La Toma de Zacatecas… mira cómo te han dejado

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX 

La Toma de Zacatecas es una batalla que las generaciones recuerdan primero, porque es el encontronazo entre las fuerzas federales del tirano Huerta y las del guerrillero duranguense Francisco Villa acompañado por el estratega militar hidalguense Felipe Ángeles y el zacatecano Pánfilo Natera.
Técnicamente se trata de una batalla ejemplar, porque en 6 horas quedó definido el resultado de la confrontación. De alguna forma, los pobres contra los ricos comandados por un tirano asesino, Victoriano Huerta, casi paisano zacatecano por la proximidad de su lugar de nacimiento con nuestro territorios. Por el otro lado, uno de los personajes más famosos en el mundo, que fuera interpretado en el cine por grandes artistas de talla internacional y que fuera replicado en una serie de películas que en el mundo –sobre todo en el barrio latino francés- son “de culto”.

Los zacatecanos todos, fuimos víctimas de la guerra. Primero invadidos por el ejército federal y los malos hábitos castrenses que provocaba la leva, y los abusos “justificados” que hacían de cualquier hora o minuto, en de su muerte. Así estuvo Zacatecas durante muchas semanas sin agua, sin luz, sin víveres. Los ricos nos habían abandonado meses antes: ellos no tenían problema. La vida entre la incertidumbre de que habría una guerra, sin saber cuándo ni con cuántos, el temor de cohabitar con el ejército federal y luego de la derrota de este, con el ejército villista.

Los ciudadanos todos, eran sospechosos por definición, de ser villistas para el ejército colorado. Terminada la contienda, todos eran sospechosos esta vez, de tener soldados federales escondidos, viviendo con el temor de ser invadidos en sus propiedades y en su vida cotidiana, dada la situación prevaleciente.

Los curas fueron obligados a abandonar la ciudad. El obispo de Zacatecas, que estaba ausente, Miguel M de la Mora, aún así fue obligado a pagar 10 mil pesos, cuota que fue asignada a industriales, comerciantes y personas de solvencia económica.

Gran parte de los confesionarios fueron sacados de los templos y quemados en las calles. El arresto de los sacerdotes se hizo algo común: se les expulsó al norte de la República. En la plaza de Miguel Auza, los rebeldes se introdujeron al obispado y desde los balcones del tercer piso arrojaron libros eclesiásticos de la entidad. Hubo una congregación de mujeres que exigía la apertura de las iglesias cuando visitó Zacatecas el sonorense Benjamín Hill. Allí se dio una de las participaciones más significativas –quizá única- de la famosa “Juana Gallo”.

La batalla en Zacatecas es una de las más sangrientas de la historia de México, en función del número de horas del combate y en relación con el número de muertos, pues el sanguinario ejército villistas remató enfermos, persiguió heridos y sanos por las zonas de los panteones de los ricos y de los pobres, hasta eliminarlos dejando miles de ellos, de forma que la sociedad zacatecana hubo de encender piras para calcinar los cadáveres ante el temor de la peste y otras enfermedades.

Después de la batalla no había agua, no había luz, no había ricos. Quedaban sólo los pobres, sin monedas, entre negocios saqueados y fincas destruidas.

Zacatecas quedó inserta en la historia por una batalla que definió la Revolución, pero por ella también quedó sumida en la pobreza infinita. Hubo que reinventarlo todo: los trabajos, las rutinas, reconstruir piedra a piedra y vivir entre la angustia cotidiana de volver a ser escenario de una nueva guerra. Así vivimos muchos años, después de haber sido “La Segunda Ciudad de América” por su esplendor y su riqueza, pasamos a convertirnos durante cincuenta años en la última letra del alfabeto solamente, por la ausencia de recursos y el olvido del gobierno.

México tiene una deuda con nuestro Estado. Tiene que pagarla. Fueron décadas sin aeropuertos, sin carreteras, sin transportación adecuada, sin inversiones, con los jóvenes inmigrados a los Estados Unidos, a Torreón, a Jalisco. Las nuevas casas zacatecanas se levantaron en Los Ángeles, en Chicago o en la Ciudad de México. El corazón de las familias quedó roto. El corazón de Zacatecas lo está aún, queriendo comenzar a latir nuevamente, con una arritmia que no merecemos nunca más. La patria toda está en deuda con nuestros padres, con nuestros hijos, con nosotros mismos.

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