El Fresnillo que todos queremos

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

La prensa de la época –en 1830- habla de don Francisco García Salinas, quien fuera gobernador del Estado de Zacatecas y un gran impulsor de la minería, no sólo de la entidad sino del país todo, por la implementación de procedimientos administrativos que permitieron facilitar la gestión de una industria que utilizaba la tecnología de punta, que el mundo descubría y aplicaba en distintas latitudes –si bien las plantas textiles sobresalían en el orbe, era la minería la que generaba los desarrollos y la riqueza de pueblos y naciones-. Las compañías extranjeras invertían cantidades infinitas de recursos para extraer el preciado mineral. En México se dio el auge en distintos siglos y entidades: Taxco, Pachuca y Zacatecas iniciaron su emporio en el siglo XVI; Real del Monte en Hidalgo, Real de Catorce en San Luis Potosí y Sombrerete en Zacatecas, lucieron su esplendor en el siglo XVII. El Estado de México con El Oro, entre otros, tuvo su auge en la segunda mitad del siglo XIX. México ha mantenido su posición como potencia minera desde entonces: en tiempos de la Colonia era ya un gran exportador de materia prima, que sólo vio pasar cargamentos ingentes de preciados metales extraídos del subsuelo de la Patria, como vio pasar también, los carros que transportaban al cementerio a sus muchos jóvenes muertos de silicosis. Exportar no es siempre símbolo de riqueza, y menos aun cuando se trata de materia prima.

Nuestro personaje, “Tata Pachito”, adquirió en Londres la primera máquina de vapor que hubo en el país, especializada en el desagüe de las minas. El equipo llegó al puerto de Tampico y de allí fue transportado hasta el mineral de Fresnillo. La máquina de vapor Cornisch y las que la siguieron, fueron instaladas -una de ellas en el tiro de Beleña- para mejorar la eficiencia en la extracción, y para transformar incluso, el tan importante mineral.

Fresnillo ha sido tan rico y noble como desdeñado: el “patito feo” de la entidad zacatecana. De allí han surgido valores universales como Tomás Méndez, Francisco Goitia y Manuel M. Ponce –que quisieran robarnos los aguascalentenses-. Sus hombres y mujeres han sido actores relevantes del progreso estatal. Su reclamo fue siempre la desatención del gobierno central.

Cuando estudiábamos nuestras carreras profesionales en los años 70’s, no existía en el municipio mencionado, una sola institución de educación superior, por lo que el 30 por ciento de los alumnos de la capital del Estado, provenían de esa zona. Sus padres, muchos de ellos mineros, tenían que pagar el hospedaje y la alimentación de sus jóvenes hijos. Otros emigraban a la Ciudad de México, dado que los costos no eran tajantemente diferentes. Los eventos culturales, artísticos y deportivos, se daban fundamentalmente en la ciudad de Zacatecas. Fresnillo, que llegó a tener una población mayor que la de la capital, asistía como un municipio más a las diferentes competencias.

No fue el gobierno municipal, sino la mina de Fresnillo, la verdadera promotora del desarrollo en la región: alrededor de ella se fueron concatenando actividades que se desprendían de la misma empresa: desde equipos de béisbol y básquetbol, hasta uno de los primeros campos de golf que tuvo el país, surgieron en las instalaciones de la colonia que fundaran las compañías para sus ejecutivos extranjeros. La mina fue el epicentro de la vida en Fresnillo: en torno a ella se hacían fortunas, se tejían sueños y se narraban tragedias. Todos los fresnillenses tenían prácticamente alguna historia personal que contar, relacionada con su suelo: nada mejor para arraigar el corazón de los hombres a la patria.

Es así, que no debe sorprendernos el celo de los habitantes de la región. Cuando los equipos zacatecanos asistían al Club Deportivo Nacional, el problema no era entrar, pues acompañábamos al equipo de la capital, ansiosos de participar en la contienda que entonces estuviera en disputa: el problema era salir si se ganaba, porque los alrededores del centro deportivo se hallaban invariablemente pletóricos de fresnillenses, que aguardaban listos para cobrar la derrota. Sus suntuosos bailes eran iguales en más de un sentido: el celo para sus muchachas ponía los nervios de punta al más templado. Entonces la orquesta de Beto Díaz -que amenizaba los mejores festejos, no sólo en el Estado sino en todo el norte de la República- disfrazaba con sus acordes rítmicos el verdadero estado de cosas que allí se vivía: cualquier acontecimiento social o deportivo, convertía en un verdadero búnker el municipio, siempre presto a ser defendido por sus impulsivos muchachos frente a posibles o imaginarias agresiones de todo aquel que proviniera de la capital de la entidad.

