Un México que odia y no sabe amar

ARGENTINA CASANOVA

En una reunión del Encuentro feminista, una palabra generó una discusión: “nación”. Algunas no sabían a qué se debía y otras reclamábamos la necesidad de replantearnos la noción de las geografías, de las identidades regionales y de los límites políticos que nos imponen desde entidades patriarcales y construyeron una idea de “nación” desde el sistema patriarcal con una visión dominante y de sometimiento, de unicidad y no de pluralidad.

Nos dicen que nación es compartir la lengua, en un país donde se hablan más de 50 lenguas indígenas; nos dijeron que nación era tener la misma cultura, en una geografía en la que hay 32 entidades federativas con costumbres y tradiciones distintas que hacen su cultura, pero ese no es el punto. Evocar esa discusión tiene el objetivo de recordarnos que a nosotras, las feministas, se nos da de manera natural el cuestionar incluso en nuestros procesos de construcción.

Discutir, hablar, construir horizontalmente, aprender a hacer consensos, aprender métodos de participación y escucha para todas y todos. No en balde aquí mismo escribí sobre la necesidad de que la Cuarta Transformación incluyera educación popular y escuchas regionales, pero también apostar a la renovación ética de la ciudadanía porque hay que admitir que como sociedad tenemos serios y graves problemas.

No somos del todo responsables, pero sí tenemos agencia de responsabilidad en la transformación de la sociedad que hoy somos a la que podemos aspirar a ser, solidaria, amistosa, ética, proclive a la limpieza, al orden, a la transparencia, al ejercicio de la organización y decisión desde la ciudadanía, a la construcción de ciudadanía. Nada sencillo.

En México, país, nación, territorio, madre patria o como le quieran llamar, hay que entendernos desde nuestras diferencias, no hemos apostado a la fragmentación a pesar del acendrado centralismo político y económico, porque hay algo que nos mantiene unidos y unidas, y no es precisamente el águila devorando al nopal. Yo de niña me preguntaba dónde podía existir una nopalera tan grande pues en mi hermoso Campeche hay otro tipo de vegetación.

El problema es más de fondo y ojalá lo podamos entender: estamos enfrentados y eso ocurrió desde antes de que se empezara a hablar de los pobres y los fifís; es más, ya hace algún tiempo nos habíamos dado cuenta de que en el centro se despreciaba a los “maestros” de Oaxaca, para quienes había el mismo desprecio que hoy día hay hacia los migrantes. Sí, la hermosa y solidaria Ciudad de México, no todos, es cierto, pero había quien les llamara “sucios indios”. Me dolía el corazón al escucharlo. Se burlaban y se burlan de los acentos de la gente de los estados como si tener una identidad a partir del acento fuera algo negativo o estuviera mal, que fuera razón para avergonzarse. Suponen una forzosa superioridad intelectual sobre la gente de los estados.

Ese aspiracionismo blanco y centralista, el aspiracionismo cosmopolita, la idea de que dentro de más criollo se vea el sujeto, dentro de más occidental se vista y hacia donde mire, más cosmopolita se ve y se construye una idea de sí mismo. La máscara de la blancura impuesta sobre la piel negra del oprimido, en palabras de Fannon.

Y tenemos gente en los estados aspirando siempre, aspiracionismo gringo, aspiracionismo centralista, aspiracionismos económicos y más y más negación de lo que se es, o atreverse a mirarnos a nosotros mismos, a quitarnos las máscaras y atrevernos a ver lo que hay debajo y preguntarnos si eso es lo que somos o nos atrevemos a construirnos nuevamente como sujetos sociales en una comunidad diversa y de un pasado que ha influido en lo que hoy somos y desde donde podemos mirar el mundo, un país sometido colonizado de una cultura fundamental.

A los mexicanos y mexicanas, a esos que nos solemos llamar así en el extranjero y donde la identidad local se nos diluye para pasar a la nacional porque nadie sabe dónde están nuestras ciudades pero alguna vez han oído hablar de México o es más fácil ubicarlo, a todos y a todas el corazón nos duele por no saber amar lo que somos y siempre buscar ser otro. Hay pocos que se saben nacidos de un pueblo indio, esos que desprecian la piel morena y el cabello oscuro, esos que hablan de “vestirse de seda y seguir pareciendo mona” porque se tiene el color de la piel oscura.

Nos inventamos razones para el odio porque hemos construido conciencia de lucha sólo mediante el odio a otro, no de la comprensión ni de la escucha sino del rechazo y la confrontación.

Para creernos un poco superiores a los otros que no son otros nos hemos hecho discursos de imposición. Debes ser como yo, pensar como yo para ser mejor, incluso nosotras las feministas tropezamos con la misma piedra, ya he escrito sobre esa idea apologética de la imposición desde el púlpito de una verdad a rajatabla a la otra colonizada y en la “eterna infancia” con una intención del control y el sometimiento, en donde la infancia es concebida desde una visión negativa. No en balde el interés por la infancia es apenas manifiesto en el último siglo según estudios en la materia.

Pero hoy día estamos más cerca del auténtico volver al pasado rapaz en el que la niñez crecía como animalitos silvestres robando alimentos en los mercados y aprendiendo las artes del engaño para sobrevivir, con el añadido terrible del consumo de drogas en la actualidad, una imagen que corresponde al pasado antes de los derechos de la infancia.

No creemos en la existencia de los otros.

El feminismo para mí, desde mi interiorización se trata también de amar a un prójimo desconocido al que me han enseñado a odiar como el “osado enemigo extranjero”, pero también a tomar conciencia de que en un mundo globalizado que supone opresores y oprimidos, a nosotros a los latinoamericanos nos ha tocado ser los segundos, explotados y robados por los que llegaron a saquear y aún continúan haciéndolo, los recursos naturales.

No ha pasado tanto tiempo y aún tengo claridad acerca de los principios y la ética en una reunión con financiadoras, en la que una empresa de equipos de computación mundial dijo que tenía su “ética de elección a las organizaciones financiadas”, y pronta como soy para esos temas pedí la palabra y expuse que las organizaciones también tenemos una ética para elegir las financiadoras cuyas políticas no se confronten con nuestros principios. Y ahí estuvimos como organización buscando recursos que no estuvieran manchados por la explotación de la tierra, por el saqueo de recursos, por el abuso de la población, etc.

Y para muchos, los migrantes son ese “otro” que no es otro, al que se le desprovee de la condición de persona para referirse a ellos como los inferiores, como animales. Pero ¿saben? esos son los mismos argumentos con los que se construye la superioridad masculina sobre las mujeres, con el que se argumenta la violencia feminicida que a nadie le importa en este país que no garantiza nunca justicia para las mujeres, porque a fin de cuentas quién piensa en la vida de las mujeres si no son personas, son cosas desechables que se pueden sustituir porque ya lo dijo la canción “la cosecha de mujeres nunca se acaba”, un producto consumible y usable. Y entonces cobra sentido porqué el ser feminista me sirve para sobrevivir a este país

*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche

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