¡A mover el abanico!

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

La época de calor se hace a veces insoportable. Los embotelladores de agua hacen su agosto en pleno junio, mientras que los fabricantes de paletas heladas y raspados colocan la mercancía sin mayor esfuerzo, fuera de oficinas y escuelas o en cualquier esquina más o menos transitada.  
Pero no solamente el consumo de aguas frescas es la solución a los climas extenuantes de esta primavera: existen otros métodos que se han usado desde antiguo, de manera elegante y cotidiana para abatir el calor. Hoy quiero destacar de entre ellos, un curioso y precioso artefacto, de origen más antiguo de el que muchos más o menos entendidos pudieran atribuirle: el abanico.

Los primeros en usarlo fueron los antiguos egipcios. Los esclavos del faraón se hicieron expertos en su manejo, pues los cálidos desiertos exigían el viento constante sobre el rostro y el cuerpo de la máxima autoridad del imperio, a quien debían también ahuyentar los mosquitos tan abundantes y poco condescendientes con la sangre azul, de las riberas del Nilo. Se trataba, en realidad, de plumas trenzadas unas con otras para hacer un instrumento flexible y generoso, que era cuidadosamente mantenido y reparado diariamente, para tenerlo siempre a punto de cubrir las necesidades de ventilación de la augusta autoridad.  

Los chinos también tuvieron abanicos. Solamente que los de ellos eran distintos: pequeños objetos personales, que completaban atuendos perfectos tanto en las grandes damas como para los señores de prosapia, y que se fabricaban con materiales lujosos y escasos: seda, papel pintado, plumas, marfil o caña de bambú, contienen los ejemplares que han llegado hasta nuestros días y que permiten hacerse una clara idea de la grandiosidad de esta cultura milenaria, maravillosa en sus grandes obras, pero también en sus detalles suntuosos.

No fue en China, sino en Japón, y hasta el siglo VII de nuestra era, cuando se fabricó el primer abanico plegable, cuyo diseño ha llegado hasta nuestros días, reproducido en los más diversos materiales, que incluso se regala grabado con publicidad en algunos comercios más o menos originales, o se observa cuando las sevillanas lo despliegan con maestría para mostrar bien enmarcados sus bellos ojos moros, o cuando, cual espada flamígera se pliega y despliega incontables veces en una coreografía flamenca bien zapateada.

Dicen que el artesano japonés que fue su inventor, se fijó en el movimiento de las alas de un murciélago, que le sirvió para crear tan útil e interesante pieza tecnológica. Lo que nunca imaginó seguramente, es que el instrumento se convertiría en un objeto ritual para los japoneses, quienes lo usaron incluso para representar sus mejores piezas teatrales.

El abanico llegó a Europa por la vía de sus puertos, desde luego; Portugal, España a Italia fueron los primeros en emplear tan singular “novedad”. Se calcula que entre 1400 y 1425, se ingresaron los primeros abanicos plegables al viejo continente. Se atribuye a los ¡jesuitas! su introducción a las cortes reales y la historia refiere a Catalina de Médicis como su propagadora en Francia. A partir de Enrique III, todos los reyes franceses tienen en su haber el empleo del abanico, que poco a poco fueron cediendo a las damas, hasta convertir este accesorio en una parte indispensable de su vestimenta.  

Los abanicos rivalizaban en grandiosidad. Llegaron a ser indispensables en el vestuario de una gran señora. Se utilizaban materiales de auténtico lujo, como piedras preciosas, tafetán de Florencia, oro y metales preciosos, etc. Fue hasta el siglo XVII cuando hicieron su aparición en Inglaterra, con una pequeña modalidad: las varillas se sujetaban a un mango rígido y algo largo –tal vez porque las cosas se parecen a sus dueños, y los ingleses no quisieron dejar sin imprimir en este curioso invento, un sello de su propia personalidad-. Las más elegantes damas de la Gran Bretaña rivalizaban por la grandiosidad de sus abanicos, medida esta por la firma del pintor que hubiera estampado con cuidado bellas escenas campiranas y hermosos paisajes que llenaban de nostalgia a sus acaudaladas poseedoras.

Fue hasta el siglo XVIII cuando se difundió por los países mediterráneos y llegó a las colonias americanas de climas cálidos.

En este repaso por la historia de una pequeña y muy conocida curiosidad mundial, no podemos dejar de hacer referencia al sutil “lenguaje “del abanico, que fue empleado para concertar citas amorosas en situaciones tan inapropiadas como la misa o los paseos familiares, como consignan los escritores del siglo XIX, y que fuera tan bellamente manipulado para el arte del coqueteo por damas de todas las latitudes. “Un abanico dice más que mil palabras”, no cabe duda.

Para quien todavía crea en el maravilloso lenguaje del amor sutil, aquí va un resumen de ese viejo y encantador juego de seducción. Así se hablaba en la Colonia:

Dar el abanico cerrado: ¿ Me amas ?    

Mover el abanico cerca de la mejilla: Te amo    

Abanico abierto escondiendo los ojos detrás: Te amo  

Abanico abierto sujetando con las dos manos juntas: Olvídame  

Abanico cerca del corazón: Has conquistado mi amor    

Mover el semiabanico entre las manos: No te lo perdono  

Mover el abanico entre las manos: Te odio    

Abanico descansado sobre la mejilla derecha: Si    

Abanico descansado sobre la mejilla izquierda: No  

Girar el abanico con la mano izquierda: Nos miran  

Bajar el abanico: Somos amigos  

Abanicarse lentamente: Soy una mujer casada

Abanico delante de la cara con la mano derecha: Sígueme    

Abanico detrás de la cabeza con el dedo alargado: Adiós  

Abanico detrás de la cabeza: No me olvides nunca  

Abrir el abanico a la mitad : Espérame    

Según el número de varillas mostradas la respuesta a una pregunta: ¿A qué hora?    

Abanico sujetándolo sobre los labios: Guárdame el secreto

 ¡Realmente fascinante! Un pequeño juego que tal vez debiera revivirse algún buen día!

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