Pero Fresnillo no ha sido solamente valor mexicano ni minas de cotizado material: uno de los tres santuarios más importantes del país, entre San Juan de los Lagos y la Villa de Guadalupe, es sin duda Plateros, embellecido por constructores y mineros, ampliamente conocido y venerado, que genera un importante turismo religioso, significativo para la economía del municipio. Resulta un privilegio contemplar una imagen única, sin copia ni parangón: el Santo Niño de Atocha cuyo origen, según las más sesudas investigaciones religiosas, se orienta hacia España. Realmente Fresnillo tiene de qué presumir con su venerado santuario.

Pero el municipio debe también vanagloriarse de que en el Estado, no ha habido movimiento obrero contemporáneo más importante que el de los mineros fresnillenses. Hicieron temblar gobiernos estatales por la fortaleza de los intereses para los que trabajaban y por el alto nivel de organización que alcanzaron y que potenciaba su poder de negociación. Huelgas significativas en el siglo pasado, fueron la de 1923 -motivada por un accidente que implicó la muerte de obreros-, la de 1941, la que tuvo lugar en 1945 –que duró 45 días- y la de 1948 que también mantuvo en vilo al municipio durante mes y medio. El sindicato tuvo enfrentamientos –apoyados por la sociedad- por la imposición de presidentes municipales desde la capital del Estado.

Los fresnillenses han sido siempre organizados, laboriosos y valientes. De los zacatecanos con quienes convivíamos en el Distrito Federal, los de Fresnillo siempre eran los más en número y en interés por participar en cuanto evento hubiera de emprenderse. Los festejos de la Fraternidad Zacatecana en el Bosque de Chapultepec de la Ciudad de México, con sus grupos musicales, sus puestos multicolores y su alegría, tenían fundamentalmente el sello de Fresnillo, que creció con la rivalidad de los políticos de la entidad, siempre interesados en llevarse los aplausos en tan connotada ocasión. El día de la fiesta pasaba de modo tan alegre que al atardecer, el campo “de batalla” parecía un boceto que delineaba aquella escena del enfrentamiento de Francisco Villa contra los federales en la Toma de Zacatecas: el número de caídos era infinito, al fragor de los energéticos tequilas sureños o del mezcal de Pinos. El baile anual de los zacatecanos residentes en el Distrito Federal en el Salón Riviera, también era encabezado de facto por los fresnillenses: si hubiera hecho falta una votación, no cabe duda que, de ellos hubiera sido la mayoría, porque hasta allí llegaba su euforia como gheto municipal disputándose por bailar con las damas más vistosas o por escuchar antes que nadie sus canciones preferidas-.

Es cierto que la mayoría de los gobernadores que ha dado la entidad, han provenido, o de los Cañones, o de la capital. El político de Fresnillo fue marginado durante muchos años, pues la fuerza de su economía y la pujanza y organización de su sociedad civil, provocaban la competencia y los celos naturales entre unos y otros. Fue hasta el “Monrealazo” de 1998, cuando pudieron empujar un candidato que gobernara el Estado.

Fresnillo es la historia económica de Zacatecas, centro y cúspide del movimiento obrero organizado de la entidad. Alexander von Humboldt quien fuera designado en su natal Alemania, Superintendente de Minas, después de haber estudiado durante dos años en la Academia de Minería de Freiberg, tenía como uno de los lugares más señalados en su mapa de escalas importantes para completar su formación científica, visitar Fresnillo. Fue a principios de 1800, al conocer el cerro de Proaño cuando dijo con admiración: “este cerro de plata verdosa es un milagro de la naturaleza”. Todavía piensan así quienes lo ven, dos siglos después: un lugar único, que se yergue con garbo, sabedor de sus talentos y sus posibilidades, justo como son los habitantes de esa tierra recia y pujante, que es Fresnillo.

Fresni-Hollywood es un concepto que los fresnillenses acuñaron en sus ghetos de la ciudad de México: al arribar cualquier “fuereño” al lugar, la frase: “Bienvenido a Fresni-Hollywood” era la señal de que el recién llegado estaba adentrándose, no a un territorio cualquiera, sino a un lugar “de culto”, a un santuario de quienes no tenían temporalmente el privilegio de vivir en su lugar de origen, pero al que respetaban y recordaban todos los días. Así de grande es el alma y de ese tamaño tienen el corazón esos hijos de mineros, que llevan la tierra y el viento de Fresnillo corriendo por sus venas. Un pueblo así, tiene asegurado un destino superior. No cabe duda.

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