¿Decisión equivocada?

MARÍA DEL SOCORRO CASTAÑEDA DÍAZ

Qué complicado resulta tocar un tema del que muchos han hablado durante los últimos días. Intentaré hacerlo, sin embargo, porque me parece que, aunque el asunto ha sido ya muy difundido, no está demás contribuir con una opinión que dé espacio a la reflexión. Y es que por lo que se puede ver, no todas las personas han dimensionado lo que acaba de ocurrir. Me refiero a la reciente Consulta Ciudadana referente a la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM).

Como muchos lectores sabrán, el hoy presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, manifestó durante su campaña, por una parte, que la ya iniciada construcción del NAICM en Texcoco, era una decisión equivocada. En el mes de abril, el entonces candidato, usando la red social Facebook inició una campaña en la que manifestaba su rechazo al proyecto. “La construcción del nuevo aeropuerto en el Lago de Texcoco es literalmente un barril sin fondo; otro atraco de la mafia del poder en contra del pueblo y de la nación”[1]. Entonces enfrentó incluso al mismísimo Carlos Slim y utilizó un cómic titulado “Un aeropuerto que no debe aterrizar” para explicar su oposición.

Los argumentos para rechazar el proyecto de Texcoco giraban desde entonces alrededor de dos temas: el suelo fangoso de Texcoco, que según un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) haría que se presentara en el nuevo aeropuerto un hundimiento anual de entre uno y dos metros cada año, y los presuntos perversos arreglos de la administración de Enrique Peña Nieto, que habrían beneficiado a funcionarios y contratistas. Paralelamente, López Obrador proponía acondicionar la Base Aérea Militar de Santa Lucía, en el Estado de México, para que trabaje simultáneamente con el actual aeropuerto “Benito Juárez”.

Como lo anunció siendo candidato, ya en su calidad de presidente electo, López Obrador convocó a la consulta ciudadana, que pudo llevarse a cabo en octubre, gracias a las aportaciones de los diputados federales, que para apoyar a su futuro jefe, invirtieron alrededor de un millón y medio de pesos para imprimir las boletas, en las que había una sola pregunta: “Dada la saturación del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México ¿Cuál opción piensa que sea mejor para el país?”[2] y dos opciones de respuesta: Reacondicionar el actual aeropuerto de la Ciudad de México y el de Toluca y construir dos pistas en la base aérea de Santa Lucía” y “Continuar con la construcción del nuevo aeropuerto en Texcoco y dejar de usar el actual Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México”. Los resultados de la consulta fueron de 69.95 por ciento, es decir, 747 mil votos, para la opción de Santa Lucía y el restante 29 por ciento, o sea 310 mil 463 votos para Texcoco. Resultados de por sí escasos, que dejan pensando a más de uno si en serio la opinión de un millón 57 mil 463 personas puede definir realmente dónde debe estar el aeropuerto de una de las ciudades más importantes del planeta.

Eso, si es que en verdad esa cantidad de personas se presentó en las mil 73 mesas de consulta que fueron instaladas en 538 municipios de toda la República, porque, además, un experimento bastante cuestionable realizado por varios reporteros de diferentes medios de comunicación demostró que era posible votar hasta tres veces en la consulta. La pregunta es si en serio las personas que participan en una consulta, que se supone son serias e informadas, y sobre todo, están genuinamente interesadas, considerarían honesto, decente y siquiera imaginable duplicar su voto. No tendría sentido.

Pero en realidad lo preocupante, lo importante, lo que debería invitarnos en serio a la reflexión, ya no es el tema de la conveniencia o no de la ubicación del aeropuerto. Seamos honestos: de eso no sabemos absolutamente nada, hayamos participado en la consulta o no. Lo que es urgente definir en este país es si en verdad las y los ciudadanos estamos preparados para ser consultados acerca de todo lo que el gobierno tendría que decidir. Y es que, además, habría que hacer un alto para pensar en que esas decisiones de nuestro gobierno, en este caso concreto del Ejecutivo Federal, deberían tomarse a partir de lo que mejor consideren los políticos o los burócratas, que a su vez tendrían que basarse no en la opinión de una cantidad más o menos importante de ciudadanos, sino en la intervención perfectamente fundamentada de especialistas en las diferentes materias que tendrían que formar parte de su equipo.

Ya se sabe: se llama democracia participativa, pero sinceramente, en casos como este del NAICM, señor presidente electo, se supone que para eso le vamos a pagar a Usted, para que tome decisiones, para que organice un equipo de personas responsables y con preparación, que conformen un aparato burocrático capaz y eficiente que determine lo que es mejor desde el punto de vista técnico, con la objetividad que sólo el conocimiento puede dar.

