El jazz: Un homenaje a BB King

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Cientos de personas provenientes de todos los rincones de Estados Unidos se dieron cita en Las Vegas para despedirse de B. B. King, la leyenda del blues y del jazz, que falleció el 14 de mayo a los 89 años. Vivian Norman, de la empresa funeraria: «Hemos tenido muchas, muchas llamadas», señaló. «Ha llamado gente de todo el país y han venido de todas partes». El artista fue enterrado en la intimidad en su museo de Indianola, en el estado norteamericano de Mississippi. Con él termina la leyenda que hoy promueven grandes jóvenes como Dave Matthews, el australiano, y otros tantos que quisieran que esta música resuene siempre en los corazones de las nuevas generaciones.

El jazz no es tan viejo: tiene si acaso un siglo de existencia, con un origen bien ubicado en los Estados Unidos. Es una música “fusión”: un término que hoy parece estar de moda y que implica una mezcla de elementos que dan como resultado algo coherente: quien niegue que el jazz tiene algo de folklores, es que no lo ha sentido en realidad.

Al jazz es difícil describirlo.  Con los años ha evolucionado y se ha ramificado para adaptarse a tendencias y a lugares que lo han reclamado como forma de expresión propia. Era fácil adivinar el éxito que tendría entre oyentes e intérpretes: es siempre imprevisible, pues dentro de los cánones y convenciones, hay pie a la improvisación, acompañada de una progresión de acordes que se repiten, ya sean de cualquier canción popular, o los de alguna música original. Es muy llamativo escuchar los sonidos que son  arrastrados de una nota a otra, las ligeras variaciones de tono y los efectos sonoros, como gruñidos y gemidos.  También resulta interesante descubrir que cada miembro de la orquesta es un solista, que desarrolla su música con intensidad e individualidad y que es capaz de acercar hacia sí los reflectores, cuando el momento de su intervención individual llega. El piano, la batería, el bajo y una guitarra, son los instrumentos de una música poderosa y vibrante.  Francamente genial.  En las grandes orquestas, el jazz se adereza con trompetas, saxofones y trombones.  ¡Una verdadera locura musical!

El origen del jazz es, sin duda, proveniente del África Occidental. Se arraigó pronto en la comunidad negra de los Estados Unidos y sufrió la influencia de la  música popular y clásica europea de los siglos XVIII y XIX.  La presentación formal a los grandes públicos, tuvo lugar sin duda en Nueva Orleans. Un músico de nombre Buddy Bolden parece haber sido el artífice de las primeras bandas de jazz, pero su música y su sonido se han perdido.

La primera grabación de una banda de jazz se dio en 1917.  No fueron negros quienes la tocaron, sin blancos que se hacían llamar The Original Dixieland Jazz Band, y que tuvieron un  enorme éxito tanto en Estados Unidos como a nivel internacional.  A partir de allí, se sucedieron listas interminables de grupos musicales, unos blancos y otros negros, rivalizando en exuberancia y ritmo. El  músico más influyente del estilo de Nueva Orleans fue el trompetista Louis Armstrong, un auténtico virtuoso de jazz,  sorprendente improvisador, que cambió el formato del jazz poniendo al  solista al frente de la orquesta.

Durante la década de los 20’s, muchos músicos de Nueva Orleans –incluido Armstrong- emigraron a Chicago para seguir perfeccionando y difundiendo su música. Hacia Nueva York emigraron otros, para establecerse en el barrio negro de Harlem y usar al piano como su estandarte musical. El pianista más innovador de la década, de importancia comparable a la de Armstrong, fue Earl Fatha Hines, un virtuoso que había estudiado música en Chicago, y al que se consideraba poseedor de una imaginación exuberante e impredecible.

Para 1930 surgieron las que se llaman desde entonces, las “Grandes Bandas”, que introdujeron el modelo del jazz a los bailes de sociedad, creando el swing, una derivación más para esta música interminablemente versátil. Destacaron entre ellos Duke Ellington y Fletcher Henderson.  El primero dirigió desde los 20’s y hasta su muerte en 1974, una famosa banda en el Cotton Club de Nueva York.

En Kansas también se hacía música de jazz, con un reflejo de los acentos del suroeste estadounidense.  Surgió allí el saxofonista tenor Lester Young, que tocaba sobre todo con una libertad rítmica que raramente se encontraba en las improvisaciones de los solistas de otras bandas.

Los cantantes de jazz de la década de los 30’s comenzaron a ocupar un lugar en el corazón de muchos cientos de miles que acompañaron sus vidas con las melodías rítmicas y sensuales interpretadas por voces poderosas como las de  Ivie Anderson, Mildred Bailey, Ella Fitzgerald y, sobre todo, Billie Holiday.

El bebop de los 40’s revolucionó el jazz moderno.  Su casa fue el Minton’s Playhouse de Harlem, un club nocturno neoyorquino donde  Charlie Parker, Dizzy Gillespie y Thelonious Monk se reunían todas las noches para dar alegría al país en plena Segunda Guerra Mundial.

En las décadas de los 50’s y 60’s se pusieron de moda el cool o West Coast jazz, y el hardbop, con  Lennie Tristano, Lee Konitz, Dave Brubeck, Paul Desmond y otros músicos generalmente blancos que elevaron el jazz al elitismo de la alta cultura.

A fines de los años 60’s y comienzos de los años 70’s, el jazz se mezcló con el rock para dar lugar a agrupaciones como Soft Machine, Mahavishnu Orchestra, Weather Report y Return to Forever.

Los finales del siglo pasado y esta primera década del nuevo milenio, han demostrado que “el jazz nunca muere” y que seguirá, camaleónico, dentro de todas las expresiones musicales que nazcan en el futuro, como el gran antecedente, como columna vertebral y gran recurso del cual echar mano cuando quiera construirse una nueva melodía, que resulte inolvidable.

Ser jazzista es una distinción: un sello de cultura y conocimiento.  Incluso el afamado pianista y compositor George Gershwin obtuvo sus mayores éxitos con sus fusiones de jazz a las piezas sinfónicas. Benny Goodman hizo lo propio con un éxito sensacional.

El jazz perdurará mientras la gente lo escuche con los pies y no con la cabeza, dijo hace tiempo el director de orquesta norteamericano John Philip Sousa. Tiene razón. Porque el secreto del jazz es su vitalidad, su capacidad de mover el corazón y el alma de quienes lo escuchan.
Es sin duda, la mayor contribución a la cultura universal, que han hecho los norteamericanos.

En Zacatecas tenemos Jazz.  Pablo Quezada lo demuestra cotidianamente en diferentes escenarios, como el Molino Rojo ó en el Mesón del Jobito, o en la misma Feria nacional de Zacatecas, con su grupo de amigos virtuosos, que son ya una de las mejores tradiciones de nuestra entidad. Un ejemplo a seguir, a disfrutar y a impulsar en las generaciones venideras.

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