Síndrome de Estocolmo

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

A lo largo de los años han marchado cientos de miles por las calles de muchas ciudades del país, con una consigna unívoca: NO AL SECUESTRO.  Sin importar corrientes de pensamiento, religiones, edades, sexos y modos de vida,  se han puesto todos de acuerdo en una sola cosa: parar la violencia contra las familias  y las personas, en las calles, en las casas, en los autos, en los espacios públicos, disfrazada de mil máscaras: violencia intrafamiliar, corrupción, abuso de autoridad, discriminación, narcotráfico, desempleo, desigualdad económica… la lista es larga.  Sin embargo, el secuestro como arista, como “la suma de todos los miedos”, como la conclusión del hartazgo general, como el “ya basta” de siempre, pero esta vez para siempre, pareciera ser el centro de cualquier conversación en el que se saque a colación el tema de la violencia.

El secuestro como historia no es nuevo, y los casos sonados alrededor del mundo sobre este tema, resultan más numerosos de lo que la memoria alcanza a recordar. Tampoco parecen terminar nunca: Austria celebró esta semana por ejemplo, el feliz desenlace de uno de los secuestros más famosos de los últimos años, el de Natasha Kampusch, que cuando fue raptada tenía 10 años y que escapó de su cautiverio con 18, mientras su secuestrador, Wolfgang Priklopil, un técnico electricista de 44 años, se suicidó tras darse cuenta de la huida. Durante años, la Policía trato de encontrar a la joven, inspeccionado incluso más de 700 camionetas en todo el país, entre las cuales también revisó un vehículo de Priklopil, quien fue interrogado un mes después de la desaparición de la niña. Al no encontrar pruebas que reforzaron la sospecha, las autoridades desistieron de inspeccionar la vivienda del captor. A los muy sagaces inspectores vieneses, se les escapó durante años este infame sujeto que mantuvo a la niña en un sótano sin misericordia alguna.

El fenómeno del secuestro trastorna psicológicamente tanto a la víctima como al victimario.  Mucho se habla por ejemplo, del Síndrome de Estocolmo, un estado en el que la víctima de secuestro desarrolla una relación de complicidad con su secuestrador. En ocasiones, los prisioneros pueden acabar ayudando a los captores a alcanzar sus fines o a evadir a la policía. Debe su nombre a un hecho curioso sucedido precisamente en la ciudad de Estocolmo, Suecia. En 1973 se produjo un robo en el banco Kreditbanken. Los delincuentes debieron mantener como rehenes a los ocupantes de la institución durante 6 días. Al entregarse los captores, las cámaras periodísticas captaron el momento en que una de las víctimas besaba a uno de los captores. Y, además, los secuestrados defendieron a los delincuentes y se negaron a colaborar en el proceso legal posterior. Son varias las posibles causas de este  comportamiento:

  • Tanto el rehén como el autor del delito persiguen la meta de salir ilesos del incidente, por ello cooperan.
  • Los rehenes tratan de protegerse, en el contexto de situaciones incontrolables, en las cuales tratan de cumplir los deseos de sus captores.
  • Los delincuentes se presentan como benefactores ante los rehenes para evitar una escalada de los hechos. De aquí puede nacer una relación emocional de las víctimas por agradecimiento con los autores del delito.
  • Mucho se ha hablado de que  el acercamiento de las víctimas con los delincuentes, es una regresión a la  edad infantil. Un niño aprende que uno de los padres está enojado y aprende a tranquilizarlo “comportándose bien”.  Algo similar sucede en esta relación de opresor – oprimido.
  • La pérdida total del control que sufre el rehén durante un secuestro, es difícil de digerir, por lo que la víctima trata de identificarse con los motivos del autor del delito.

Este es un pequeño muestreo que hizo recientemente el Periódico de Aragón en España, de algunos de los más sonados casos de secuestro en el mundo:

Patty Hearst La nieta del magnate de la prensa William Randolph Hearst protagonizó uno de los secuestros más famosos de la historia, cuando tenía 19 años, en 1974, cuando fue capturada por un grupo revolucionario de ultraizquierda, al que se unió. Participó en el atraco a un banco. Fue encarcelada pero acabó siendo indultada por el presidente Bill Clinton.

Charles Lindbergh. El hijo del afamado aviador fue secuestrado en su casa cuando tenía 2 años, en 1932. Su cadáver fue hallado 73 días después.

Frank Sinatra Jr. El hijo del famoso cantante fue secuestrado en 1963 y liberado a las 48 horas, después de que su padre pagara un rescate.

Julio Iglesias Puga El padre de cantante Julio Iglesias, recientemente fallecido, estuvo en manos de ETA 20 días en 1981. Fue liberado por la policía.

Melodie Nakachian  En 1987 fue secuestrada en Marbella la hija del financiero libanés Raymond Nakachian y de la princesa coreana Kimera. Fue liberada a los 11 días, a cambio de un rescate de 1.500 millones de pesetas.

Edevair de Souza. El padre del futbolista brasileño Romário fue secuestrado en mayo del 2004 cuando salía de su restaurante. Fue liberado a los seis días por la policía.

Los secuestros tienen como fin, no siempre la obtención de un rescate a cambio de la víctima, sino en ocasiones, la promoción política: El 23 de febrero de 1958, en La Habana (Cuba), el argentino Juan Manuel Fangio, cuatro veces campeón mundial de automovilismo, sintió por primera vez un susto diferente de aquellos que vivía cotidianamente, a más de 300 kilómetros por hora. Un revólver fosforescente estaba clavado entre su camisa sudorosa.  El secuestro del famoso corredor resultaría ser un audaz golpe de publicidad para el movimiento 26 de Julio. Fue quizás el primer campanazo mundial de lo que venía detrás: el desembarco del ‘Gramma’, Fidel Castro, la Sierra Maestra, la celebrada revolución y luego, el inesperado contraste, cuando todo giró bruscamente y Cuba se convirtió en el polo comunista, a 100 kilómetros de Miami. La carrera automovilística a la que había acudido Fangio a competir, tuvo lugar sin él, y se convirtió en una tragedia: Armando García Cifuentes, piloto inexperto, tuvo un colosal accidente, mató a cuatro espectadores e hirió a muchos más. Juan Manuel Fangio vio la competencia junto a sus captores por la televisión. Firmó autógrafos a los hijos de los secuestradores y entabló largos diálogos durante su cautiverio de 36 horas con Faustino Pérez, jefe del comando que estaba al mando de la operación. Una vez pasada la carrera, los secuestradores entraron en pánico debido a la gran operación de rescate montada por Batista, y el mismo Fangio fue quien sugirió que lo entregaran en la embajada argentina. El incidente terminó felizmente y los de esa época nunca lo olvidaron. Cuando se cumplieron 25 años, a Fangio lo invitaron sus secuestradores a La Habana para celebrar el aniversario de la Revolución Cubana.

Pero no todo termina en fiesta, como en el caso de este célebre piloto de carreras:  el secuestro marca a las familias y a las sociedades, debilita el tejido social y muestra autoridades débiles, corruptas e ineptas.

Esta vez, el llamado social no puede ser desoído, so pena de que cundan nuevos casos, cada vez más sonados, campee la irritación social y se desestabilicen las instituciones –frágiles y desgastadas de por sí-.  El tiempo corre de prisa, y no puede malgastarse esta vez.

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