Igualdad desigual

LUCÍA LAGUNES HUERTA

Me encantaría este 8 de marzo simplemente conmemorar los triunfos que hemos alcanzado las mujeres en el reconocimiento de nuestro Derechos Humanos, echar las campanas al vuelo y celebrar que hemos alcanzado la igualdad.

Desearía que el Día Internacional de la Mujer fuera una fecha de celebración de la humanidad por la erradicación de la desigualdad.

Que las mujeres camináramos seguras por las calles y la vida, que los salarios fueran dignos para todas las personas que trabajamos, donde las tareas domésticas fueran ya responsabilidad familiar, que la maternidad no fuera destino sino elección amorosa, y que el poder se ejerciera por todas y todos, sin dobles raseros para las mujeres.

Sin embargo, la realidad nos lleva a detener nuestro optimismo eufórico y mirarla a ras de banqueta y de la vida cotidiana.

Ahí es donde los matices son necesarios y urgentes, donde las evaluaciones deben atemperarse, sobre todo las gubernamentales, para no engañar ni autoengañarse. 

Sin duda que hemos avanzado, que desde nuestra ciudadanía, las mujeres hemos impulsado la construcción de leyes que protegen nuestros derechos y que responsabilizan, dan tareas y lineamientos a los gobiernos y a las instituciones para construir la igualdad entre mujeres y hombres.

Claro que hemos aportado a las democracias de nuestros países y que gracias al movimiento feminista, la igualdad y no discriminación son derechos fundamentales de la humanidad.

De esto y mucho más tenemos que sentirnos orgullosas sin lugar a dudas, sin embargo, estos avances no se reflejan en todas las mujeres de nuestro país.

Para muchas mujeres de a pie los derechos son aún conceptos ajenos a su realidad y a su cotidianidad y peor aún, muchas ni siquiera conocen las leyes, ni programas, ni instituciones que se han creado para proteger esos derechos.

Y no los conocen porque nadie les ha dicho que existen ni les ha informado cómo acceder a ellos. Esta información suele quedarse en pequeños círculos sin llegar a la gran población. 

Es decir, hasta hoy los avances logrados se gozan de manera desigual entre las mujeres, los retos siguen estando ahí y no debemos dejarlos de lado ni caer en el espejismo del “todo va muy bien”, como recientemente se dijo en el Foro de Consulta con las organizaciones para la preparación del informe país ante el Comité de Expertas de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés).

Lo que no se debe olvidar en la evaluación son los 27.6 millones de mujeres en pobreza, según Coneval; los tres millones de mujeres que no saben leer ni escribir, de acuerdo con Conapo; las siete mujeres que son asesinadas cada día en nuestro territorio nacional; ni que aún las mujeres ganamos entre el 15 y 20 por ciento menos que los hombres en los mismos puestos y con las mismas responsabilidades, según la Organización Internacional del Trabajo.

Tampoco debemos olvidar que entre más bajo es el Índice de Desarrollo Humano, hay más probabilidad de morir por alguna causa ligada a la maternidad, pues ahí donde hay pocos avances, 143 mujeres pierden la vida frente a las 36 de las localidades más favorecidas.

No debemos olvidar a las mujeres que día a día se enfrentan en los juzgados a sus ex parejas para que cumplan con las responsabilidades de la manutención de las y los hijos, ante juzgadores que siguen designando pensiones ridículas de 300 pesos al mes.

De estas mujeres no debemos olvidarnos este 8 de marzo, ni en los discursos oficiales, ni en los balances.

Y no sólo para tenerlas en la memoria, sino para recordar que la igualdad aún no llega y que es nuestra responsabilidad hacer que pronto sea una realidad, para que la humanidad podamos festejar que por fin erradicamos la desigualdad. 

Twitter: @lagunes28

* Periodista y feminista, directora general de CIMAC

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