El reto periodístico de las «mañaneras» de López Obrador

MARÍA DEL SOCORRO CASTAÑEDA DÍAZ

Antes que nada, debo aclarar que, para escribir estas líneas, durante toda la semana me di a la tarea de monitorear cada día, del 19 al 25 de enero, “la mañanera” de Andrés Manuel López Obrador. Como muchas personas saben, el presidente de México, desde el inicio de su mandato decidió reunirse cada día, a las siete de la mañana, con decenas de representantes de los medios de comunicación. Diariamente, AMLO dedica al menos una hora y media a conversar con los reporteros, a darles la información que considera oportuna y a responder todo tipo de preguntas de parte de los comunicadores.

Debo decir que seguir esos encuentros matutinos ha sido una gran experiencia, sobre todo porque me ha permitido observar que el presidente ha seguido, desde que llegó a ocupar el cargo, una estrategia muy interesante, y, debo decir, también muy inteligente, que con toda sinceridad no hace sino dejar a la prensa muy mal parada.

Me atrevería a decir que, de seguir este ritmo tan intenso, y si con el paso del tiempo aumenta el número de seguidores de la conferencia, más de un medio de comunicación se va a ver en serios aprietos para sobrevivir, porque si el presidente continúa informando así, tan amplia y directamente, la información de los medios simplemente ya no va a ser necesaria, al menos en lo que se refiere a los géneros informativos, y tal vez serán los géneros de opinión los que cobren una mayor trascendencia.

Entendámonos bien: no estoy diciendo que deba bastarnos con lo que el Peje informa, y obviamente tampoco tenemos que tomar sus palabras como la pura y auténtica verdad. El punto es que, con la actitud de los reporteros, parecería que lo único que realmente existe es lo que dice el de Macuspana, y, por lo tanto, hay que considerarlo la única manera de mantenernos al tanto de la actividad gubernamental.

Sí, con todo respeto, estoy diciendo que los periodistas que “cubren la fuente” de la Presidencia de la República, sencillamente no están haciendo su trabajo, y lo único que se observa en la famosa mañanera, es un montón de personas sentadas cómodamente, escuchando si es que tienen ganas, y si no, checando compulsivamente su teléfono móvil.

Pero de reportear, indagar, investigar, profundizar, ni hablamos. Vaya, ni siquiera podríamos decir que los señores representantes de los medios de comunicación se toman la molestia de revisar la información que, “peladita y en la boca” les da el presidente. Ni para eso están buenos, o al menos eso es lo que se ve.

Pero resulta que una de las grandes tareas de la prensa (incluyo en la categoría a todos los medios de comunicación que se encargan de informar) es, como dijo el sociólogo Max Weber, crear el ámbito de lo público[1], lo que implicaría que la agenda mediática, esa de los temas de interés común, tendría que ser dictada por los medios, con base en una aguda observación y sobre todo, una profunda investigación, sobre todo porque este es un momento histórico particularmente importante, en el que hasta se habla de una presunta “Cuarta Transformación” que es equiparable ni más ni menos que a la Independencia, la Reforma y la Revolución.

Lo menos que se esperaría de la prensa es que se encargara de poner en la mesa los temas más importantes, los más delicados, los más sentidos, los más profundos y no los tópicos favoritos del presidente.

Para Weber existen “relaciones de poder creadas por el hecho específico de que la prensa convierta en públicos determinados temas y cuestiones”. Con base en esta idea, lo que cabe aquí es preguntar cómo pueden darse esas relaciones en un entorno en el cual es el mismo gobierno quien hace públicas las cuestiones que mejor le parece, a su antojo, en directa, sin el menor pudor y con el apoyo de la mayor parte de quienes tienen el tiempo y las ganas de escuchar lo que cada mañana Andrés Manuel López Obrador quiere decir.

Seamos honestos: gracias a la indolencia de los reporteros y muy probablemente a la complacencia de sus jefes, los dueños de los medios, quien decide lo que es importante y por ende constituye el ámbito de lo público, es el mismísimo AMLO, y lo hace no tanto porque puede, sino porque lo dejan y porque las condiciones para él por el momento están dadas, especialmente si consideramos que entre la comunidad los periodistas no son muy bien vistos.

