México debe ser defendido por los mexicanos y su gobierno

AQUILES CÓRDOVA MORÁN

Con fecha de 1º de marzo de este 2017, el diario español “El País”, con mal disimulada ironía, publicó una noticia de la mayor relevancia para los mexicanos que tituló así: “El decálogo de Videgaray para enfrentar a Trump”. En los primeros renglones de la nota se precisa: “El canciller mexicano, Luis Videgaray, definió este martes las líneas maestras de lo que serán las relaciones con Estados Unidos, 110 días después de la victoria de Donald Trump”. El “decálogo”, que citaremos en forma abreviada, es el siguiente. En el punto uno afirma la necesidad de una “política de Estado” que aglutine “todas las voces del Senado”, es decir, el Canciller pidió “unidad” a los mexicanos e invitó a todos los partidos políticos a colocar la problemática con Estados Unidos por encima de sus legítimas ambiciones electorales. El punto dos anuncia que, “ante la parálisis comercial y diplomática” con aquel país, México “reenfocará sus relaciones exteriores hacia América Latina y el eje Asia Pacífico, especialmente con China y Japón”. El punto tres asegura la “defensa de las remesas” que los mexicanos residentes en EE.UU. envían a sus familias, asegurando que “…son un acto de solidaridad cuya protección será una prioridad para el gobierno”. El punto cuatro precisa que la violencia que se vive en México “es consecuencia del consumo (de drogas, ACM) en Estados Unidos”, razón por la cual ese país “debe asumir responsabilidad histórica”; en concreto, debe “asumir acciones eficaces para frenar el tráfico de armas y dinero de norte a sur”. En el punto cinco, el Canciller defiende la “libertad económica”, en virtud de la cual México “no acepta restricciones” a dicha libertad. No rehuimos la posibilidad de mejorar el TLCAN, añade, siempre que se garantice “su naturaleza fundamental”, es decir, la plena libertad económica.

El punto seis asegura que, en la (re)negociación del TLC, México pedirá que se incluyan “nuevos sectores” (de la actividad económica, ACM) que no existían en 1994, tales como el comercio electrónico, las telecomunicaciones o el sector energético. En el punto siete, de particular relevancia según creo, el Dr. Videgaray afirma que se pondrá “fin al modelo de rentabilidad a costa de bajos sueldos en México”, y asegura que “…cualquier acuerdo económico debe acarrear subidas de sueldos en México”. El punto ocho ofrece y demanda, al mismo tiempo, “seguridad jurídica para las inversiones” extranjeras de aquí y de allá. En el punto nueve hay un rechazo claro a la militarización de la frontera (con EE. UU., ACM). “México repudia cualquier intento por militarizar las operaciones migratorias, así como medidas unilaterales que pretenden deportar a México a ciudadanos de otros países…”, dice el Canciller. Finalmente, en el punto diez se plantea un “cambio de relaciones con Centroamérica”; el nuevo trato tendrá “un enfoque de desarrollo y no solo migratorio”, ya que en la actualidad “se están atendiendo los síntomas y no los problemas”.

Hasta aquí la síntesis del “Decálogo”. He juzgado indispensable citarlo del modo más extenso que permite el espacio periodístico, por dos razones. La primera de ellas, de enorme trascendencia para la vida del país en la difícil situación por la que estamos atravesando, es que se trata del proyecto más completo y puntual que haya llegado a mis manos hasta hoy, tanto de parte del Gobierno como de cualquiera de las muchas fuerzas políticas que componen el panorama nacional y que, en la actual coyuntura electoral, están pujando entre sí para ver quién se alza con la victoria y con el poder de la nación en los ya muy cercanos comicios de 2018. Nadie, absolutamente nadie que yo sepa, se ha atrevido a hablar de modo tan claro, alto y completo, de lo que piensa o propone hacer para salir al paso de los graves retos y problemas a que nos está enfrentando la política del nuevo presidente de Estados Unidos hacia México y los mexicanos. Y pienso que es justo y necesario, por eso, que el país conozca este plan de diez puntos que acaba de enunciar el Canciller mexicano a nombre del Gobierno de la República. Pero no es solo el hecho de haber roto el silencio y respondido a la incertidumbre de la opinión pública sobre el “¿y qué vamos a hacer?” que está en la mente de todos; es también, y de modo más destacable si cabe, el contenido del decálogo. Según mi modesta pero libre y desinteresada opinión, el anuncio del Canciller, si no es perfecto, sí se acerca mucho a lo que los antorchistas de México venimos sosteniendo desde hace tiempo; es decir, que el discurso del Dr. Videgaray acierta tanto en la visualización profunda de los problemas como en las sanas medidas que pueden ponerles un remedio moderadamente eficaz.

