Gobernar es disputar el presupuesto

JORGE ÁLVAREZ MÁYNEZ *

Si me preguntaran la mejor manera para evaluar a un gobierno, lo primero que vendría a mi mente es el comportamiento presupuestal. O en sentido inverso: la parálisis de nuestro país se define, en buena medida, por la incapacidad de gobiernos de los tres niveles (municipal, estatal y federal) para generar reformas presupuestales de fondo.

Resulta verdaderamente trágico encontrarnos con candidatos que en campaña proponen reformas sustanciales a la forma de gobernar y que a la hora de ser electos apenas se conforman con presumir que hicieron más obra o ampliaron el número de beneficiarios de ciertos programas, o que “bajaron” más recursos, como si eso fuera producto de una dinámica propia y no de la propia evolución nacional de los programas y los presupuestos.
Pero a la hora de confrontar los presupuestos, salvo modificaciones específicas, lo que vemos es continuidad. A los distintos capítulos y a los distintos temas, prácticamente sólo se les va modificando lo que la inercia inflacionaria y de transferencia de recursos dicta.
Si eso sucede, no es necesariamente porque nuestros gobernantes sean ineptos y cobardes (aunque en buena medida lo son). También pasa porque detrás de cada partida presupuestal hay grupos de interés que se ven afectados y que siempre luchan con mayor intensidad porque las cosas se conserven como están que aquellos que buscan reformar.
En palabras de Nicolás Maquiavelo: “No existe nada de trato más difícil, de éxito más dudoso y de manejo más arriesgado que la introducción desde el poder de nuevos ordenamientos, porque el que introduce innovaciones tiene como enemigos a todos los que se beneficiaban del antiguo ordenamiento, y como tímidos defensores a todos los que se beneficiarían del nuevo”.
Sin embargo, ese es el verdadero arte de la política: transformar y “reformar el poder” (como señalara en su épico discurso del Monumento a la Revolución Luis Donaldo Colosio).
A estas alturas de la discusión, es auténticamente mediocre que un gobierno aspire (en sí mismo) a construir más escuelas o pavimentar más calles o mejorar el drenaje de más colonias. Lo verdaderamente relevante es el impacto que las decisiones gubernamentales tienen en la calidad de vida de los habitantes.
En los tiempos en los que el discurso global se ha corrido al paradigma del desarrollo humano, es injustificable creer que (repito, por sí mismas) las acciones de beneficio social de mayor impacto puedan ser la construcción de pisos firmes o la entrega masiva de despensas.
Si el subdesarrollo ha sido definido por Amartya Sen como la existencia de restricciones a las libertades de los seres humanos (o restricciones a la felicidad de las personas), lo que los gobiernos deben de buscar es eliminar esas restricciones.
En algunos casos, esas restricciones son un medio de transporte y en algunos otros, se trata de la ausencia de satisfactores mínimos (vivienda, alimentación, electricidad). Pero en la totalidad de las personas, esas restricciones están ligadas a su educación y formación individual.
Por eso, se han convertido en millones los jóvenes que, lejos de exigir satisfactores tradicionales (despensas, becas del servicio de empleo), comienzan a modificar sus aspiraciones y exigen educación y conectividad.
Y los esfuerzos para atender a esas voces deben de multiplicarse.
Un gran paso ha sido el que ha dado Barack Obama al presentar (sí, en febrero del 2012) su proyecto de presupuesto de egresos para el 2013, en el que se incluye una agresiva política fiscal (elevando los impuestos a los estadounidenses que ganan más de un millón de dólares al año), una reducción del gasto en defensa e importantes incrementos en los rubros de educación e infraestructura (para estimular la generación de empleos).
Mientras eso sucede, los asesores del candidato presidencial de la izquierda mexicana lo han convencido de adoptar un discurso anodino y carente de compromiso, prometiendo a los empresarios que no habrá nuevos impuestos y que, de hecho, eliminará algunos (en un país que recauda la mitad que Honduras y Nicaragua).
La creatividad, sin embargo, sí le ha alcanzado para proponer que la burocracia sea re-bautizada de una forma folclórica y hasta líricamente atractiva, pero que, en los hechos, no expresa ni siquiera el deseo de modificar el orden de las cosas en nuestro país.
Por eso, pese al sentimiento antigringo de nuestra rupestre clase política, podremos decir misa, hay que señalar una diferencia fundamental de lo que está sucediendo en Estados Unidos y aquí:
Mientras allá está gobernando la izquierda, aquí ya ni siquiera aspira a hacerlo. Se conformarían con ganar una elección, aunque eso signifique renunciar a gobernar, que no es otra cosa que renunciar a disputar el presupuesto.

*Diputado Local
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