Al inicio comenté que durante varios días seguí “la mañanera” en línea y confirmo que hacerlo fue más que interesante, incluso desde el inicio del encuentro. El número de personas conectadas en la red social Facebook comienza a crecer exponencialmente a partir de la notificación del comienzo. En promedio, durante los días en que pude seguir la transmisión, había alrededor de 33 mil personas conectadas. Pero, además, es digno de resaltar el número de mensajes que llegan sin parar. Es difícil contarlos, pero muchos de ellos muestran una clara desaprobación hacia la actitud de los reporteros presentes en Palacio Nacional.

“Reporteros chilangos maleducados”, “estos periodistas irrespetuosos pareciera que están hablando con sus parientes, ni siquiera se toman la molestia de ponerse de pie para preguntar”, “que les quiten el micrófono a los reporteros cuando terminen de hacer su pregunta, porque ya se toman el atrevimiento de seguir preguntando como si fueran jueces”, “reporteros mediocres, sin educación ni valores. Y tengan respeto para realizar preguntas importantes, no estén intentando preguntar por tener que preguntar lo que sea”, “estos reporteros que no les gusta investigar, creen que el presidente es detective” “esos periodistas y reporteros chayoteros son obstáculos para México”.

Las anteriores son solamente algunas muestras de lo que expresan personas que siguen la conferencia de prensa del presidente. Es lamentable, sin duda, la imagen que tienen de los reporteros de la fuente. Es cierto, los trabajadores de la comunicación ni siquiera se levantan de su asiento para dirigirse a los funcionarios. También es real el tono inquisitivo que utilizan. Pero lo realmente preocupante es la banalidad de las preguntas, los planteamientos tan débiles, la manera impresionante en que los reporteros se conforman con la información que reciben y, sobre todo, que de todos los datos que tanto el presidente como los funcionarios se empeñan en darles, la mayoría son olímpicamente ignorados y no se ven en las notas que minutos (y hasta horas o días) después se publican.

En realidad, para quienes ejercemos o hemos ejercido el periodismo, no es novedoso el formato de la mañanera. No tiene nada de diferente a las conferencias de prensa de cualquier alcalde o gobernador. Así ha sido siempre: un encuentro en el que el funcionario dicta la agenda, generalmente hay un temario previamente definido y en contadas ocasiones se abre el espacio para que se pregunte sobre otros temas, porque casi siempre quien convoca responde que no es ese el objetivo específico del encuentro.

Y sí, como dijo alguna vez Enrique Peña: la prensa no aplaude, pero tampoco se pone de pie para preguntar. La relación funcionario-reportero es así. Parecería que el periodista está empeñado en marcar una distancia horizontal, y la posición política o jerárquica del servidor público no la toma nunca en cuenta. Ya pasaron los tiempos (sí, los hubo, claro está) en que las notas periodísticas recalcaban el cargo o la profesión de quien hablaba. Se acabaron los licenciados, contadores, doctores y demás. Ahora son simplemente personas a quienes se hace referencia por nombre y apellido o por su cargo. Nada más.

El tema es que ahora esas conferencias que hasta hace poco tiempo eran un asunto entre los representantes de los medios y los funcionarios, se han vuelto públicas y muchas personas, desconociendo los usos y costumbres, se escandalizan y casi se rasgan las vestiduras porque los reporteros no se ponen de pie ante la figura presidencial. A decir verdad, esa cuestión de forma es lo menos importante. Lo realmente triste y decepcionante es pensar en cuán huecas y mal fundamentadas son las preguntas que más bien parecen la oportunidad que los reporteros aprovechan para tener un minuto en que AMLO les va a hacer al menos un poco de caso, aunque generalmente ni cuenta se dan de que casi siempre les responde con evasivas, y en caso de que les dé información valiosa, la dejan pasar, o al menos eso parece, porque casi nunca la publican,

Pero, además, por si faltara todavía algún detalle para dejar a los periodistas muy mal parados, ahora el presidente López Obrador tuvo la genial y maquiavélica idea de presentar su programa de Comunicación Social, que integra a todos los medios de comunicación que dependen del Estado, del que dice es “un sistema público constituido legalmente cuyo propósito es armonizar y coordinar todos los medios del Estado”[2], porque, según explica “no hay una política estatal que garantice el derecho a la información”.

Así, el sistema anunciado, al frente del cual estará el periodista Genaro Villamil, “se crea para que haya una orientación editorial que tenga como propósito informar con objetividad, profesionalismo e independencia”, y en este sentido, el mandatario aclara que, aun siendo estaciones de radio o canales de televisión del Estado, éste no tendrá injerencia en la información que estos transmitan y “los medios van a tener absoluta autonomía, (porque) su propósito es informar profesionalmente”.

