Encuestomanía

JAIME ENRIQUEZ FELIX

La encuesta es tal vez, el instrumento más conocido de las ciencias sociales para realizar análisis de la opinión pública. Su fama tiene que ver, no solamente con el hecho de que retrata “fotográficamente” la realidad sobre cierto tema en un momento dado, sino con que su estructuración está francamente ad hoc con los tiempos que corren: siempre estresantes, siempre cambiantes, siempre efímeros.

Una encuesta no compromete a nadie: finalmente es la imagen de momentos idos, con hechos que tuvieron lugar bajo circunstancias específicas que difícilmente volverán a repetirse. Por eso, tal vez, es que los “encuestólogos” están de moda. El más moderno, el mejor, es casi por definición el que tiene en sus manos la más reciente, los datos más frescos y la papa más caliente, la que, a toda quema, por lo menos mientras se enfría y surge alguna otra que la supere o la suplante.

Es cierto que los padres de las encuestas son los ingleses, quienes a partir del siglo XVIII las hicieron suyas, pero también es verdad, que es ahora cuando los franceses, los estadounidenses y los norteamericanos la consideran prácticamente un elemento de uso común, un producto desechable pero enteramente indispensable, sin el que cualquier ciudadano que se precie de estar medianamente informado, puede apenas pretender sobrevivir el nuevo día: junto con el café de la mañana, debe estar en la mesa del susodicho la nueva encuesta, “la buena”, sea impresa en el diario matinal, o en la pantalla de la televisión. Al tratarse de un instrumento impersonal y de bajo costo, las masas la consideran digna de crédito, eso sí, segmentando entre sus favoritos a ciertos encuestadores por encima de otros, sea porque parezcan más serios, reciban mayor publicidad, o gocen de fama pública positiva por haber acertado a pronosticar la realidad “casi milimétricamente” en otros acontecimientos sujetos a análisis, dados sus grandes y sesudos aparatos de medición.

En México dedicamos la semana pasada, prácticamente entera, a ese tema. Unos contra otros: los favorecidos contra los desfavorecidos por las últimas cifras, y todos listos para cuestionar el encuestador de enfrente, pretendiendo validar o devaluar los conceptos y los números dados a conocer. Pero eso sí, todos, más que listos y temerosos de conocer las próximas, los resultados que vendrán, para comenzar otra vez el proceso de convalidación o descalificación, según los resultados convengan a unos o a otros.

Por lo visto ese será el cariz que tomarán los hechos durante todo el 2018…hasta llegar a julio, cuando esos instrumentos de medición de la opinión pública caerán otra vez en desuso, mientras no sea necesario emplearlos con desesperación.

Lo interesante de todo esto, es que la suma de todas las encuestas, la ponderación de todos los resultados, termina por ser el escenario virtual donde se mueven las conciencias de los ciudadanos: todos terminaremos por caer presas de esas telarañas complejas y contradictorias a veces, y solamente saldremos de la maraña cuando nos alcance la realidad: “Presidente habemus”, será la consigna que el Instituto Nacional Electoral y su propia encuesta: el PREP, determine como la espada de Damocles, a quienes se habrá cortado el cuello, y cuál de entre todos los suspirantes será favorecido con El Privilegio de Mandar.

Ahora resulta que la “encuesto manía” es el nuevo juego que todos jugamos, aunque unos sean los que muevan las piezas y tomen las fotos, y otros quienes seamos meros espectadores de la realidad, hasta que llegue el momento de tomar la batuta, el papel principal, y decidir en las urnas, ¡cuál encuesta tenía razón!

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