Decía el filósofo italiano Giovanni Sartori[3] que “la democracia moderna […] no se basa en la participación, sino en la representación; no supone el ejercicio directo del poder, sino la delegación del poder”. Podrá gustarnos o no, pero esa ha sido la evolución de la democracia, que dista mucho del origen del concepto, que en la antigua Grecia incluía, por ejemplo, la rotación de todos los ciudadanos en el ejercicio del poder. Sartori hablaba de que, así entendida, la democracia es “una forma imposible de gobierno”.

En países en vías de desarrollo, por ejemplo, “hablar de democracia quiere decir simplemente que un sistema político determinado no es una dictadura manifiesta, es decir, una dictadura que suprime la libertad, la oposición y la independencia de los tribunales”. Ya es una ganancia, pues, que haya posibilidades de disentir en un país como el nuestro, donde creemos vivir democráticamente porque tenemos la posibilidad de salir a elegir a nuestros gobernantes, sin imaginar y ni siquiera aspirar a una democracia social que nos permita igualdad de estatus y de oportunidades.

Pero tener la posibilidad de participar en una consulta con la única finalidad de apoyar la decisión del futuro titular del Ejecutivo, no nos hace ni remotamente vivir en una democracia social, y en las circunstancias vividas, tampoco estamos hablando de democracia participativa verdadera. Más bien, en un caso como el de la consulta, los participantes se convirtieron solamente en instrumentos que al presidente electo le permitieron aparentar ante el mundo que va a tomar decisiones importantes que conciernen a millones de mexicanos, tomando en cuenta “la voz del pueblo”. ¿Es en serio?

Don Andrés Manuel tiene, por lo que hemos visto en los últimos años, una determinación a toda prueba. Está convencido de muchas cosas, tiene demasiadas certezas y se empeña hasta la necedad para cumplir sus objetivos. Es tenaz, y la tenacidad puede ser una gran cualidad, pero también un gran defecto, y, sobre todo, un obstáculo cuando se trata de gobernar. Muchas columnas en los diferentes medios de comunicación han sido dedicadas en los últimos días a decir que la consulta ciudadana fue sencillamente una ostentación de poder del presidente electo, que de esta manera envía un mensaje para quienes aún duda de que él será el mandamás.

Personalmente creo que ese pésimo ejercicio de consulta no fue sino una muestra más de la tenacidad-necedad del futuro presidente. Tal vez por eso a López Obrador no le habría hecho mucha mella que, tras la virtual cancelación del proyecto de Texcoco, la Bolsa Mexicana de Valores cayera cuatro por ciento y el peso cerrara en su nivel más bajo desde junio de 2018[4]. Días después todo parecía haberse calmado, para él y para sus colaboradores, y lo tanto los medios de comunicación como las redes sociales comenzaron a difundir que aparentemente los únicos inconformes con el resultado de la consulta son los hoy llamados “fifí”, esos ricos que el presidente electo y muchos de sus seguidores desprecian, y que convocaron a una marcha denominada “Por el estado de Derecho”, que se efectuará el 11 de noviembre próximo, y a la que acudirán de negro y con cacerolas en la mano, para manifestar, en un recorrido del Ángel de la Independencia al Zócalo capitalino, su “sí al aeropuerto de Texcoco”[5].

Total: todo indica que hay en este asunto de la consulta mucho más que el mero tema del aeropuerto. Efectivamente, parece que el señor presidente electo está jugando a hacernos creer que inicia en México el proceso que nos llevará a la democracia participativa. Lo malo es que empieza haciéndolo mal, porque el artículo 35 constitucional marca específicamente los requisitos para efectuar una Consulta ciudadana en toda forma, y entre ellos se cuenta que la convocatoria debe provenir del Congreso de la Unión a petición del Presidente de la República, o del equivalente al treinta y tres por ciento de los integrantes de cualquiera de las Cámaras del Congreso de la Unión, o bien de los ciudadanos, en un número equivalente, al menos, al dos por ciento de los inscritos en la lista nominal de electores[6].

