El hermoso y bravío municipio de Pinos

JAIME ENRÌQUEZ FÈLIX

En 1556 le llamaban Sierra de Pinos. Ese apelativo le duró apenas unos años. El 12 de febrero de 1594 fue bautizado con el nombre de “Real de Nuestra Señora de la Sierra de Pinos”. Fue a finales del siglo XIX, luego de formalizada la Constitución Política de nuestro Estado, que se le dio el carácter de Municipio de Pinos, que tiene hasta hoy.

La historia de Pinos es vieja como las que más: se remonta a datos tan antiguos como las pinturas rupestres encontradas en las cuevas del cañón del Duraznillo y en la comunidad de Jaltomate, donde se recrean escenas de la cotidianeidad de nuestros antepasados. Se han encontrado cerámicas y objetos diversos en las faldas de los cerros. La Sierra de Pinos fue habitada por la tribu huachichil que quiere decir “cabeza colorada”, uno de los grupos más importantes que a la hora de la invasión española y para defender su forma de vida y su libertad, no dudaron en atracar una y otra vez el camino de la plata. Pretendiendo pacificar la zona y establecer una nueva era -La Colonia-, los franciscanos crearon en Pinos uno de sus primeros templos, que aún está en pie y funcionando, como muchas de las construcciones pedregosas y monumentales que los frailes edificaron para la eternidad.

Es cierto que el templo de San Matías es el más importante para la comunidad, pero se trata de un recinto inconcluso, que inició su construcción en 1960, misma que se dio por terminada diez años después, cuando ya no hubo dinero para seguir aderezándolo como era debido.

Pero no sólo son templos lo que hay que ir a ver a Pinos. No puede pasarse por alto la Hacienda de La Estrella, que perteneció a Don Juan Bautista Rincón Gallardo quien la edificó en 1860. Este personaje de rancia prosapia, era, hijo a su vez, del marqués de Guadalupe, también propietario de la Hacienda de Ojuelos en Jalisco. Don Juan murió sin dejar sucesores, por lo que al fallecer en 1907, la finca fue heredada por su esposa, Doña Carlota García y García Rojas, oriunda de la Hacienda de Quijas. La Estrella fue finca agrícola y ganadera, y hoy la casa grande se encuentra destruida pero recuperable –ese es un tip que le pasamos al Secretario de Turismo, que podría hacer con ese lugar algunas cuantas maravillas, que llevaran visitantes a un sitio hermoso-, con su iglesia terminada en 1906 y que está en perfecto estado de conservación, y a la que rodean una serie de silos cónicos a los que vale la pena entrar, no sólo por la frescura que se siente en su interior, sino simplemente para descubrir las iniciales de su primer propietario, Rincón Gallardo, que están tatuadas en las paredes con una mezcla de sangre de toro y cochinilla del nopal como pintura, tal y como los antiguos chichimecas y huachichiles pintaron sus jeroglíficos en las cuevas cercanas del cerrito de Dolores.

Siquiera para seguir la interesante callejoneada de Semana Santa que se celebra en esa ciudad, valdría la pena ir a Pinos este próximo abril, para descubrir a su gente buena y trabajadora, que recibe con los brazos abiertos a quien le visita, como me sucedió a mí este mismo año, en que tuve la fortuna de caminar sus calles y recorrer sus caminos.

Entre las troneras de ladrillo –como chacuacos coloniales que parecen rascar el cielo –de las que pude contar cinco- la delicia del mezcal de la Pendencia –también centenario- y que lleva a contar y a escuchar historias y leyendas como la de “La Dama Pinenese”, que le ofreciera a Santa Anna un beso, para que Aguascalientes dejara de ser municipio y se convirtiera en Estado. El escudo de esa entidad lleva inscritos los labios carmesí de esa dama.

Así, Pinos con sus bellas iglesias, con sus enormes casonas, con sus plazas señoriales, con su botica única con recipientes de porcelana de origen francés que llevan el nombre de los elementos básicos para que el boticario elabore los brebajes y cure a la población, así recorrimos sus callejuelas, apreciamos sus rincones y aspiramos el aroma de la plata y del oro que todavía parecen perceptibles, y el de la cultura que viera nacer al padre de la administración pública en México. Una tierra de poetas, por qué no decirlo, de los mineros que fueron en su momento los más ricos, no sólo de la Nueva España sino del mundo entero.

Cuando las industrias textiles, antes de la creación del motor de combustión interna, empezó la grandeza de estas tierras que tuvimos el privilegio de visitar y a quienes saludamos desde estas páginas, con admiración y respeto.

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