Juan Enríquez, abarrotero

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Había nacido en 1916 en la capital de la entidad. Prácticamente a su nacimiento la familia abandonó el Estado, lo que justo coincidió con La Toma de Zacatecas y el llamado “Año del Hambre” cuando la Revolución había agotado las minas y acabado la producción de alimentos y animales en las haciendas. Nadie trabajaba, todo mundo en “la bola”. Lo que sobraba dio para que las familias sobrevivieran unos cuantos años.

El abuelo Juan y la abuela Lola salieron rumbo a Chicago en tren con sus tres hijos. Sólo recordamos que vivieron en Valley Johnson, que nunca he encontrado en un mapa, pero que era el lugar que la familia mencionaba como su residencia en Estados Unidos. Mi abuelo fue obrero industrial y la familia permaneció en aquella nación como hasta 1922. Regresaron a México y mi padre se incorporó como “chícharo” de un tendero importante en la que es hoy la Avenida López Velarde. Su jefe era Don Guadalupe Díaz, de origen español, y los negocios de abarrotes de la época vendían vinos importados de Europa en barricas con el nombre de la casa productora, ultramarinos que provenían principalmente de puerto de Vigo, los jamones y muchos productos fabricados por ellos mismos, como los chiles en vinagre, algún tipo de galletas y chocolates. Eran tiendas para pobres y ricos con horarios de atención muy largos y sin cerrar un solo día –excepción hecha del jueves en la tarde, que por alguna razón era su día libre para el aseo personal y para permanecer con la familia-.

Mi padre recordó siempre con afecto al hijo de don Guadalupe, que se fuera a estudiar Medicina a la Ciudad de México y que más tarde fuera rector de la hoy Universidad de Zacatecas, pero desde su niñez nunca volvió a tener contacto con él por cierta timidez.

Para esos años, mi abuelo había instalado una tienda, también de abarrotes por donde estaban los transportes que salían de Zacatecas a los municipios.

Recordaba que frente a su tienda pernoctó algún tiempo el otro caballito, el de González Ortega. La de mi abuelo era una de las mejores tiendas de la ciudad,

Posteriormente mi abuelo se cambió al Callejón de la Bordadora, donde estaba también la tienda de don Jesús Jacques -donde mi padre también trabajó como dependiente- y el Banco Mercantil. Allí duró muchos años. Cuando era niño me tocó ayudar a la familia saliendo de la escuela. Recibíamos en la mañana a la abuela con la vianda, que era un desayuno exquisito con café caliente, frijoles, chicharrones, tortillas y en la parte de debajo de los recipientes, un platón con carbón, que permitía que no se perdiera la temperatura del desayuno. Mi abuela no podría entrar a la tienda porque las costumbres decían que las mujeres no debían entrar ni a los negocios ni a las minas “porque las salaban” y perdían su productividad. Ahora también interpreto que había una moralidad emocional para que los negocios no fueran recinto de placeres carnales.

Al mismo tiempo se abrió otra tienda con el hermano de mi padre, Don José, donde ahora está un negocio de mariscos del entonces famoso boxeador, El Hampa. Mi tio con su negocio progresaba, mientras que mi padre y mi abuelo tenían una de las mejores tiendas del centro de la ciudad.

Con el tiempo, mi padre en la década de los 60’s se iba al programa de braceros de los Estados Unidos, pues había convenios en California cerca de la capital de esa entidad. Así, nos quedábamos sin padre casi un semestre.

Mi padre había instalado una tienda en el número 111 de la avenida Morelos, el hogar de la familia que atendíamos mi madre y todos sus hijos.

