El derecho a la autodefensa

ARGENTINA CASANOVA

La legítima defensa es un derecho que sólo existe para el hombre, en tanto que si la que se defiende es una mujer, la noción dentro del Derecho y el sistema de justicia es que ella sólo es un referente de lo victimable frente al “ser humano”, y su defensa implícitamente es Eva quitándole la vida a Adán, creación de suprema.

¿Cuántas mujeres son encarceladas por defenderse de sus parejas agresoras, es decir, son castigadas por atreverse a responder la agresión, a empujar al agresor y que éste al caer se golpee accidentalmente, a no dejarse golpear hasta ser asesinadas? Juzgadas por un sistema patriarcal insertado en el sistema penal que las juzga desde una mirada misógina.

Una de las posturas más cuestionadas a las feministas en la marcha #24A ha sido precisamente una manta que dice: “Si te intenta lastimar, muerde, patea, grita, mátalo, nosotras te defendemos”, y esa premisa causa incomodidad por dos razones: por un lado refleja el trastocamiento a la premisa de que nosotras no tenemos derecho a la violencia, ni aún en legítima defensa.

Ya el juez Daniel Farah en su sentencia contra Reyna Gómez Solórzano, ayudado por una defensa inadecuada sin perspectiva de género, lo dijo: si bien ella era víctima constante de sus golpizas, amenazas de muerte y otras cosas, ese día no presentaba golpes visibles que le dieran la razón de defenderse.

Eso nos pone frente a una “no humano” atreviéndose a cuestionar la vida del hombre, centro del universo, principio rector de lo humano, la divina obra, el culmen de la civilización misma. Si algo explica mejor esa noción es precisamente que cuando hablamos de un patriarcado es justo que es desde la mirada del hombre como padre-hijo en una relación de lo divino con lo semi-dios.

Ahí está la obra de Miguel Ángel: Dios tocando al hombre, haciéndolo, dándole vida de su aliento. Y nada más patriarcal que el Derecho.

Esta noción que es una visión patriarcal de la creación y que se olvida de esa pequeña partecita que dice a “hombre y mujer los creó”, pero es el principio que rige el pensamiento contemporáneo. Aún en el hombre más descarriado su vida tiene valor frente a la vida de las mujeres que “no son fuertes, son débiles, son usables y desechables”.

Por eso se escribe en los cuerpos de las mujeres, por eso los cuerpos son usables y este mensaje se refuerza desde los medios de comunicación, las instituciones que desacreditan los dichos de las víctimas, pero también que no les importa cómo hayan sucedido los hechos cuando una mujer tiene que recurrir a la autodefensa para salvar su vida.

Son pocos los dispuestos a investigar o aplicar criterios que son válidos y usables cuando el que se defiende es un hombre; todo mundo puede entender que un hombre esté a la altura de su agresor y sólo otro hombre puede privarlo de la vida, no una mujer.

Gran parte de los argumentos de quien la juzga es que la acusación se basa en que la mujer tuvo que atacar esperando que él estuviera dormido, que él estuviera borracho, que él fuera un poco menos poderoso, un poco menos semi-dios, un poco menos perfecto, menos dueño de la situación, y que sólo así pudo ser vulnerado, traición a lo absoluto de lo humano.

El caso de Reyna Gómez es paradigmático en ese sentido. Un hombre mata a otro hombre de 15 puñaladas y lo señalan como un crimen atroz; un hombre da 37 puñaladas a una mujer y son “lesiones”.

Una mujer da una sola puñalada que extraordinariamente acaba con la vida del agresor, y Reyna es castigada a 25 años de prisión porque no se admite la posibilidad –a pesar del contexto de violencia que vivía– del derecho a la legítima defensa.

Te defendemos todas

Las necesitamos a todas. Hoy día son pocas las que están defendiendo a las que han ejercido la autodefensa; son pocas, poquísimas las organizaciones de defensa de Derechos Humanos las que toman los casos de defender a las mujeres que asesinaron a su esposo en legítima defensa.

Lo hacen las que tienen abogadas con experiencia, pero en la realidad las cárceles de mujeres están llenas de esposas, compañeras o víctimas potenciales de violación. No todas están en el centro del país, no todas son mujeres que tienen posibilidades de acceder a una defensa adecuada.

Tan sólo este mes dos mujeres han sido procesadas en diferentes partes del país: Coahuila y Tabasco. La primera, mujer urbana y con acceso a un cierto bienestar de vida; la segunda, indígena, en una comunidad alejada, pobre, que se defendió de un marido que intentó robarle el dinero de un programa social que ella destinaba para la comida de sus hijos.

¿En dónde estamos cuando ellas nos necesitan? No podemos hablar de la autodefensa sin considerar el compromiso que todas las defensoras, abogadas litigantes y activistas asumamos cuando se presenten los casos en todo el país, ahí donde no hay una oleada como en el centro del país dispuesta a ir a sacarlas de las cárceles.

Ahí en la periferia, defender la vida cuesta muchos años de cárcel por enfrentar sistemas misóginos dispuestos a condenarlas. Más triste es que haya mujeres en las cárceles que te digan que prefieren estar ahí, porque al menos ahí nadie las viola, ni las obliga a vender droga.

* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.

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