Otra vez se quedó corta la Cumbre Climática

LUIS GERARDO ROMO FONSECA *

Ahora que finalizó la Cumbre sobre Desarrollo Sostenible Río+20 efectuada en Río de Janeiro, Brasil; las representaciones de cada país se enfrentaron al reto de traducir los objetivos del desarrollo sustentable en acciones concretas. La pretensión era, tal y como lo expresó el director general de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), José Graziano da Silva: partir de “la necesidad de erradicar el hambre y la pobreza extrema, mientras se preserva el medioambiente y los recursos naturales”. Esta Cumbre, la mayor en la historia de la ONU, reunió a líderes y representantes de 191 países 20 años después de la histórica Cumbre de la Tierra de 1992 en Río de Janeiro.

Sin embargo, como ha venido sucediendo con cada una de las reuniones precedentes, esta Cumbre terminó con una marcada insatisfacción respecto a las metas planteadas y por la ausencia de acuerdos más ambiciosos con que finalmente concluyó. Desde el inicio, Río+20 se vio empañada por la inasistencia de algunos de los líderes más importantes del planeta, empezando por Barack Obama, de Estados Unidos; Angela Merkel, de Alemania y David Cameron de Gran Bretaña.

Sumado a ello, el debate se tornó ríspido en temas polémicos como el argumento de que la ciencia de la sustentabilidad está muy poco desarrollada; que la “economía verde”, básicamente, representa una nueva forma de explotación de los países subdesarrollados por parte de los industrializados etc..

De sus resultados finales, podemos mencionar algunos compromisos acordados en áreas concretas, por ejemplo, el establecimiento del Marco Decenal de Programas sobre Producción y Consumo Sostenible, que define la creación de un marco general sobre un tema prioritario para el desarrollo sostenible. No obstante, no se pudo crear la Organización Mundial del Medioambiente, que era una exigencia de los grupos ambientalistas y sólo acordó una serie de funciones para la mejora del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Así mismo, se aprobó un documento titulado “El futuro que queremos”, el cual, según diversas asociaciones ambientalistas y de derechos humanos, así como especialistas en la materia, han coincidido en que dicho documento dejó en evidencia la falta de un verdadero compromiso de la comunidad internacional con el combate al cambio climático.

De esta forma, diversas Organizaciones No Gubernamentales han llegado a señalar que Río+20 pasará a la historia por “la falta de ambición de los gobiernos participantes y por sus buenas palabras, vacías de contenido”. Todo ello, a causa de la serie de diferencias insalvables entre de los 191 Estados participantes, respecto a las posibles soluciones para frenar el deterioro ambiental y reducir la pobreza en el mundo.

Ante los magros resultados obtenidos, numerosas asociaciones de la sociedad civil global han llamado a esta Cumbre “Greenwashing+20”, en referencia a lo que ellos consideran un simple “lavado de imagen medioambiental” y al “maquillaje verde” a que se han limitado los países participantes en la Cumbre, ante su desinterés por implementar medidas reales para reorientar los esquemas de producción y consumo que están acabando con el planeta. En este orden de ideas, el representante de Greenpeace Internacional, Kumi Naidoo, llegó a sostener que: “Río+20 ha sido un fracaso de proporciones épicas”.

En un sentido opuesto, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, catalogó a la Cumbre como una “conferencia exitosa”; sin embargo, también advirtió a los líderes mundiales que “el camino es largo y duro… El reloj está corriendo y el futuro está en sus manos”. Desde otra perspectiva, si cotejamos los objetivos y resultados de Río+20 en función de la postura asumida previamente por nuestro país, parece que éstos se quedaron cortos. Previamente al inicio de la Cumbre, la representación mexicana había señalado que Río+20 debía “consistir en una declaración política que reafirme el compromiso global con el desarrollo sustentable, seguido de un conjunto de decisiones que contemplen acuerdos para aplicar estrategias y emprender acciones puntuales hacia la sostenibilidad, completado por mandatos que establezcan objetivos y plazos específicos realistas que permitan dar viabilidad a tales entendimientos”.

Por nuestra parte, a nivel nacional, pese a las buenas intenciones y pronunciamientos, los esfuerzos del gobierno mexicano para convertir la sustentabilidad ambiental en un eje transversal de las políticas públicas han sido insuficientes. No obstante, como he señalado con insistencia, todavía estamos a tiempo de implementar las medidas necesarias para que todos los proyectos, programas y planes de infraestructura del sector productivo y del desarrollo social, sean compatibles con la protección del ambiente y dirigidos a alcanzar la equidad social; sobre todo, debemos comenzar desde los espacios locales y abonar a la sustentabilidad global.

Para terminar, podemos afirmar que la Cumbre del Desarrollo Sostenible Río+20 se quedó corta; aunque algunos líderes mundiales hayan argumentado que su realización trajo ciertos avances. Sin embargo, si hacemos un recuento de los logros alcanzados y los contrastamos con las necesidades del planeta, el saldo es desfavorable es evidente: no estamos siendo capaces de reorientar el rumbo del planeta hacia un futuro viable, ni de conseguir una convivencia llevadera en el presente. Por supuesto, la responsabilidad mayor de esta situación recae en los países “desarrollados”, a quienes les corresponde modificar sus esquemas de vida y desarrollo a partir de pautas específicas como: el cambio en el uso de energía fósil por energía renovable; en la modificación de sus sistemas productivos, económicos y sociales que imponen globalmente y perpetúan el modelo actual de destrucción ambiental.

Como conclusión, vale la pena recordar lo dicho por el teólogo y ambientalista brasileño Leonardo Boff, al contrastar los estrechos límites de la Cumbre de Río+20 con el sentido humanista de la Conferencia de Estocolmo en 1972, donde -afirma Leonardo Boff- “el foco central no era el desarrollo, sino el cuidado y la responsabilidad colectiva por todo lo que nos rodea y que está en acelerado proceso de degradación, afectando a todos y especialmente a los países pobres”.

* Diputado Local

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