Tiempos nuevos

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Las turbulencias sociales provocan sacudidas en la humanidad.  Habitamos un planeta vivo, en constantes reacomodos, y somos parte de una colectividad que también es presa de sus propios avatares, de sus quimeras siempre inconclusas, de los demonios que nos quitan el sueño. Basta un simple volcán o una nevada  para paralizar a la mitad del continente europeo que, con todo y su euro, su tecnología de punta, sus comunicaciones fluidas, su riqueza cultural, su parlamento que quisiera unificar a los dispares y sus muchos proyectos,  queda a expensas de la ceniza lanzada desde Islandia por un coloso de nombre impronunciable, o de nevadas en los picos de Suiza o del terrorista individual que puede estar parado en cada esquina de cualquier ciudad, grande o chica para hacer quedar mal a la policía y a los elementos de inteligencia de una nación entera.

Pareciera que los árbitros en el mundo se han tragado el silbato, y los liderazgos han quedado derrumbados.

La iglesia que acoge a la mayoría del mundo occidental sufre ahora mismo un cisma que sacude su interior y a sus añejos recintos: hoy pide perdón y muestra una cara vulnerable que no le conocíamos.  Mientras que Hollywood escupe todos los días nuevos casos de abuso sexual que parecen interminables y que dejan a la sociedad asqueada y asolada por tener que presenciar el derrumbe de sus ídolos.

Los partidos políticos, por su parte, deambulan con las ideologías perdidas, mientras los ciudadanos asisten desilusionados a la decoloración de las identidades, a la mezcolanza de ideas y de estatutos. Hoy todos los logotipos se miran a través del cristal del desencanto: de un solo tono, pardo y gastado, así sean de derecha, de izquierda o de centro.  Los termómetros que miden su desempeño parecen oscilar de “corrupto a más corrupto”, sin muchas variantes que les sean favorables.

El ejército ha salido de sus cuarteles para hacer el bien, sin embargo, la balanza aparenta inclinarse más hacia el mal que han terminado por dejar regado por doquier, en medio del temor ciudadano y de inconsistencias legales que desamparan a quienes son víctimas del desorden social imperante.

Las universidades, única alternativa original de la movilidad social, no funcionan ya igual: egresan miles de jóvenes que se convierten -luego de tantos años de estudio- en taxistas, meseros o migrantes a los Estados Unidos, rompiendo el principio igualitario que la educación otorgaba.

La sociedad se ve sin rumbo. Miope y perdida en una era tecnológica que no ha hecho sino sembrar disparidades, sin plantearse realmente la idea de coexistir en armonía en la aldea global en que el mundo ha terminado por convertirse.

El consenso es evidente: hace falta una nueva inteligencia colectiva.  Con líderes de opinión que marquen pautas para el comportamiento y para el debate. Han surgido en el mundo algunos bastiones, pocos todavía, que es preciso defender y fortalecer: En Francia “Le Monde Diplomatique” tiene esa misión, por la que trabajan “El País” en España, y “La Jornada”xv y “Milenio” en México.

Más que nunca, en las convulsiones de estos momentos que muy pocos esperaron vivir. Quienes tenemos el privilegio de escribir en los medios de comunicación debemos ser fiel al espejo cada día: poder mirarnos a los ojos del reflejo y saber que estamos escribiendo con congruencia, con claridad y con el deseo de apuntar a la reflexión de nuestros congéneres.  Reconstruir el tejido intelectual de los mejores hombres y mujeres debiera ser la meta; incorporar el pensamiento de los obreros y de los campesinos como una demanda social básica, la de las minorías tendría que ser la prioridad de la pluma:  La pluralidad es fundamental.

Debemos crear nuevos ritos que configuren al hombre nuevo. El del Tercer Milenio, capaz de rescatar a la sociedad de este maremágnum peligroso.  La defensa congruente y razonada de los valores y los principios que fundaron nuestra sociedad tiene que ser la bandera que en estos Tiempos Nuevos sea el rostro y el alma del periodismo mexicano, de tradición centenaria.  El timón social de nuestro país.  Una tarea grande, pero apenas a la medida de una sociedad fuerte y consolidada como la de nuestra patria, que ante los sismos se crece y rebasa a las autoridades, que frente a la adversidad se une, que se niega a ser revuelta en sucia mescolanza con los criminales, con los narcotraficantes, con los secuestradores o los asesinos.  México merece esos tiempos nuevos que juntos habremos de construir.  Esta tribuna es para Ustedes, para cada uno de nuestros lectores.  Juntos defenderemos el proyecto que nuestros padres y abuelos soñaron para nosotros, y que nosotros mismos queremos para las generaciones que nos sobrevendrán.

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