López Velarde: Un zacatecano en el Distrito Federal

JAIME ENRIQUEZ FÉLIX

Nace en la Villa de Jerez de García Salinas, a seis leguas delante del pueblo de Guajúcar, por andaluces, que provenían de Jerez de la Frontera. He allí la belleza de sus patios y la hermosura de sus encantadoras mujeres.

Las procesiones religiosas están dedicadas a su patrona, la Virgen de la Soledad. Un poco de imaginación hace presumir precisamente que “La sangre devota” es una poesía ofrendada a esta virgen, por una pareja que casara en su parroquia y que más tarde fueran los padres del ilustre Ramón López Velarde.

Sus abuelos paternos, Ramón López Díaz, que según investigaciones había nacido en Villa Hidalgo, y doña Urbana Morán, de Rincón de Romos en Aguascalientes. Se presume que el apellido Velarde no fue utilizado por esa generación.

Sus abuelos maternos: José María Berumen y doña Trinidad Llamas, originarios de Jerez o de sus alrededores.

Fueron ocho sus hermanos, menos una hermana muerta: Jesús, médico bacteriólogo, Trinidad, químico, Guadalupe, compañera de su madre, Pascual, ferrocarrilero, Guillermo, poeta, Leopoldo, contador, Aurora, normalista, junto con su gemela, Esperanza, y desde luego, el mayor, el gran poeta José Ramón.

Nació a la 1 de la mañana del 15 de junio de 1888 en Jerez. Fue bautizado el 21 del mismo mes, en la iglesia parroquial. El presbítero: don Inocencio L. Velarde, con licencia del señor cura, Fray Guadalupe de Jesús Alba, según lo marca el libro de bautizos con el número 17 del archivo de dicha parroquia, en la foja 47 frente.

A finales de 1900, su padre lo lleva al Seminario Conciliar de Zacatecas. Su prosa, “El Señor Rector” nos relata esa vivencia. Estudia humanidades en los años de 1901 y 1902, obteniendo un premio de primer orden, logrando también la mención honorífica.

A finales de 1902 y hasta 1905, estuvo en la ciudad de Aguascalientes, en el Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe.

Para 1908 dio inicio a sus estudios en la escuela de Leyes del Instituto Científico y Literario de la Universidad de Sal Luís Potosí, quedando exento de presentar el examen profesional correspondiente. Una vez titulado, se desempeñó como juez de El Venado, San Luís Potosí, y en 1912 se traslada a la Ciudad de México, para escribir en la revista La Nación.

Posteriormente ocupó cargos burocráticos y la cátedra de Literatura en la Escuela de Altos Estudios y en la Preparatoria, posición que mantuvo hasta su muerte, acaecida el 19 de junio de 1921, cuatro días después de haber cumplido los 33 años de edad. Según versiones orales, luego de festejar su cumpleaños, fue con amigos a ver la puesta del sol. Se durmió allí, lo que le provocó una pulmonía fulminante que acabó con su vida apenas tres días después.

Fuensanta fue su musa. Su inexistencia física nunca ha podido ser demostrada. Hay mujeres a quienes se les asocia con la imaginación, pero sus nombres no coinciden con el de la musa.

En una publicación de la revista Nosotros en Aguascalientes, surge el primer señalamiento sobre la dama. He aquí el sexteto:

“Tanto se contagió mi vida toda
del grave encanto de tus ojos místicos,
que en vano espero para nuestra boda
alguna de las horas de pureza
en que se confortó mi gran tristeza
con los primeros panes eucarísticos”.

Más adelante, en 1911, en otra revista llamada El Regional de Guadalajara, habla expresamente de su musa:

“¿Por que, Fuensanta mía,
si mi pasión de ayer está ya muerta
y en tu rostro se anuncian los estragos
de la vejez temida que se acerca,
tu boca es una invitación al beso
como lo fue en lejanas primaveras?

A fuerza de quererte
me he convertido, Amor, en alma en pena,
y en el candor angélico de tu alma
seré una sombra eterna…”

Se habla de la participación de Ramón López Velarde en el Plan de San Luís. No hay la certidumbre de que ello haya sido así, sin embargo, sí fue un amigo próximo del mártir Francisco madero, y lo acompañó en diversas giras rurales e incluso a los Estados Unidos.

Al triunfo de Madero, colabora en el diario La Nación de México, y fue él mismo candidato a la XXVI Legislatura para Diputado Federal suplente, llevan como titular al doctor Francisco Hinojosa. Su adversario fue nada más y nada menos que Aquiles Elorduy. Desde luego fue un fraude electoral que impidió al poeta llegar a la cámara legislativa.