El presidente asegura que al organizar mejor los medios del Estado no pretende competir con el sistema de concesiones establecido, y que su única intención es “mejorar la información a los ciudadanos”, porque “en los países democráticos se cuenta siempre con medios del Estado”. A ver si alguien le cuenta a López Obrador acerca de ciertas terribles experiencias, por ejemplo, de televisoras estatales en algunos países europeos, que nadie quiere ver porque no tienen propuestas novedosas y porque, además, se encargan de dar a conocer la información exactamente en el modo y el estilo que el gobierno en turno decide que conviene a sus intereses, y así el pueblo “bueno y sabio” tiene una visión parcial y manipulada de los acontecimientos que a todos atañen.

Según Genaro Villamil, de lo que se trata es de que los medios estatales sean realmente públicos, “que lleguen a la ciudadanía, (porque) no son medios del gobierno y tampoco deben imitar el modelo comercial, (pues) van a defender y ejercer el derecho de la ciudadanía a recibir información de calidad”. Al parecer, apuesta por proyectos de radios comunitarias, por ejemplo, y asegura que el sistema estatal va a “construir un nuevo modelo que le apueste a la inteligencia de las audiencias, ya no más una televisión para una clase media jodida que no va a salir de jodida”. Ambicioso y por demás utópico. Veremos, porque en realidad el asunto tiene muchos más asegunes de los que debería.

El tema es que, entre conferencias de prensa que evidencian flojera y mediocridad, y este nuevo empuje a la comunicación de Estado, podríamos estar encaminándonos hacia una realidad nacional en la cual la agenda pública está bajo el control absoluto del gobierno, y eso sí parece muy peligroso.

El presidente aprovechó además el anuncio de su sistema de comunicación social para sentenciar que: “se termina la subvención, ya no va a haber el llamado ‘chayote’. Se acaba el soborno a medios y a periodistas”. Según él, se autorizaron 4 mil 200 millones de pesos para publicidad en medios, lo que representaría la mitad de lo ejercido el año pasado. ¿Y a quién comprará publicidad el Gobierno Federal? Según el titular del Ejecutivo, se tomarán en cuenta criterios relacionados con el alcance de los medios, su independencia y autonomía, lo que dice, tiene que ver con que estén libres de compromisos no sólo con el gobierno, sino con “grupos de intereses creados”.

Los medios elegidos para ser proveedores de publicidad gubernamental, entonces, tendrán que ser un dechado de virtudes y, francamente, no se ven muy cercanos a la realidad vista hasta ahora. Al menos no vienen a la mente muchos con esas características. Para el presidente “la publicidad del gobierno no es un favor a los medios”, porque considera que tienen una función social y son entidades de interés público, por lo que no tiene intenciones de que desaparezcan, pues, desde su punto de vista, “lo que está mal es emplear mal el presupuesto o que se utilice de manera tendenciosa y la publicidad se dé a quienes hablan bien del gobierno y no dar apoyos a los opositores”.

El problema, sinceramente, es que con todas las exigencias que ya mencionó, con todos los criterios que su gobierno va a considerar para desembolsar dinero en publicidad, no se ve muy claro cuántos podrán sobrevivir. Lo que el presidente dijo es que no pretende limitar el número de medios de comunicación a través de un recorte a los recursos destinados a publicidad, pero “desde luego tenemos que bajarle porque era mucho, se pasaban, entonces poquito porque es bendito”.

Así las cosas.  Por una parte, la prensa parece que no reacciona. Por otra, hay que reconocer que, con base en una estrategia inteligente, la Cuarta Transformación está poniendo en marcha una especie de proceso de selección natural a partir del cual caerán muchos y por lo mismo, es altamente probable que poco a poco se reduzcan las decenas de asistentes a las conferencias mañaneras, para beneplácito de muchos que simpatizan con el nuevo gobierno y, digámoslo claramente, desprecian en serio a quienes ejercen la que una vez fue la profesión más hermosa del mundo.

[1] Disponible en http://ih-vm-cisreis.c.mad.interhost.com/REIS/PDF/REIS_057_20.pdf

[2] Disponible en https://www.facebook.com/HeidiGarciaAlcantara/videos/278929662776496/

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