Hablando de vacaciones: Los Ritz Carlton

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

El de Grand Cayman y el de Cancún se parecen entre sí. De ello puedo dar constancia después de un largo recorrido –casi abrumador- por el tempestuoso y magnífico Mar Caribe, en una empresa que acometí con las ansias de todo buen marino zacatecano, donde los haya.

Ambos hoteles comparten el diseño de sus albercas, la arquitectura de sus edificios y hasta “las casitas” en la playa, que se ostentan como un “la manera más cara de asolearse en la playa”, pues por un módico costo de $190 USD se puede disfrutar de una palapa privada, con toallas bordadas con el logotipo de los hoteles Ritz Carlton, tendidas cuidadosamente sobre camastros acolchonados. Por un precio de $35 USD puede aspirarse a un “canopy”, que no pasa de ser la misma tumbona acolchonada, con un toldo doble: dos camastros por el precio de uno. La comida y la bebida son siempre aparte, ¡no faltaba más!

Tal vez el lenguaje de los nativos varíe en cada caso: el inglés para Grand Cayman y el español para nuestros cancunenses –si bien la mayoría no son oriundos del enjundioso y nuevo territorio turístico: proceden de Veracruz, Chiapas, Oaxaca o Mérida. Sus hijos si han nacido en Quintana Roo, tierra de esperanza para tantos buscadores de un mejor futuro para su descendencia- Unos y otros: negros o mestizos, ambos comparten el mismo horizonte de un mar multicolor, siempre impactante por su transparencia y la generosidad de sus entrañas, que contienen inacabables variedades de peces y mariscos bellos a la vista y exquisitos al paladar.

Los Ritz caribeños no son sino una tradición que empieza apenas en la región –por más que el de Cancún, por ejemplo, tenga 25 años de operación continua- pues ninguna elegancia puede compararse a la del hotel “madre”, el Ritz de París, en el número 15 de la Place Vendôme, abierto por César Ritz en 1898, donde tantas generaciones de bon vivants han disfrutado del té de la tarde en invierno y de los cocteles en las tardes de verano, ya sea en el Vendôme Bar o en L’Espadon, su restaurante gourmet, baluarte de la alta gastronomía francesa..

El hotel es pequeño: 100 habitaciones apenas –que lo hacen ver minúsculo frente a los otros Ritz que han proliferado en los más selectos lugares del mundo-, pero sus 56 suites son magníficas para la imaginación. Sus propios huéspedes han dejado en ellas sus nombres para la posteridad. La suite Coco Chanel de ella. No podría ser de nadie más. Como la suite Windsor está siempre reservada para la realeza de Inglaterra, que procura hacerse siempre presente en el refinado hotel. El precio de una habitación pequeña: 70 metros cuadrados, con el “pequeño desayuno” incluido, para dos personas, puede encontrarse en “temporada baja” en $6,700 euros por unas cuatro noches, que son sin duda un hito en la vida de sus afortunados huéspedes. La lista de estos personajes prácticamente no tiene fin, y las anécdotas que allí se han generado, tampoco.

Se cuenta por ejemplo, que Ernst Hemingway era contínuamente regañado por su cuarta esposa, Mary Weish, periodista del New York Times, cuando subía a su habitación con olor a alcohol. El escritor pidió a su hombre de confianza, Bertin, el barman de la época, que consiguiera preparar una bebida que no dejara en su aliento los rastros del beber. El esmero de Bertin creó una bebida a base de vodka y jugo de tomate: ¡fantástico!, exclamó Hemingway, la Bloody Mary –maldita María- no sospechó nada. Fue en el Ritz de París, donde se dio título a esa bebida que hoy recorre los continentes ganando nuevos adeptos.

En L’Espadon se suele señalar el sitio exacto donde Coco Chanel se sorprendió a ver un biombo separando una parte de su restaurante predilecto. Su enojo se hizo patente hasta que le informaron que detrás de él se

encontraba el Rey Farouk de Egipto, pues el protocolo impedía que se le viera comer.

Quien se acerque a la obra de Marcel Proust, podría quedar intrigado de que su libro “En busca del Tiempo Perdido” esté prologado así: “A mi amigo Olivier, con todos mis elogios”. El maitre del hotel, Olivier Dabescat tenía, para Proust: “la santidad de un sacerdote, el tacto de un diplomático, la estrategia de un gran general y la sagacidad de un detective”. Tan gran hombre era Olivier, que ganó la inmortalidad con tantos talentos como le descubrió el célebre escritor.

Winston Churchill, Arthur Miller, Collette, Jean Cocteau,y Pablo Picasso, han gozado con la perfección acumulada en cada centímetro de un lugar único como ese. El Gran Duque Nicolás de Rusia, impactaba a propios y extraños con su llegada, pues los cosacos que custodiaban la puerta de su habitación, no eran invisibles, por cierto.

París no olvidará jamás las recepciones de gala que Wallis Simpson y Eduardo VII de Inglaterra protagonizaron en su recinto, luego de que el abdico para seguirla, y de que ella hiciera “su casa” al Ritz de París. El rey cambió su castillo por este pequeño imperio del buen gusto y la convivencia social de altos vuelos.

El primer hotel de lujo que tuvo bañeras en todas las habitaciones, fue precisamente esta. En su tiempo, ello constituyó un síntoma de la modernidad con que los mil detalles del Ritz asombraron al mundo.

35 mil botellas forman la reserva vinícola del Ritz de País. Tiene excepcionales cognacs de 1812, y vinos míticos como el Chateau Yquem, el Chateau Lafite y el Chateaux Margaux. Durante la Segunda Guerra Mundial, el mariscal Goering decretó esa cava como “su reserva personal” de vino. Constituyó una victoria épica, de valor y sagacidad, ocultarla de la voracidad de la guerra y preservarla como patrimonio del hotel y de sus futuros clientes.

200 mil rosas y 100 mil orquídeas se preparan cada año en 250 ramilletes por día, preparados por expertas, como un regalo personal del sempi eterno Cesar Ritz, quien pensó que las flores debían ser la mejor compañía de una mujer.

Vivir la perfección es delicioso. Es inspirador… y resulta costoso pero inolvidable. “La experiencia Ritz” da ahora la vuelta al mundo y nos mantiene vivo el espíritu de todos aquellos, presentes o idos, que han pensado que la vida vale la pena vivirla “a todo tren”.

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