Así, López Obrador no pudo esperar siquiera a ser presidente con tal de mostrar que con “el pueblo” va a tomar decisiones trascendentales, y los diputados de su partido simplemente tuvieron que seguirlo y desembolsar recursos para que se realizara un ejercicio que claramente demostró una sola cosa: que es posible improvisar la supuesta participación de ciudadanos desinformados y que, además, se pueden utilizar frases hechas para justificar decisiones precipitadas y equivocadas que se antojan más bien como el resultado del empecinamiento de un ser voluntarioso. Porque, con todo respeto, eso de: “todos a votar, todos a decidir libremente, de manera democrática, sin miedo, sin temores. El pueblo no se equivoca, o se equivoca menos que los gobernantes… La democracia participativa es lo mejor, es el camino a seguir. No hay que tener miedo”[7] suena más a una arenga populachera que a una decisión fundamentada, que involucra a un pueblo educado, consciente e interesado. Y es que, para empezar, ni siquiera se podía pensar en que a la consulta asistieran “todos”, dado que las propias condiciones logísticas no lo permitían, y poco más de un millón de personas no somos “todos”, como tampoco se puede decir con tanta convicción que el pueblo no se equivoca, porque sinceramente, no se ve por ninguna parte a unos votantes que sepan santo y seña de los graves inconvenientes y/o ventajas de hacer un aeropuerto en tal o cual lugar.

Y es que la participación ciudadana no puede darse siempre ni para todo. El investigador catalán Joan Fost, explica, respecto a la participación ciudadana en la toma de decisiones, que los ciudadanos necesitan obtener satisfacciones de su participación, para no quedarse con la sensación de haber desperdiciado su tiempo y que, además, “podemos esperar que los ciudadanos participen, pero no que vivan para participar”[8]. Así, el profesor analiza los diversos mecanismos de participación ciudadana que han sido experimentados en diferentes sistemas democráticos y que van desde el referéndum y las encuestas, hasta el uso de Internet.

Con base en esto, habría que preguntarnos si más allá del lugar común de que “el pueblo no se equivoca”, López Obrador ha considerado en serio iniciar en nuestro país el proceso hacia la verdadera participación de los ciudadanos, principalmente porque para lograrlo, tendría primero que educar a millones de mexicanos que, una vez informados, podrían comenzar a apoyarlo para tomar decisiones torales.

En este sentido, es necesario tomar en cuenta que, para que ese “pueblo” pueda expresar conscientemente el propio criterio en una consulta, es fundamental que cuente con un bagaje que le permita comprender cabalmente el asunto sobre el que está opinando, pero, además, requiere que hombres y mujeres sepan perfectamente lo que representa ser ciudadanos conscientes que se involucran en los asuntos de la comunidad.

Al presidente electo le resulta muy conveniente, sin duda, iniciar su camino mostrando que le interesa la opinión de la gente, de esa masa que según él es infalible. Desde que ganó las elecciones se ha empeñado en dejarse ver como un líder generoso cuya prioridad es la voluntad popular. Pero ojo: está jugando peligrosamente con el asunto, o al menos en el caso del NAICM demostró que su intención más bien era escuchar sólo a una parte del pueblo en un caso del que la mayoría no entiende nada, y que requeriría opiniones técnicas muy específicas que fundamentaran una decisión, era simplemente justificar, avalado por el voto de unos cuantos, una decisión que, por alguna extraña razón, ya había tomado él.

En este sentido, convendría estar muy atentos a las actuaciones de López Obrador, y aun sin poner en tela de juicio sus buenas intenciones, sería conveniente recordar que cualquier intento por usar la voluntad popular para justificar ciertas acciones, pervierte y corrompe el ya de por sí mal utilizado concepto de democracia.

[1] Disponible en https://verne.elpais.com/verne/2018/04/16/mexico/1523915058_909245.html

[2] Disponible en http://www.elfinanciero.com.mx/graficos/folds/resultados-encuesta3.html

[3] Sartori, Giovanni, 1974. “Democracia”. En Enciclopedia internacional de las ciencias sociales, Volumen 3. Aguilar, S.A., Madrid.

[4] Disponible en https://expansion.mx/economia/2018/10/25/la-bolsa-y-peso-mexicanos-la-consulta-sobre-el-naim

[5] Disponible en https://www.informador.mx/mexico/Convocan-a-marcha-a-favor-del-NAICM-20181101-0131.html

[6] Disponible en http://fundaciondemocracia.org/articulo-35-de-la-constitucion-politica-de-los-estados-unidos-mexicanos/

[7] Disponible en https://lopezobrador.org.mx/2018/10/25/inversiones-e-imparcialidad-estan-garantizados-en-consulta-nacional-del-aeropuerto-amlo/

[8] Disponible en https://www.researchgate.net/profile/Joan_Font5/publication/308327198_Participacion_ciudadana_y_decisiones_publicas_conceptos_experiencias_y_metodologias/links/57e0e7bf08ae3f2d793ec18c/Participacion-ciudadana-y-decisiones-publicas-conceptos-experiencias-y-metodologias.pdf

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