Al regresar con dólares, el negocio se estimulaba y puso una “fábrica” donde encurtíamos chiles en botes alcoholeros de 20 litros, con el famoso chile güero zacatecano, largo o bola y las tardes o fines de semana los dedicábamos a lavar las latas, a limpiar el chile, a cortar los perones y membrillos, a limpiar el orégano, a colocar en cacerolas la sal de grano, el piloncillo y ponerle agua a las latas. El chile reposaba aproximadamente un mes, hasta que se iba creando una madre, llamada así, que era como una nata, y era la que permitía el proceso de curtido al chile. Llegaba un soldador que sellaba la lata de manera hermética y así almacenábamos otros 90 días el producto. Después se vendía en la tienda o se compraba por latas pues era el mejor producto de Zacatecas, un producto típico. Ahora se vende un producto mla hecho en el

pasaje comercial que está frente a correos. Otras épocas mi padre fabricaba vino de mesa en unos recipientes gigantes donde nuestra madre nos bañaba. Una vez limpiados, les colocábamos agua hasta la mitad, le poníamos azúcar para endulzarla, un colorante que era el que le daba sabor al brebaje y con el brazo girábamos el agua hasta integrar los componentes. Ya habíamos lavado las botellas que conseguíamos en las cantinas. Mi padre compraba etiquetas y corchos , un pegamento. Teníamos una encorchadora, que era un artefacto muy excepcional donde se colocaba la botella ara que el corcho entrara directamente a la boca de la misma. Se limpiaba la botella, se le colocaba la etiqueta. Había una especie de copa como de latón, flexible, que se le ponía a la botella y con otro aparato se apretaba. Las botellas quedaban bellas, con marcas españolas, que eran las etiquetas que se adquirían. Se colocaban en cajas de madera para 24 botellas acostadas, les poníamos aserrín, se clavaban y a vender en los municipios en una pick up Ford 54 verde. Mi padre conducía y yo era el chalán. Eran viajes del mismo día: salíamos a las ocho de la mañana para regresar a las ocho de la noche. Era muy consumido el vino, por aquella extraña costumbre de acompañar el vino de mesa con el jugo de naranja y los huevos en licuado, o para los curas que consagraban en la misa y que ya tenían también su vicio.

Fabricábamos galletas, fideo y espagueti con técnicas que mi padre había aprendido a elaborar con Guadalupe Díaz.

Así vivió muchos años la familia, con la contribución de todos, con mi padre en Estados Unidos por temporadas y mi madre atendiendo la tienda y a nosotros.

El abarrotes de mi abuelo cambio de domicilio. El abarrotes de mi padre cambió a donde estaba, en la central camionera vieja, subiendo la calle hasta donde hoy se encuentra la tienda de mi hermana Sofía, que de acuerdo a la tradición familiar, está por cumplir un siglo en el 22, como negocio de los Enríquez.

Siempre el negocio fue Abarrotes, Nunca cambió de nombre, porque para mi padre ser abarrotero era un orgullo. Allí nacimos, allí vivimos o el negocio vivió de nosotros. Mi padre, más que abarrotero, era empresario, creativo, con la frustración de un Zacatecas derrumbado y destruido por la Revolución, del que nunca pudo escapar de manera definitiva, aunque ese fuera siempre su sueño.

Mi abuela Lola, su madre, siempre le tuvo prohibido a Juanito abandonar Zacatecas. Mi tío Josecito, como mi abuela le decía, al morir los padres salió rumbo a Tijuana. La familia se multiplicó. Hoy tienen una vida muy digna en una zona próspera de Tijuana parte de ellos y otra parte en los Estados Unidos, en pueblo de Orange, que hospeda a Disneylandia.

Esa es la historia de nuestra familia. 3 de los nietos han fallecido. Pero los demás esperamos cumplir los 100 años de esta historia de familia. Como todos los zacatecanos, los Enríquez tenemos nuestra propia historia. Esta fue nuestra vida, nuestra modesta contribución a la economía de Zacatecas y hoy nos hospeda a todos la ciudad más bella de América, con un pasado Colonial de riqueza absoluta, de cuyo prestigio gozamos en el mundo entero.

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