Vidas (Cuento)

SIMITRIO QUEZADA

La mujer tiene sueños que mañana no recordará. A su lado, pensando en gaviotas y conchas marinas, el hombre se acomoda mejor. No lo ha confesado, pero le gusta sentir la espalda de ella. Abre los ojos y se pregunta si no será destino de una espalda encontrar la que le está designada. Sin voltear, se mueve un poco para acariciarla. Ella sonríe como si alcanzara a darse cuenta, aunque prefiere seguir en el sueño.

***

El coche toma la curva con calma. Detrás se desespera el otro conductor, el de la camioneta. Pero el Excelentísimo es así: no más de setenta por hora.

Al pasar el libramiento le llegan los recuerdos. Hace poco ordenó a tres jóvenes. Los ojos del último estaban húmedos: tanta era su emoción. El Excelentísimo suspira. Lo rebasa el de la camioneta y él parece no advertirlo. Habla a Dios recordando el día de su ordenación sacerdotal. Pasando un tope, la ciudad sale a su encuentro.

***

Cuando hacen el amor, hombre y mujer olvidan todo: han nacido para entregarse. El estremecimiento final recorre el interior del hombre desde la pelvis hasta la nuca. Bajo él, la mujer sigue acariciándolo. “No te vayas tan pronto”, dice pero lo mira vestirse. “Quédate un poco más, vida”. Él se acerca y deja un beso entre sus labios.

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“Por la comunión de los santos”, reza el Excelentísimo en la misa dominical. “Mira, Señor, a tu Iglesia, congregada por amor a Ti, y concede a los que la formamos la gracia para amarte en el camino que cada cual ha elegido en su vida. Por nuestro Señor Jesucristo…”

Desde la octava banca de la izquierda, la mujer se santigua y pide a Dios por su hombre. Hace cuatro noches no va a casa, pero ella sabe que él sigue amándola. Es mucho su trabajo, comprende, “pero, Dios, lo necesito. Es mi vida y no puedo vivir sin verlo”. Ella sigue rezando. El Excelentísimo bendice a hombres, mujeres y niños congregados en Catedral.

***

Tres días después llegó el hombre y se amaron desaforadamente. Aunque ella no pidió explicaciones, él preparó un café para ambos y estuvo contándole lo sucedido en Pozos, la semana pasada; y en Abreu, estos días. Siempre han sido viajes de tres a cuatro jornadas con mucho trabajo. Para colmo, esa mañana él había llegado a su oficina y ya estaban esperándolo. Atendió a las personas y canceló las citas de la tarde. “Ya quería verte”, dijo y casi tira su taza al abrazarla. Ella le besó pómulos, párpados, labios. Después de una semana, él sintió que sus manos llegaban adonde estaban destinadas desde siempre. No importaba el pasado, sino este momento. Sus vidas precisaban este instante, en que sólo ellos existían en el mundo.

***

Varios sacerdotes le llevaron mañanitas al Obispado. El Excelentísimo cumplía ese jueves veinticuatro años de sacerdote. Había que festejar eso al obispo más joven del país: al que desde niño deslumbró por su inteligencia, por su dinamismo al hablar y tratar a la gente; al que impuso la mejor trayectoria en academia, deporte y espiritualidad.

El Excelentísimo dijo no tener palabras para agradecerles y entonces estalló un aplauso que espantó a las palomas acurrucadas entre las vigas del techo en el pasillo. Con una lágrima saliendo del ojo izquierdo, el joven obispo confesó no merecer tanto. “Soy sólo un siervo que busca ofrecer su vida a Dios del mejor modo”, dijo y bajó la cabeza. Las secretarias del Obispado le llevaron los ramos de flores y el Excelentísimo sintió, en un estremecimiento, los besos en su mejilla.

***

El hombre tiene sueños que ayer no recordaba. A su lado, pensando en el destino y el rumbo de las vidas, ella intenta acomodarse mejor. Comienza a besar la mejilla del dormido y él se estremece. “¿Qué hora es?”, pregunta volteando al despertador. “Debo irme”, y ella no responde, mirando al hombre vestirse. No puede hacer algo para dejar de amarlo.

Él promete volver pronto, se despide con un beso, toma el portafolio y las llaves del coche. Antes de abrir la puerta, regresa a recoger el solideo que por poco olvida sobre el buró. Desde la cama, la mujer insiste en que se quede un poco más. Él se acerca y, mientras sigue apretando con la izquierda la prenda litúrgica, deja otro beso entre sus labios.

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