El feminicidio-suicidio, el desprecio por la vida

ARGENTINA CASANOVA

Un factor de riesgo que es posible detectar constantemente cuando las mujeres acuden a los centros para denunciar la violencia es que el esposo-pareja manifiesta deseos suicidas, y esto se convierte en un elemento indicativo del nivel de violencia que puede llegar a ejercer contra ella y los hijos, dado el poco valor que reconoce a la vida.

Poca atención se pone a este factor de riesgo, y eso lo vemos en las persistentes noticias de feminicidio-suicidios.

Sin embargo estos casos que aparecen en las páginas de los diarios, abordadas con coberturas que suelen naturalizar el poder que tiene el hombre de decidir en la vida de otra persona, no sólo invisibilizan el hecho al publicar que “muere una mujer y su esposo”, cuando se trata de un feminicidio-suicidio, sino que contribuyen con este enfoque a normalizar que él pueda disponer de la vida de ella.

En las instituciones que reciben las quejas o denuncias no se toma en cuenta este criterio para mirar las acciones preventivas que podrían evitar el asesinato de mujeres a manos de sus compañeros que han decidido poner fin a su vida, pero antes acabar con la de quien consideran “su propiedad”.

El acto mismo del feminicidio-suicidio tiene implicaciones de soberbia egocéntrica en la que un sujeto que decide poner fin a su vida, cree tener derecho a terminar también con la vida de quien le rodea, de su familia, a la que en gran medida considera su propiedad, la extensión de su cuerpo y de su vida.

Como un común denominador latente en todo el país, así como en países en los que prevalece la misoginia y el machismo, los casos de feminicidio-suicidio ocupan un día o dos, un encabezado de los medios, sin embargo no ocupan la atención de sociólogos, antropólogos o de otras áreas, y son pocos los espacios que se conceden a estos hechos más allá de la nota roja.

No se advierte como un problema que enmascara la violencia del poder, porque al final quien decide acabar con la vida de otra persona -antes de acabar con la propia- siente que puede y tiene derecho a hacerlo, porque no le importa, no escucha, ni le interesan los deseos de vivir de la otra persona.

Hay también un deseo de llevar a este nuevo espacio de muerte a quien considera como una extensión de su propio cuerpo. Ahí radica la creencia que desde la antigüedad se traducía en incinerar a los muertos junto a una esposa, o sus bienes.

Creencia que tiene su origen en un mito de la vida más allá de la muerte y la necesidad de llevar consigo los bienes o propiedades que son suyos, pero también que “le harán falta”.

En septiembre se cometió un feminicidio-suicidio en el municipio de Carmen, Campeche. El fin de semana lo cometió un sujeto en el norte del país, en Sonora. ¿Qué tienen en común dos hombres en contextos sociales diferentes, en geografías distantes, en modos de vida distintos? El patriarcado.

Eso es lo que ambos tienen en común. El sistema social en el que viven, independientemente de sus niveles de ingreso, cultural o profesional. Uno era un hombre rural y el otro un docente de inglés, ambos crecieron en un sistema de permisibilidad que les ha hecho creer que pueden tomar la vida de quien consideran “su mujer, su pareja”, y extender este control y posesión “más allá de la vida”.

Como cada una de las aristas en torno al feminicidio, ésta constituye por sí misma un tema de estudio, análisis y reflexión para saber lo que hay detrás, para mirar qué mueve a una persona no sólo a privarse de la vida porque ya no puede sobrellevar su realidad, sino a sentir el poder y tener el control para decidir también acabar con la vida de otra persona.

El sistema social en el que vivimos nos ha hecho creer y sentir que la muerte de un hombre es una tragedia, un hecho lamentable, pero las mujeres mueren. Mueren todos los días y a todas horas, mueren porque quienes se creen “sus dueños” han decidido que la necesitan ahí, acompañándolo en la muerte, igual que ayer, cuando no había posibilidad de la viudez sino morir quemadas o sepultadas vivas junto al esposo.

A fin de cuentas la única diferencia entre ese ayer y el hoy, es que antes “otros las mataban” para ellos, hoy son ellos mismos –dado el control que tienen sobre su contexto- quienes pueden decidir acabar con la vida de ellas.

* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.

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