Sin embargo, no queremos aparecer, ni como vulgares turiferarios en busca de la aprobación y el premio de los poderosos ni como optimistas ingenuos, que confunden el planteamiento teórico correcto de una cuestión compleja con su ejecución práctica y con el éxito probado en la realidad. Estamos muy conscientes de que, como solía decir Sancho Panza, el fiel escudero de don Quijote, “aun la cola falta por desollar”. Es decir, que falta todavía mucho, tal vez lo más difícil, para que el proyecto aterrice en medidas y pasos concretos que puedan arrojar resultados tangibles y medibles. Es posible que la propuesta tenga todavía que sufrir cambios, ajustes y adecuaciones o hasta la renuncia de alguna de sus partes de acuerdo con lo que exija y permita la realidad contante y sonante; que falta, sobre todo, probar que hay la firme decisión de avanzar por ese camino, cualesquiera que sean las dificultades y los riesgos que ello provoque, si la realidad de que nace se mantiene tal como la vemos y como se anuncia para un futuro cercano. Es posible, como no, que  volvamos a ser testigos de una promesa que solo se formula para ver si logra ablandar al enemigo, pero sin ninguna voluntad seria de cumplirla en caso necesario; que volvamos a conformarnos con concesiones menores a cambio de continuar atados al carro del neoliberalismo, o “capitalismo salvaje” como también lo llaman algunos. Sea como sea, a los antorchistas nos parece que el “decálogo” es esencialmente correcto, acertado, y queremos dejar constancia de nuestra opinión sin poder o querer garantizar el futuro del mismo, porque eso no está en nuestras manos ni es de nuestra competencia.

La segunda razón para manifestarnos (de algún modo implícita en lo ya dicho) es precisamente el sospechoso silencio, el mutismo que, de pronto, ha atacado a muchos que hasta hace poco sufrían exactamente de lo contrario, es decir, de una verborrea incontenible cuya elocuencia brotaba de sus bocas a la menor provocación. Esto es particularmente preocupante, como ya se han encargado de notarlo y escribirlo personas más calificadas que yo, tratándose de los precandidatos a la silla presidencial que la opinión pública conoce e identifica perfectamente. ¿Qué pasa aquí? ¿Es que el ratón les comió la lengua, como decían antaño las abuelas? ¿Acaso no creen importante (y menos necesario) decirle al pueblo mexicano cómo piensan enfrentar la crisis desatada por Trump en caso de llegar al gobierno del país? ¿O es que tienen miedo de que un compromiso claro de su parte provoque el veto norteamericano a sus aspiraciones políticas? Sea como sea, el hecho es que están cometiendo una omisión imperdonable, porque los electores tienen todo el derecho a saber de qué pasta (de héroes o de villanos) están hechos quienes aspiran a gobernarlos. Finalmente, los antorchistas nos pronunciamos porque es nuestro derecho y nuestro deber; porque creemos que a México lo debemos defender todos los mexicanos y no solo el Gobierno, y una primera forma de materializar este deber es pronunciándonos sobre (y apoyando en su caso) cualquier propuesta que el Gobierno formule, pues no hacerlo es dejarlo solo frente al poderoso que intenta avasallarnos, es debilitarlo y allanar el camino a la claudicación o a la derrota, de lo cual seríamos víctima todos los mexicanos.

En este sentido, no deja de ser sintomático que, hasta antes del discurso del Canciller, menudeaban las voces “autorizadas y enérgicas” que acusaban al Gobierno de “débil”, y hasta de cobarde, por no tomar una posición firme ante el gigante del norte; y hoy que el gobierno les responde, guardan un inexplicable silencio que se compagina muy mal con sus estentóreos reclamos de hace unos días. ¿Es que prefieren el sometimiento del país a intereses ajenos antes que abonar un tanto a favor del enemigo a vencer en la justa electoral al que, además, han descalificado ya tantas veces? ¿Y no es esto anteponer el mezquino interés personal a los superiores intereses del pueblo mexicano? De ser así, podemos decir que los llamados del Dr. Videgaray a la “unidad” equivalen a predicar el Evangelio in partibus infidelium. Que la historia juzgue a cada quien según sus méritos.

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