El primero de sus amores fue Eloisa Villalobos –quizá a los ocho años de edad- “la hija del enjuto médico del lugar”, que describe en “La Viajera” en sus días de cachorro. El nombre es cambiado en la poesía.

Su segunda amada fue Isabel Suárez a quien “acechaba a la salida de la escuela a las cinco de la tarde, ya la hiperbólica distancia de doscientos metros, no habiendo jamás salvado ni siquiera uno de ellos”.

Otras damas provincianas como Susanita Jiménez –a él le decían “musiquita por dentro”- eran jóvenes casaderas que hasta novio tenían. Cuando se alejó del platónico amor de Susanita lo expresó de esta forma:
“Ya me voy de esta casa querida
donde todos mis gustos cumplí,
donde…”

De Fuensanta se dice que su nombre de pila fue Josefa de los Ríos, nacida en Ciénega el 16 de marzo de 1880 y bautizada el 19 de ese mes en la iglesia parroquial de Jerez. Hija legítima de don Eufemio y doña Clara de los Ríos.

Una mujer que en la pubertad tenía la tez blanca y grandes ojos oscuros de mirada triste, trenzas largas, sin maquillar. Indudablemente, Pepa es Fuensanta, el ideal del autor de “Minutero”, de amplias enaguas, impecables blusas de cuello hasta el huesito, de oficios domésticos, que soñaba con desposarse en alguna ocasión, más nunca lo logró.

Ocho años mayor que el poeta, este siempre se negó a la responsabilidad que tuvo como hijo mayor de su padre, y consideró que perpetuar la especie era un imposible para un poeta y que tamaña tarea debía recaer en cualquier otro de sus hermanos. Empero, su amor “por la niña del retrato” fue siempre infinita, como lo muestra su poema, “Zozobra”:

“Delinquiría
de leso corazón si no anegara con mi idolatría,
en lacrimosa ablución,
la imagen de la párvula sombría.
cejas, andamio
del alcázar del rostro, en las que ondula
mi tragedia mimosa, sin la bula
para un posible epitalamio…
Párvula del retrato;
Seriedad prematura”

A partir de “La Sangre Devota” hay frases en su poesía que resultan impactantes.
“Me siento acólito del alcanfor,
un poco de pez espada,
y un poco San Isidro el Labrador…”

Ó mostrando nostalgia:
“No sé si estoy triste por el alma
de mis fieles difuntos,
o porque nuestros mustios corazones
nunca estarán sobre la tierra juntos”

O figuras musicales:
“Gemían los violines
en el torpe quinteto
e ignoraba la niña que
al quejarse de tedio conmigo,
se quejaba con un péndulo”
Sobre el amor eterno:
“Fuensanta: al amor aventurero
de cálidas mujeres azafatas
súbditas de la carne: te prefiero
por la frescura de tus manos gratas”

“Fuensanta, ha de ser locura grata
la de bailar contigo a los compases
mágicos de una vieja serenata
en que el ritmo travieso de la orquesta
embriagando los cuerpos danzadores
se acuerda al ritmo de la sangre en fiesta.”

Sobre la muerte:
“Señor, Dios mío: no vayas
a querer desfigurar mi pobre cuerpo, pasajero
más que la espuma de la mar,
ni me des enfermedades largas en mi carne,
que fue la carga
de la nave de los hechizos,
del dolor del aposento,
y la genuflexión verídica
de tu trágico pavimento”.

Es López Velarde el poeta inmenso de México, que con el tiempo rebasó por mucho a la ínclita Sor Juana Inés de la Cruz.

Pepa de los Ríos, la musa, murió sin saber serlo, cuatro años antes que el zacatecano poeta. Este construye un estilo excepcional, de poesía llena de cargas anímicas y sentimentales. Vaticinador de hechos históricos como “los veneros que escrituró el diablo” y que nos han convertido ahora en esclavos del imperio, o el “tañer de las campanas” de la catedral de Zacatecas, que obligaron el paso innecesario del Papa en su visita a la catedral basílica de nuestro estado.

“El Son del corazón”, poema bello, quizá póstumo, nos deja frases infinitas y algunas otras como:
“Tu barro suena a plata y en tu puño,
su sonora miseria de alcancía”

La terrible noche del 19 de junio de 1921, se convierte en una convocatoria de la inteligencia mexicana: intelectuales, políticos, escritores, actores y sobre todo, del pueblo de México, envueltos en el dolor de la pérdida de un grande.
Aún me viene una frase:
“El cuervo legendario que nutre al cenobita,
vuela por mi tebaida sin dejarme su pan”.

Murió a los 33 años, la edad de Cristo, descanse en paz.

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