Mi amigo Jorge Saldaña y la patita va al mercado

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

No recuerdo ni cómo ni cuándo lo conocí. Un día en la oficina del ingeniero Cárdenas, en la calle de Guadalajara donde recién se había creado la Fundación para la Democracia, me lo encontré. Yo era miembro del primer Comité Ejecutivo Nacional del PRD y tenía la cartera de Promoción en el Extranjero del novel Partido de la Revolución Democrática.  Había fundado comités perredistas en San Francisco, Los Ángeles, Texas, Nueva York y Chicago y representaciones en países como Alemania, Suecia y muchos otros. Jorge aspiraba a ser gobernador o diputado. Platicamos muy bien y lo enlacé con Cuauhtémoc Cárdenas y con Porfirio Muñoz Ledo con quienes yo tenía una relación bastante estrecha.

Dejé de verlo.  Nos encontramos en París, precisamente en su departamento, que estaba exactamente en la plaza donde se encuentra la Marie de París, quizá el punto más valioso del primer cuadro de la Ciudad Luz.

Llegué a la puerta de su casa. Tenía el código electrónico para poder entrar y subir.  Una finca muy bella con un elevador muy antiguo y un departamento enorme si consideramos el estándar de vida parisino. Tenía a su disposición una persona de limpieza y un conserje. Me ofreció pernoctar en su casa. Le agradecí la oferta, más tenía reservación en el hotel De Beaune, a unos cuantos pasos de la Gare de Orsay, del río Sena y, desde luego, del Museo de Louvre.

Fui enlace para una entrevista en París de Porfirio Muñoz Ledo y de Cuauhtémoc Cárdenas.  A partir de allí inició nuestra extraña relación. Un hombre grande, con enorme experiencia: había entrevistado a Fidel Castro en 1959 y a todos los personajes que a Usted se le ocurran, de esa época.

Me invitó a su programa de radio, que transmitía para México y París desde una de las recámaras de su casa, convertida en oficina, a la que me he referido. Tenía una asistente para el manejo de sus documentos y la preparación de su programa. Siempre que iba a París, bajo cualquier motivo, era invitado a su programa.  En su departamento, que estaba en el cuarto piso, según creo recordar, tenía una perra negra –bulldog- a quien llamaba La Chata: dócil y agradable con los visitantes.  Una vez terminado el programa, alrededor de las 4 de la tarde, íbamos a comer al lugar donde almorzaban los legisladores parisinos.  Un bello lugar, sin duda.  Otras ocasiones degustamos comidas regionales francesas como la alsaciana, o realizábamos una gira de bares del siglo XVIII –quizá unos diez- por lo que en el último teníamos dificultades para conservar la verticalidad.  Lo llevaba a su departamento. Había que apretar el control de entrada, subirnos al elevador de acero, tocar su puerta y escapar.

Cada día hacíamos un tour diferente, de vivencias y comidas.  Resultaba imposible pagar la cuenta con tan generoso amigo como compañero.

Me convertí, además, en su agente para muchas cosas. Había conocido a una cirujana maxilofacial francesa, que tenía una tesis acerca de que el delincuente capturado en la muerte de Colosio no era el asesino que estaba en la prisión. Me pidió que hablara con Ealy Ortiz, que entonces era mi jefe, pues yo publicaba los jueves en El Universal.  Le planteé el tema a él y a su equipo: demostrar a través de una investigación que el asesino de Colosio original, no era el detenido. El periódico aceptó y en unas cuantas semanas apareció en primera plana dicha investigación firmada por la doctora francesa.

También le ayudé a comercializar su casa, que había vendido a los Cantón Zetina en la Zona Rosa, pero que después de ciertas dificultades en la operación hubo de conservarla y buscar nuevos clientes.  También le ayudé a promover la venta de otra propiedad en El Ajusco, pues pronto regresaría a México.

Compartíamos cosas siempre, y cada vez que llegaba a París estaba su Mercedes Benz blanco esperándome en el aeropuerto. Comidas generosas, presentación de amigos… Un asistente de su programa había sido yerno de Portes Gil y director de una empresa paraestatal en México, en tanto que en París era catador de vinos y había renovado pareja con una alemana de “no malos bigotes”.

Visitas infinitas, programas diarios… compartimos parte de la vida en París. Yo había terminado ya mi estancia de doctorado en la HEC, pero seguía visitando la Ciudad Luz con frecuencia.

Un día me informó que le habían provocado un fraude con sus ahorros. Se trataba de una empresa internacional. Moví mis relaciones con Pedro Aspe y con Zedillo, menos con Salinas pues eran enemigos naturales.  Según cuenta la historia, Jorge se negó a apoyar a Salinas y tuvo simpatías por Del Mazo.

Cuando regresó a México, Jorge Saldaña volvió a vivir a Banderillas, a la casa donde su madre nació.  Una mujer bella, al parecer otomí.  La casa estaba en el primer cuadro de la ciudad. Era una casa modesta pero muy grande.  Jorge la adaptó: el comedor tenía vista al terreno adjunto –muy grande también  Todo verde: tenía caballos como esculturas vivas, vacas, chivas… cualquier animal doméstico coexistía en ese espacio tan verde como es Jalapa con su humedad.  Mi reclamo de siempre: para qué dejar su bella casa de París para regresar a su pueblo, una cosa que me parecía ingrata para su estilo.

Al conocer su nueva casa, me di cuenta que es verdad el dicho de “genio y figura hasta la sepultura”.  Era inmensamente bella, con un paisaje mexicano, y en esos días se entretenía buscando pinturas naturales para pintar ropa mexicana con miras a su exportación.

Años después nos vimos, cuando sus danzoneras y marimbas eran presentadas en municipios del país.  Le ayudé a promoverlas en el Estado de México.  En Zacatecas fracasé, pero tocó en muchos lugares.  Ya traía por entonces el bastón que usó hasta el final de sus días: era el bastón de mando, que también le ayudaba a resolver sus problemas de movilidad.

Nos vimos con mucho gusto afuera del Teatro de la Ciudad, cenamos, convivimos. Él había tenido cáncer algunos años antes, pero estaba bien.

Me comprometí a regresar a visitarlo a Banderillas, Veracruz, pero la promesa no fue cumplida. No hubo tiempo para ello. Hoy leo con consternación y tristeza, pero también con cariño, que ha muerto el Padre de la Nostalgia. El periodista agredido por los poderosos, que siempre se defendió, y que tenía por ello tantos despidos en su vida profesional.

París fue como la Isla Elba para Napoleón, un lugar de exilio para Jorge Saldaña.  Jovial, irónico, grandote: su foto con Fidel Castro estuvo siempre junto a él.  Jorge le ganaba en altura por media cabeza y creo que también en inteligencia.

“La Patita”, era su canción de entrada al programa: para los franceses toda una muestra de surrealismo: cómo era posible que fuera al mercado y aparte hiciera “cua cua”.  Era un llamado a la reflexión de Saldaña al pueblo francés.

Una vida intensa, que enriqueció la mía. Lo extrañaré siempre.

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