Mexicanos clasistas, racistas, sexistas…

MARIA DEL SOCORRO CASTAÑEDA DÍAZ

Escribo estas líneas exactamente a una semana de la entrega de los premios Óscar. Es cierto, se trata de reconocimientos que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas estadunidense entrega anualmente a trabajos que generalmente tienen más que ver con lo comercial que con lo artístico, sin embargo, obtener una estatuilla es considerado un motivo de orgullo y de prestigio a nivel internacional. Evidentemente, este año el tema de las nominaciones a los óscares ha tomado en México un tinte distinto, y es que todo parece indicar que ahora, para evitar controversias que puedan terminar en verdaderos pleitos, no se puede ni debe hablar de religión, de sexo, de política, de futbol, de la película “Roma”, ni de Yalitza Aparicio.

Así de complicado se ha vuelto tocar el tema. El filme, dirigido por Alfonso Cuarón, ha despertado opiniones contrastantes. Hay quien lo encuentra aburrido, vacío, anecdótico. Por otro lado, están quienes hacen más de una lectura del trabajo del director mexicano y lo consideran digno de los grandes premios que en el mundo occidental se entregan para reconocer una buena película.

Pero más difícil que hablar de la película, es mencionar a su protagonista, Yalitza Aparicio. La historia de esta nueva actriz en realidad parece sacada de una telenovela. Una maestra rural que jamás ha pensado siquiera en actuar decide acompañar a su hermana embarazada al casting para una película que nadie sabe de qué tratará, ni quién será el director, y que incluso se rumora es más bien la selección de mujeres para algo muy distinto a un filme. Y sí, la maestra es seleccionada para el papel principal de lo que se convierte en un trabajo premiado en muchos lugares del mundo, y de esta forma comienza a vivir un sueño de fama y reflectores que la llevan incluso a ser nominada como la mejor actriz del premio más importante de la cinematografía.

La telenovela continúa con una Yalitza que, de pronto, justamente gracias al reconocimiento a la calidad de la película que protagoniza, se convierte en la heroína que representa la aceptación e incluso la admiración de las personas indígenas en publicaciones famosas e importantes que la muestran perfectamente occidentalizada, luciendo costosos atuendos y retratándose con personas famosas que la mayor parte de sus compatriotas, pero sobre todo, que la mayoría de sus hoy colegas actores nunca podrán tener siquiera cerca.

De la mano del director de cine Alfonso Cuarón, la maestra rural está recorriendo el mundo y para su desgracia, está llamando la atención de muchas personas que hasta el momento no han podido ni querido asimilar que una mujer que no pertenece al estereotipo de la belleza occidental, que no tiene las características que la convertirían automáticamente en una actriz digna de todos los honores, esté acaparando la atención. Y todo porque Yalitza es una indígena oaxaqueña que da vida en la pantalla al personaje inspirado en otra mujer como ella, Liboria Rodríguez, que en la realidad ha trabajado durante décadas en el servicio doméstico de la familia de Alfonso Cuarón.

Sí, todo por eso. Porque todavía hay en México muchas personas cuya noción de la estética se reduce a los estereotipos occidentales y al parecer les molesta realmente la presencia de una indígena porque sencillamente la consideran fea. Así de simple.

De acuerdo con Dolores París Pombo, investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana Plantel Xochimilco, existen “formas de desvalorización del Otro (que) han llevado a la construcción de «identidades sociales excluyentes», que operan con base en el prejuicio y el estereotipo, promueven prácticas de discriminación y segregación étnica, clasista y de género”[1].

En realidad, muchas personas se identifican como un sector de la población que aparentemente tiene un cierto “derecho” a excluir a los que, digámoslo con todas sus letras, consideran inferiores. Al parecer muchas y muchos mexicanos se sienten bien por lo que creen que no son, más que por aquello que eventualmente podrían ser. Así, quienes no se reconocen siquiera mínimamente como indígenas, quienes se asumen a sí mismos como “blancos” o al menos como “no morenos”, se autoposicionan en un escalón más arriba. Quizá por eso Yalitza les choca, les molesta, les agobia, porque sencillamente no pueden concebir que alguien a quien ubican dentro de una parte de la población que no tendría acceso siquiera a las mínimas oportunidades culturales, económicas y sociales, de repente les rebasa y puede hacer lo que ellos, aun sintiéndose con “mayores atributos” solamente sueñan.

