Bienvenidos, mexicanos, a la “Cuarta transformación”

MARÍA DEL SOCORRO CASTAÑEDA DÍAZ

“No mentir, no robar, no traicionar al pueblo”. Deberían ser obviedades, y en cambio, en un país que por décadas ha sufrido la mentira, el saqueo y las veleidades de parte de los funcionarios de todos los niveles, estas palabras parecen la señal de que, por arte de magia, a partir del sábado 1 de diciembre, las cosas empezaron cambiar. Bienvenidos, mexicanos, a la “Cuarta transformación”.

Y no, por supuesto que no estoy hablando en serio. Honestamente soy de esas personas que, como Santo Tomás, “hasta no ver, no creer”. Lo que estoy tratando de hacer al abrir de esta manera mi colaboración de esta semana, es sintetizar en unas cuantas líneas las horas de palabrería que el sábado pasado escuchamos las y los mexicanos, durante y después de la ceremonia de cambio de poderes.

El asunto es que sí, debo decir que hubo verdaderas novedades. La primera y muy obvia, sin duda, es la circunstancia que rodea a esta nueva etapa en la historia mexicana. Después de intentarlo dos veces, de hacer de todo para obtener el triunfo en las urnas, de protestar hasta rayar en el ridículo nombrándose “presidente legítimo” y de criticar hasta exasperar a cualquiera hablando sin parar de “la mafia del poder”, Andrés Manuel López Obrador recibió lo que no queda claro si es en verdad una recompensa a su tenacidad o si más bien es la oportunidad de demostrar que todo lo que ha pregonado en los últimos 12 años ha sido genuino.

El asunto es que todo parece indicar que los largos discursos pronunciados ayer en el inicio del nuevo sexenio se pueden resumir, según los medios de comunicación y las redes sociales, en unas cuantas frases curiosas y más bien fuera de lugar y memes al por mayor.

La pretenciosa transformación, que López Obrador equipara ni más ni menos que a los tres movimientos que han cambiado la vida de nuestro país (la Independencia, la Reforma y la Revolución) al menos hasta ahora, se puede resumir en una frase tan profunda, tan intensa, tan llena de sentido, que confirma una vez más que no nos merecemos al nuevo presidente: “Me canso ganso”.

Y si bien algunas personas que se cuentan entre sus simpatizantes dicen que se trata de una salida llena de frescura, casi una prueba de que a pesar de haber asumido el cargo seguirá siendo la misma persona sencilla, en realidad queda claro que, con esa frase, el presidente advierte que, pase lo que pase, se hará su voluntad. El contexto de la folclórica salida es muy claro: “En tres años estará funcionando me canso ganso–, además del actual, el nuevo aeropuerto de la ciudad de México, con dos pistas adicionales en la base aérea de Santa Lucía”[1], dijo en la tribuna de San Lázaro. Y no, con todo respeto. No es ni fresco, ni mucho menos gracioso, porque representa la postura triunfalista del primer mandatario, su afán de mostrar que siempre, ante todo, va a tener la razón, aun valiéndose de métodos tan poco claros como una consulta hecha a modo para que unos cuantos simpatizantes de su causa decidieran sobre un tema tan importante como la construcción del aeropuerto en el lugar en el que AMLO quiso.

Pero independientemente de esa frase tan desafortunada, el presidente, en un solo día nos llenó de promesas que describen un futuro en el que disminuirá el precio de la gasolina, la migración será una decisión voluntaria, se acabará la hipocresía neoliberal, se cancelará la reforma educativa, no habrá más “ninis” y tendremos un mandatario que va a trabajar 16 horas diarias, que empeña su honor y, sobre todo, está dispuesto a someterse al juicio popular. “Bajo ninguna circunstancia habré de reelegirme, por el contrario, me someteré a la revocación del mandato, porque deseo que el pueblo siempre tenga las riendas del poder en sus manos, en dos años y medio habrá una consulta y se les preguntará a los ciudadanos si quieren que el presidente de la República se mantenga en el cargo o que pida licencia, porque el pueblo pone y el pueblo quita”[2].

Desde el 1 de diciembre, de acuerdo con los discursos del presidente, estamos ya viviendo casi en el paraíso. Bueno, siempre y cuando las condiciones lo permitan. Porque en las letras chiquitas de ese nuevo contrato que acaba de firmar López Obrador, está otra de sus frases que pasarán a la historia, esta, pronunciada en el Zócalo capitalino, en un discurso de cien puntos (sí, cien, y los leyó todos) en el que pidió que le tengamos paciencia, porque “nos están entregando un país en quiebra[3]”.

Ante miles de personas que se encontraban ahí, para presenciar cómo el nuevo mandatario recibía el bastón de mando por parte de los representantes de los pueblos originarios, y ante millones de personas más que lo veíamos en la televisión o en Internet o bien lo escuchábamos por radio, espetó el diagnóstico de lo que recibe.

