"Niño milagro", testimonio de bondad de Juan Pablo II

«Soy un testimonio vivo de la bondad de Juan Pablo II», que la gente puede ver para seguir creyendo en él, afirma José Herón Badillo Mireles, el «niño milagro», conocido así en Zacatecas porque en su visita de 1990, el Santo Padre lo curó de leucemia, cuando la ciencia ya lo había desahuciado.

En aquel entonces Herón era un niño de sólo cinco años, que ya había pasado gran parte de su vida en hospitales y sufrido del dolor del cáncer de sangre y de los estragos de los tratamientos de radiaciones. Era un infante que estaba en su casa sólo esperando la llegada de la muerte.

Pero hoy, gracias al milagro en vida del beato Juan Pablo II, Herón es un hombre de 26 años, que tiene una familia compuesta por su esposa Aledia Ledesma Guerra, con quien se casó en 2007, y por su hija de cinco meses, Ana Paula.
Se define como un católico que trata siempre de «echarle ganas a todo lo que hago, de disfrutar cada momento… Estoy agradecido con Dios y con la vida» por la segunda oportunidad que se me brindó, dice.
La curación «milagrosa» de Herón aún no ha podido ser explicada por la ciencia médica, pese a los estudios que se le hicieron luego de su encuentro con Juan Pablo II, en su visita a Zacatecas el 12 de mayo de 1990.
«Es un privilegio que haya salido de esa enfermedad, que aún en la actualidad, con todos los avances médicos, se sigue muriendo gente de eso. Yo digo que fui elegido entre millones de personas (para ser sanado) y eso hay que valorarlo… trato de echarle ganas a cada cosa que hago», afirmó en entrevista telefónica desde Houston, Texas, donde actualmente radica.
Con un tono de voz que denota emoción y agradecimiento, el joven asegura que «por algo me dejó Dios. Todavía no sé qué voy a hacer, pero sé que es algo. Tengo un compromiso con Dios y estoy en espera de que llegue para cumplirlo».
Tras 21 años de ser llamado «el niño milagro», para él ya es algo normal, es como un apodo que tiene y que le pusieron los medios de comunicación zacatecanos desde aquel entonces, cuando se curó, mote que refleja su orgullo por haber sido salvado, lo que sucedió porque él y su familia depositaron en el Santo Padre su fe.
Considera que es una dicha ser testimonio de los primeros milagros del Papa e indica que no hay diferencia entre realizarlos en vida o después de muerto, ello en referencia a que el prodigio en su persona fue realizado en vida y por lo que no fue tomado en cuenta por el Vaticano para promover la beatificación.
Sin embargo, manifiesta que lo importante es que Juan Pablo II haya sido beatificado, el pasado 1 de mayo, por la Iglesia católica y que por ello es un orgullo ser el ‘niño milagro’, porque es testimonio para la gente crea, aunque no puede influir en sus pensamientos.
Al recordar aquellos años de la leucemia, Herón manifiesta que sus padres ya le habían hecho mucho la lucha y habían decidido dejarlo en su casa, en el municipio de Río Grande, en espera de que llegará el momento fatal, pues ya tenía dos semanas casi sin comer. Cuando se enteraron de la visita del Papa, el propio niño pidió que lo llevaran a verlo.
Emocionado, rememora que el milagro ocurrió desde el principio, cuando un día antes de que llegara el Santo Padre les entregaron un boleto para recibirlo en el aeropuerto internacional de Calera, únicamente debía llevar el niño en sus manos una paloma blanca para identificarlo y dejarlo acercarse.
Cuando llegó Juan Pablo II toda la gente se le acercó y perdieron la esperanza de verlo; de pronto, el «mar de gente» se abrió, el Papá se acercó a él y le indicó que dejara volar la paloma. Luego le tocó la cabeza y el rostro y le dio la bendición. En ese momento se sintió mejor, hasta pudo comer sin vomitar después el alimento.
Fue inexplicable, porque a partir de ese momento Herón se sintió mejor, alivió que fue en aumento y cuando fueron con el doctor recibieron la increíble noticia de que el cáncer había desaparecido y desde hace 21 años que no tiene ningún síntoma de ella.
Tuvo una niñez y adolescencia maravillosas, y hoy formó una familia. Eso no lo hubiera logrado sin la intervención de San Juan Pablo II.
Notimex
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