El tema de Yalitza bien podría posicionarse como un asunto de “moral colectiva” que, a decir verdad, nos ponen de frente a una realidad de la que deberíamos avergonzarnos. Y es que una gran parte de las y los mexicanos, así, con nuestro 1.68 de estatura y 74.8 kilos de peso promedio para los hombres y el 1.58 y 68.7 kilos promedio para las mujeres[2], nos sentimos tan superiores como en su momento creyeron serlo los alemanes, y pensamos ser los arios de Latinoamérica, suponiendo por ello que las personas de los pueblos originarios merecen nuestros insultos, nuestros malos tratos y una posición de inferioridad que consideramos casi natural.

De acuerdo con el Módulo de Movilidad Social Intergeneracional (MMSI), realizado en 2017 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en México “las personas con color de piel más claro tienden a ocupar puestos directivos y las de piel más oscura a realizar actividades técnicas”. Ese mismo estudio arrojó como resultado que “las personas con tonos de piel claro tienen un mayor porcentaje en actividades de media y alta calificación. El número se reduce para quienes tienen un color de piel más oscuro. Según la escala cromática, conforme los tonos se hacen más oscuros aumenta el porcentaje de personas ocupadas en actividades de baja calificación”[3].

Y sí, eso somos. Clasistas y racistas. Basta ver el ejemplo de un actor de medio pelo que, probablemente al calor de las copas, expresó su desprecio hacia Yalitza Aparicio, no solamente desairando su actuación, sino llamándola “pinche india”[4]. Pero no ha sido el único. “La suerte de la fea, la bonita la desea” dijo otra actriz refiriéndose a la nominación al Óscar de la Aparicio[5]. Una conocida cantante habló de que para estar en Hollywood se requiere ser “muy bonita, con un cuerpazo […] y ella (Yalitza) es todo lo contrario”[6].

Podríamos hacer toda una galería de las expresiones adversas que la oaxaqueña ha despertado desde que saltó a la fama. Muchas son vergonzosas. El problema en realidad es mucho menos banal de lo que parece, porque, a fin de cuentas, a partir de la exhibición quizá excesiva de un personaje, se está mostrando una realidad que en México muchas personas sabemos, pero pocas expresamos: somos una sociedad clasista, racista, sexista.

Las profundas diferencias económicas, los terribles contrastes que podemos ver simplemente saliendo a las calles de cualquier ciudad, donde a metros de distancia hay muestras claras de pobreza extrema y opulencia, son también diferencias sociales y culturales, que nos vuelven insensibles y nos hacen pensar que es una fortuna ser menos moreno, porque así la sociedad nos dará la posibilidad de una movilidad que merecemos simplemente por lo que “no somos”.

Por eso, insisto, Yalitza incomoda a más de uno, que no puede concebir que alguien que “naturalmente” no debería salir de su condición, tenga oportunidades reservadas a los que, en la escala de colores, se posicionan más arriba, entre los blancos y los “güeritos”.

¿Soluciones? No las hay, o al menos no en lo inmediato. Es, como todo lo que debería cambiar en nuestro país, un proceso de largo plazo que implica reeducarnos para lograr un encuentro con el Otro, reconociendo y respetando las diferencias, pero también encontrando las convergencias.

En lugar de que Yalitza sea un motivo de incomodidad o un tema de controversia, lo deseable es que un día sea un estímulo verdadero para quienes suponemos que no es posible alcanzar determinadas metas. Independientemente de la banalidad de posar vistiendo ropa que no está al alcance de casi nadie, lo trascendente es observar cómo de repente, un rostro indígena se convierte en punto de referencia, y una película que muestra la realidad de explotación y discriminación hacia las trabajadoras domésticas que aún permanece en la sociedad mexicana, se vuelve tema de conversación en otros lugares donde, dicho sea de paso, tanto la película como su protagonista, han logrado aprecio y consideración, demostrando una vez más que lamentablemente, nadie es profeta en su tierra.

[1] Disponible en https://www.redalyc.org/html/267/26701204/

[2] Disponible en https://www.muyinteresante.com.mx/preguntas-y-respuestas/medidas-poblacion-mexicana/

[3] Disponible en https://www.huffingtonpost.com.mx/2017/06/19/el-racismo-en-mexico-no-para-sigue-sigue_a_22489712/

[4] Disponible en https://www.elsoldemexico.com.mx/gossip/omg/pinche-india-asi-se-le-dijo-sergio-goyri-actor-de-televisa-yalitza-aparicio-3064076.html

[5] Disponible en https://laopinion.com/2019/02/03/la-suerte-de-la-fea-el-horroroso-mensaje-de-laura-zapata-hermana-de-thalia-a-yalitza-aparicio/

[6] Disponible en https://www.eluniversal.com.mx/espectaculos/farandula/no-importa-el-fisico-sino-el-talento-dice-yuri-sobre-yalitza-aparicio

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