Entonces, con todo respeto, me asalta una duda que creo compartir con más de un mexicano. Si el país está en quiebra, ¿cómo le hará para cumplir con los compromisos de becas y pensiones que adquirió en ese mismo discurso? El problema es que, por mucha buena voluntad y por mucha confianza que las personas puedan tener, no queda claro lo que hará, si de plano necesita multiplicar panes y peces para atender las necesidades de jóvenes y ancianos a quienes está ofreciendo una ayuda paternalista que, buena o mala, tiene un costo económico que, si como dice, el país está en quiebra, difícilmente se podrá solventar.

El punto es que no queda muy claro si el presidente López Obrador sabe el peso que tienen las palabras, y si tiene presente, por ejemplo, que todo lo que ha venido prometiendo representa para millones de personas la esperanza de una vida mejor.

Porque si el hombre habla con plena conciencia, debe tener claro la profunda desilusión que representa para sus seguidores saber que tal vez deberán tener demasiada paciencia porque el país está en quiebra y a lo mejor en seis años no va a ser fácil una recuperación.

El peso de las palabras, vale decirlo, parece ser ignorado absolutamente no sólo por él, sino por algunas de sus personas allegadas. Ahí está por ejemplo Paco Ignacio Taibo II, quien en su afán de demostrar que puede con todo, al decir, mostrando una amplia educación: “se las metimos doblada” en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en alusión a que había logrado pasar por encima de la ley (una ley absurda, por cierto, que indica que al frente del Fondo de Cultura Económica puede estar solamente una persona mexicana por nacimiento) y en caso que los senadores no modificaran la legislación, él de cualquier manera podría ocupar el cargo gracias a un edicto que emitiría el presidente. Su finísima frase, digámoslo, es más o menos equivalente al “me canso ganso” de quien a lo mejor ya no será su patrón.

Es, insisto, el valor de las palabras. Es la necesidad de cuidar lo que se dice y el momento en que se expresa. En realidad, lo que al parecer ocurrió en la toma de posesión fue que de repente, el hombre que insistió durante 12 años en buscar el máximo cargo público del país quiso mostrar que, a partir del pasado sábado, su palabra es lo único que vale, que hará cualquier cosa por llevar a la realidad todas sus iniciativas, para bien o para mal.

El López Obrador del “me canso ganso” es la persona que ha ya tomado decisiones como cancelar el proyecto del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, a partir de una consulta amañada, o vender el avión presidencial, o no vivir en Los Pinos y convertir la residencia presidencial en un museo, o iniciar el proyecto del tren Maya y, sobre todo: combatir la corrupción, pero eso sí, sin perseguir a los que ya se fueron.

“Propongo al pueblo de México que pongamos un punto final a esta horrible historia y mejor empecemos de nuevo, en otras palabras, que no haya persecución a los funcionarios del pasado”. Que nadie se asuste, no habrá persecución. Lo dijo varias veces y en muchas formas, y justo delante del presidente saliente que, a pesar de su cara de adolescente regañado, probablemente se sentía aliviado. Y eso de andar perdonando a priori, sinceramente puede despertar muchas suspicacias. La primera de ellas, que puede haber existido una negociación previa para que de repente, como por arte de magia, se haya terminado la obsesión de López Obrador por castigar a la que él mismo bautizó como “mafia del poder”.

El discurso tranquilizador para los que ya se fueron sin dar explicaciones, no es precisamente esperanzador para las personas que esperan un verdadero cambio, que no puede aparecer de la noche a la mañana y mucho menos ignorando el pasado, que es a todas luces la causa del presente.

Sin duda, somos millones de personas las que no estamos convencidas de que está por ocurrir lo mejor en el país. No es un delito ser “fifí”, no es una grave falta cuestionar al nuevo presidente, no está mal no creerle. Lo que estaría realmente mal sería no darle el beneficio de la duda. De entrada, no podemos hacer nada para cambiar la situación, y, por otra parte, ya es el primer mandatario, y de sus decisiones (que son en realidad lo que más tememos) depende el futuro de nuestro país, así que lo mejor será no perderlo de vista y en todo caso, tomarle la palabra si es que resulta cierto que en dos años y medio se someterá al juicio popular. Con todas las reservas, no hay otro remedio que esperar, hacer lo que nos corresponde y, sobre todo, en caso necesario, desde nuestra trinchera alzar la voz.

[1] Disponble en http://www.eluniversal.com.mx/nacion/me-canso-ganso-la-frase-viral-del-presidente-lopez-obrador

[2] Disponible en https://www.eluniversal.com.mx/nacion/politica/del-me-canso-ganso-al-trabajare-16-horas-diarias-las-frases-de-la-toma-de-protesta

[3] Disponible en https://www.jornada.com.mx/ultimas/2018/12/02/amlo-bajo-ninguna-circunstancia-habre-de-reelegirme-1111.html

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