Recordando “El Bogotazo”

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Dicen que su vida marcó “el antes y el después” en la vida de Colombia.  Dicen que su muerte lo hizo definitivamente.  Así es la vida de los grandes, en uno u otro sentido: son parte aguas para sus pueblos. Con admiradores y detractores que se cuentan con miles, y que inclinan el fiel de la balanza en uno u  otro sentido, según se vayan sucediendo los acontecimientos futuros de la nación.

Así es exactamente nuestro personaje de hoy, Jorge Eliécer Gaitán, poco conocido en México pero estudiado en Colombia hasta la saciedad.  Como nos sucede a los mexicanos con nuestros propios prohombres.

Hay quienes dicen que nació en Bogotá, en el barrio «Las Cruces» en el año de 1903, a pesar de que el municipio de Cucunubá lo reclama como hijo.  Su mamá era maestra y su papá librero; él se hizo abogado.  Su tesis, publicada en 1924, era un presagio de lo que buscaría como proyecto de vida: “Las ideas socialistas en Colombia».  En 1928 obtuvo con honores el doctorado en jurisprudencia en la Universidad de Roma.

Ese mismo año regresó a su país para ser elegido diputado.  Denunció desde la tribuna la masacre de los trabajadores de las bananeras del Magdalena  que quedó inmortalizada en la obra de Gabriel García Márquez, Cien años de Soledad: fue a partir de ese momento que su compromiso popular quedaría sellado: empezaron a conocerlo como “el tribuno del pueblo”.  Para  1931 ya había sido electo presidente de la Cámara de Representantes, a la vez que ejercía también como docente de la cátedra de Derecho Penal en la Universidad Nacional de Colombia y en la Universidad Libre, de la que fue nombrado Rector.

Fundo en 1933  el partido político Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria (UNIR) y más tarde lo fusionó al Partido Liberal teniendo como bandera principal, la lucha contra el monopolio en la tenencia de la tierra y la necesidad de emprender una profunda reforma agraria.

En 1936 fue nombrado alcalde de Bogotá: las causas de su renuncia al cargo, no dejan de ser curiosas: los taxistas hicieron un paro laboral, porque pretendió uniformarlos, lo mismo que había hecho por ejemplo, con los lustradores de calzado.  Con los taxistas el desorden vial fue tal, que no le quedó sino la dimisión.

En 1940 fue nombrado Ministro de Educación: su tarea principal fue la alfabetización: instauró el zapato escolar gratuito, los restaurantes escolares, el cine educativo ambulante y la extensión cultural masiva.

Su acción política se dirigió contra las oligarquías y por la restauración moral de la República. En 1945 presentó a consideración de la Convención Liberal su candidatura para la presidencia de la República, pero fue rechazada por los líderes del partido quienes favorecieron a Gabriel Turbay. Gaitán se rehusó a cumplir la decisión de la convención y lanzó a pesar de todo, su candidatura para las elecciones del 5 de mayo de 1946. Esta división del partido Liberal favoreció el triunfo del candidato conservador Mariano Ospina Pérez. Así el partido Conservador recuperó el poder después de 16 años de gobierno Liberal.

Gaitán resurgió con nuevos ímpetus en las votaciones de marzo de 1947 para el Congreso, en donde logró una mayoría indiscutible en ambas cámaras, de diputados y senadores y antes de que finalizara el año, fue proclamado jefe único del Partido Liberal.

El 9 de abril de 1948, Juan Roa Sierra, un joven que vivía en el barrio Ricaurte de Bogotá, salió de su casa para dirigirse al centro de la ciudad, al famoso café Gato Negro, popular sitio de reunión de intelectuales, periodistas, poetas y bohemios, localizado a pocos metros del edificio Agustín Nieto, donde Gaitán tenía su oficina de abogado, y donde se encontraba trabajando desde las 9 de la mañana. Hacia el medio día Roa Sierra se dirigió a la oficina del penalista. La secretaria, Cecilia de González, atendió la inesperada visita del extraño que solicitaba entrevistarse de inmediato con el jefe liberal. Al no ser atendida su petición Roa Sierra abandonó la oficina con muestras de altanería y desagrado, y se ubicó afuera, cerca de la puerta del edificio. A la 1 de la tarde salió del edificio acompañado de cuatro amigos que había pasado por él para llevarlo a comer al Hotel Continental:

Al salir del edificio el homicida disparó tres veces sobre él. Sus acompañantes buscaron un vehículo para llevarlo a la Clínica Central. Allí falleció cuando su amigo y médico Pedro Eliseo Cruz se disponía a practicarle una transfusión de sangre.

