Las mujeres y la democracia

ARGENTINA CASANOVA

La salida de Margarita Zavala de la contienda presidencial generó reflexiones sobre el efecto de la violencia política como posible causa de su decisión, por otro lado también puso sobre la mesa el análisis acerca de lo que representa la participación de las mujeres en este proceso electoral. Esto ya constituye una razón para que el feminismo sea nuestra lente de análisis.

Sustraída de toda opinión partidista-electoral no tendría nada qué hablar ni escribir sobre el tema pero encuentro en la candidatura independiente la razón suficiente para compartir mis propias reflexiones, no de una experta en violencia política sino de una feminista que intenta atravesarlo todo por ese método de estudio.

En el dilema que generó la salida de Margarita y la resignación frente a por qué no estuvo la candidata indígena María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy, pienso en la pregunta y en la respuesta y en que el feminismo siempre ayuda. “Las mujeres no representan a nadie, nosotras nos representamos a nosotras mismas”, y ahí encuentro la respuesta.

Desde afuera, ambas no se representaban a sí mismas, había un símbolo de representación a partir de la estructura social a la que pertenecen porque no hay condiciones en la sociedad para que una mujer se represente a sí misma.

Ambas iban por la opción ciudadana que rompe el modelo de representación política de los partidos políticos para ofrecer el mecanismo de participación ciudadana en el ejercicio democrático, sin embargo, detrás de ambas habían, y hay, condiciones sociales trascendentes que representan implícitamente posiciones diametralmente opuestas.

No es el perfil profesional de Margarita frente al perfil ciudadano de mujer indígena de Marichuy. La primera viene de un partido de derecha que se fragmentó y es la esposa de un expresidente; en el caso de Marichuy, salió de una propuesta discursiva de la que sí puso distancia, el Ejército Zapatista, y al mismo tiempo su candidatura cifraba lo que Adorno dice: una sociedad mediatizada en su expresión pero incapaz de exigir sus derechos, al convertirse en el símbolo vacío -no porque ella los sea- sino porque justificaba de pronto a quien sin propósito de participar en la exigencia de sus derechos se mediatizaba solo en la expresión vacía, convirtiéndose así en una válvula de escape.

Vuelvo al feminismo y pienso en la intención de representarnos a nosotras mismas, tener voz y mirarnos en el espejo y revisar cuánto representamos nuestros propios deseos y que éstos sean los de una mujer que es a la vez todas, podemos sustraernos de ser piezas de un sistema patriarcal que lo determina todo hasta en la forma y el fondo de hacer política y ejercicio democrático, cuando sus instituciones y estructuras están regidas por este mismo sistema.

No significa que las mujeres renuncien. Creo que ponernos a discutir sobre «su representación» como práctica de participación de las mujeres, cuestionarnos acerca de si Margarita es o no la representación misma de los intereses patriarcales y/o una víctima de la opresión patriarcal nos deja en una posición crítica que hasta ahora jamás he visto acerca de la participación y representación de aspirantes hombres para preguntarse si son capaces de representarse a sí mismos, a su género y/o a algo distinto de lo que los intereses determinados de sus organizaciones partidistas cifran.

Lo que sí queda claro es que en esta contienda ningún partido político optó por una participación que se representara a sí misma o a los intereses de las mujeres y solo quedó la vía de la candidatura independiente para las únicas mujeres interesadas en la contienda.

Margarita obtuvo la candidatura justamente por «privilegios» sociales y Marichuy no lo logró, justo por no poseer esos «privilegios», es decir, la lección más grande en este ejercicio es que más allá de los intereses o lo que representan o las voces que intentan representar, es la posibilidad que una mujer tiene de alcanzar una participación política a razón de los privilegios acumulados y no de su interés de participación.

Y ahí está la fórmula que sigue aplicando a las candidaturas de todas las mujeres, es la presencia de privilegios o la ausencia de éstos lo que representa el patriarcado como violencia política, limitando o no la posibilidad de alcanzar o no una candidatura.

Si luego se renuncia, por otras formas de violencia habrá que hacer análisis que nos demanden una objetividad del método feminista, por los prejuicio paralelos a la relación de los intereses representados por la mujer en la contienda, derivado de los hombres que creemos influyen en sus decisiones para buscar candidaturas o rechazarlas; la vida de una mujer y su trabajo en relación con los intereses de su pareja hombre que sigue es un tam z en el que no solo se evalúa a las mujeres, sino que cotidianamente tenemos que decidir las mujeres en el día a día, sin que se trate de candidaturas y su persistencia y presencia ya es suficiente para pensar en un análisis feminista.

* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y Fundadora del Observatorio de Violencia Social y de Género en Campeche

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