engrandecer el conjunto, y embellecerlo aún más si se pudiera.

Frecuentemente visitaba la ciudad de Toluca. Mis responsabilidades partidarias – primero como candidato a Senador por el Estado de México, luego como presidente del Partido de la Revolución Democrática en la entidad y aún después como presidente del Consejo Estatal del PRD en el estado más poblado del país, (más de 14 millones de habitantes, según los datos del recuento preliminar publicado por el INEGI entonces)- me llevan allí frecuentemente. No dejo de apreciar sus muchas y variadas forjas en rejas y balcones que, sin embargo, no hacen sino recordarme inevitablemente la belleza de la herrería zacatecana que tan singularmente contrasta con la rosada cantera en el marco perfecto del cielo profundo de mi ciudad.

Seguramente muchos coincidirán conmigo en la espectacularidad de la reja de entrada al atrio del templo de Guadalupe, y muchos más se habrán recreado en la elegancia de los barandales del patio del claustro de San Agustín, o en los balcones corridos de algunas casas situadas en la Plaza del Laberinto o en la antigua calle de Tres Cruces.

Precisamente hoy, habría que traer a colación el concienzudo estudio publicado por Thomas Gibson y Gerstle Mack en Nueva York, bajo el título “Repertorio de arquitectura del centro y norte de España” en 1948, y los “Viajes por Tierra española” que protagonizó Kurt Hielscher en 1921, que se refiere

con particular interés a las forjas zacatecanas del siglo XVIII de la catedral de San Vicente de Ávila, de marcada inspiración barroca. Es motivo de orgullo que este conocedor alemán haya venido a encontrar en nuestra gran capital de Zacatecas, tantos detalles que atraigan su conocedora atención: “la bella y original modalidad zacatecana de la pantalla ornamental de hierro que se encuentra en tantos balcones de la avenida Juárez… y una reja ventana en otra finca de la avenida de los Conquistadores…el señorial balcón corrido de la calle de la Caja…las rejas y balcones de gran sobriedad en el ábside de la catedral…el barandal del coro del templo de Santo Domingo y el gran cerrojo vertical de la puerta principal de dicho templo…” Todo llama su atención, y es que, en cuestión de herrería hay tanto que ver en Zacatecas, que la mirada de un conocedor de primer nivel se queda prendada de los detalles prácticamente interminables.

Probablemente el honor en materia de forjas y herrajes –con tantos como hay en Zacatecas- corresponda al antiguo edificio de la Compañía de Jesús, ya después transformado en cárcel. Se dice que los barandales de la escalera del edificio llegaron a estar considerados como los más bellos de la Nueva España y acaso, del mundo. Sus adornos en base a elementos vegetales, principalmente hojas de col que salen da su masa, le hacen ver opulento y magnífico.

La referencia inevitable es, sin embargo, a dos pequeñas piezas: los broches de dos grandes libros que pertenecen al coro del Convento de Guadalupe, fechados en 1772. un par de estas forjas en miniatura, que representan el águila bicéfala austriaca. La lista de la belleza en esta materia es interminable. Si algo pudiera pedirse a la Secretaría de Educación y Cultura del gobierno de nuestra entidad, es realizar un exhaustivo inventario de toda esta belleza. La Secretaría de Turismo tendría la oportunidad de programar hermosos recorridos para turistas que quisieran “caminar Zacatecas” y descubrir paso a paso todos estos rincones que para quienes tienen el privilegio de vivir en la magnífica ciudad, pasan a veces desapercibidos entre tantos trajines cotidianos.

Y junto con la herrería, la cantera, la disposición abigarrada de los edificios, las fuentes y los patios, la locura de la perfección y el amor al arte. Sencillamente así. Esa es Zacatecas, la enamorada de la vida, que se yergue incólume y brillante y que hemos heredado de tantas generaciones atrás.

Este es un homenaje a las manos zacatecanas, a las de hoy y a las de antes, las que se han preocupado siempre por añadir belleza, por legar un bloque más de cantera, un empedrado bien puesto, un herraje que poder fotografiar algún día, aunque sea en la mente, en el recuerdo de los que vivimos Zacatecas desde lejos, pero la queremos desde lo más hondo, siempre.

LNY/Redacción

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