El fracaso de Morena

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

La derrota de Andrés Manuel López Obrador en las presentes elecciones fue dramática: no gana una sola gubernatura a pesar de las condiciones favorables –como nunca- para la derrota del PRI Gobierno. El PRI ha sido como siempre: acarrea y compra el voto, obliga a la burocracia a votar por ellos, invierte cantidades gigantescas de recursos públicos, coptas periodistas y tiene el control de los órganos electorales estatales y federales.

Pero no es imposible derrotar al PRI: Cuauhtémoc Cárdenas en la Ciudad de México le ganó al mismísimo grupo Atlacomulco, precisamente a Alfredo del Mazo padre, nada menos que por 2 a 1, y 3 a 1 al PAN. La receta se ha repetido en el Distrito Federal en varias ocasiones. Se ha ganado también Michoacán, Zacatecas, Morelos. Está visto que no es imposible derrotar al gobierno y a su partido cuando se organiza una elección de manera adecuada.

La derrota de AMLO es contundente. Estamos al cuarto para las doce de la elección presidencial, donde habrá nuevos actores: una mujer zapatista que le robará votos a la izquierda, posiblemente tres o cuatro candidatos independientes –incluyendo al Bronco- y se andan calentando algunos gobernadores que tienen fondos públicos y que los pueden tirar en una contienda electoral.

La fórmula para derrotar al PRI es simple. Cuauhtémoc inventó un esquema que es infalible, cuando en 1988 se lanzó sin partido y después se sumaron algunos partidos paraestatales que no agregaron votos quizá, pero dieron la imagen de una unidad popular.  Todos eran aliados del gobierno, pero con esta oportunidad se convirtieron en demócratas.

Andrés Manuel López Obrador, tabasqueño sin arraigo en el DF, participó como candidato a la jefatura de esta ciudad. Los chilangos no lo querían por su lengua cortada y su vestimenta de vendedor de Liverpool. El contrincante fue Santiago Creel. Si la elección se hubiera tardado un mes más, AMLO hubiera perdido. Pero hizo lo que no le gusta: se sumó al partido de Marcelo Ebrard, Manuel Camacho y otras morrallas electorales. Logró ganar de panzazo y ser Jefe de Gobierno.

Si AMLO hubiera entendido la elección en la contienda actual, hubiera ido con el PRD: el partido que durante más de 20 años lo subsidió, le dio candidaturas y le permitió vivir sin trabajar. Pero en lugar de buscar acuerdos, fustigó a la oposición de izquierda: los llamó paleros y traidores a la patria. Se peleó con toda la prensa nacional, como si toda fuera corrupta. Golpea en sus oficinas de los estados a todos los gobernadores, sin importar el partido al que pertenezcan ni analizar su honorabilidad.  En estas últimas fechas cometió errores graves: aliarse con Elba Esther Gordillo, con el Canal Trece, con Miguel Torruco el consuegro de Carlos Slim y otras basuras viejas como Manuel Bartlett o la hija del cacique priista más corrupto de toda la historia de México, aquel insondable Carlos Sansores Pérez. Recogió en la Cámara de Senadores a los que algún día llamó despojos y que tienen a Manuel Bartlett como jefe.

La histeria de Andrés Manuel es fatal: no recuerda que estuvo a punto de morir por un problema del corazón y que solo la intervención de grandes médicos en un hospital de lujo, pudieron salvarlo. AMLO está tocado del corazón y desquiciado de la mente. Ganarle al PRI es muy fácil: basta una coalición, donde vaya el mejor de los hombres sin importar el partido. Pero el tabasqueño, cuando va a una fiesta y es bautizo, quiere ser el niño; si es matrimonio, quiere ser el novio: todo para él y sólo para él.

La definición de la candidatura de Delfina de Morena tiene el perfil que a él le gusta para que obedezcan de manera ciega. Es inculta, no tiene conocimiento político, no se parece a las mexicanas que quieren reflejarse en una candidatura: todo estaba hecho para perder y negociar el futuro. Igual pasó con la candidatura de Higinio Martínez, igual pasó con la candidatura de Yeidckol Polevnsky. Porque Andrés Manuel participa para competir, no para ganar. Le ganó al panista Felipe Calderón y la dejó pasar. Pudo haberle ganado a Peña Nieto prefirió cambiar la elección por un partido político, que es todo de él.

Nuestra conclusión: al PRI se le derrota con coaliciones. Hoy estaríamos hablando de un resultado de más de la mitad del electorado, porque además de la suma de los partidos, hay una sinergia que provoca el ir juntos para derrotar al tirano. AMLO desde la soledad de su despacho no puede entender que electoralmente es un fracaso. Perdió Tabasco varias veces, ganó el DF gracias a Rosario Robles y a un acuerdo y ha perdido dos veces la República y desde luego, es un fracaso electoral en su partido Morena, porque tiene más de 20 años haciendo campañas acompañado por el fantasma de la derrota.

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