Estupefactos, los transeúntes, loteros y lustrabotas del sector empezaron a gritar: «¡Mataron al doctor Gaitán!, ¡mataron al doctor Gaitán!, ¡Cojan al asesino!». Un cabo de la Policía capturó a Roa Sierra, lo golpeó y lo desarmó e ingresó con él a la droguería Granada cerrando la reja para proteger la vida del homicida. Cuando se le preguntaron las causas de sus hechos él respondió: «No puedo. Son cosas poderosas que no puedo decir». Luego la turba enfurecida que se había formado en minutos sacudió la reja y la abrió. La muchedumbre ingresó y un lustrabotas le pegó con su caja de embolar en la cabeza. Roa Sierra cayó al piso. Lo sacaron de la droguería y sobre el andén lo masacraron.

La noticia de la muerte del jefe del liberalismo se difundió a todo el país. En Bogotá la turba que se había congregado frente a la Clínica Central  engrosó la marcha macabra que se dirigía a Palacio. Al llegar a la avenida séptima con calle octava, desnudaron el cadáver de Roa y amarraron los pantalones a un palo para ser agitados como bandera revolucionaria mientras gritaban «¡Viva Colombia!». En las otras ciudades del país la revuelta estalló en focos dispersos, parciales, en actitudes grupales o aisladas, que reflejaban la situación de indignación del pueblo liberal.

Al llegar a Palacio los manifestantes arrojaron el cuerpo desnudo de Roa Sierra contra la puerta principal. De inmediato salieron del Batallón Guardia Presidencial 80 soldados al mando del teniente Silvio Carvajal y procedieron a dispersar a los manifestantes, quienes abandonaron el lugar replegándose hacia la Plaza de Bolívar.

Comenzaron los incendios en el sector; primero ardió el Palacio de San Carlos, luego la Nunciatura Apostólica, los conventos de las Dominicanas y de Santa Inés, la Procuraduría General de la Nación, el Instituto de la Salle, el Ministerio de Educación, la Gobernación de Cundinamarca, el Palacio de Justicia y los tranvías. A la par de los incendios se iniciaron los saqueos a los almacenes, joyerías y platerías.

A las 3 de la tarde salieron de la Escuela de Motorización (hoy Grupo de Caballería Mecanizado Rincón Quiñones), tres tanques de guerra y seis carros blindados al mando del capitán Mario Serpa rumbo a la Plaza de Bolívar. El capitán Serpa, para evitar el uso de las ametralladoras con que estaban provistas sus unidades blindadas, abrió la escotilla y trató de persuadir a los manifestantes para que se retiraran. En ese instante tres tiros hirieron mortalmente al capitán. De inmediato los tanques dispararon sobre la multitud.

Cuenta el historiador Jorge Zerpa que “Aunque el sector del Palacio Presidencial fue controlado por el Ejército, la autoridad en la capital desapareció. Los policías se sublevaron, apoyaron la revuelta, distribuyeron fusiles entre espontáneos francotiradores y, en la Quinta Estación, trataron de organizar con algunos líderes gaitanistas una junta revolucionaria para darle alguna dirección al movimiento insurgente y tumbar el gobierno de Ospina Pérez.”

Esos líderes se dirigieron a Palacio Nacional para sugerir la renuncia del primer mandatario como solución a los tumultos. Ospina se negó. A medida que iban pasando los días la situación se fue normalizando: el 10 de abril Ospina nombró ministro de Gobierno al dirigente liberal Darío Echandía, como queriendo compartir el gobierno con la nación entera.

Colombia no volvió a ser la misma: con la muerte de Gaitán se perdieron años de integración social y de trabajo colectivo: se polarizaron los colombianos en una violencia soterrada que se hizo habitual.

Mucho ha costado a Colombia superar “el Bogotazo” del 48.  Hoy es una nación moderna y compleja, como lo es México: con profundas desigualdades sociales, con inmensas riquezas naturales, con problemas de narcotráfico y con una rica cultura que brindar al mundo.

Hoy que se cumplen 67 años de ese acontecimiento, bien vale la pena recordar a un hombre que dejó huella en Latinoamérica con sus ideas liberales y de vanguardia y que tal vez por ellas, debió morir.

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