El Santo Niño de Atocha

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

En el municipio de Mazapil en Zacatecas, está ubicada la casa del Marqués de Aguayo, que contiene documentos muy valiosos sin clasificar, que incluyen actas de ventas de esclavos, padrones y objetos de valor histórico.  En esa casa vivió Francisco de Urdiñola, fundador de Concepción del Oro, también en la norteña entidad y de Saltillo.  Las voces populares cuentan que la casa tiene un túnel que une la Hacienda Bonanza con los municipios de General Cepeda y Saltillo.

El marqués de Aguayo es una figura legendaria en el norte de la República.  Se dice que su riqueza en 1730 era consecuencia de su matrimonio, puesto que su mujer poseía mayorazgos concedidos por el Rey Carlos II a los descendientes del conquistador Don Francisco de Urdiñola.

Documentos de la época destacan la Hacienda de San Isidro, cercana a las montañas de San Juan de Guadalupe. Al oriente de esa propiedad se levanta majestuoso el cónico Pico de Teira, semejante a uno que se encuentra en Tenerife, en las Islas Canarias.  Se dice que el marqués tenía propiedades de gran extensión, desde la frontera zacatecana y hacia el Norte, pasando por el Río Bravo, hasta llegar a Texas. Poseía además, tierras donde tenía 115 sitios de ganado menor, con ríos, charcos, chupaderos y ojos de agua.  Un siglo después, estos territorios seguían siendo patrimonio de los descendientes de aquel poderoso Marqués de Aguayo, luego incluso del virreinato y hasta las épocas de Iturbide.

Una vez que se establece la República, estas tierras pasaron al dominio de Don Melchor Sánchez Navarro, rico heredero de don Miguel Sánchez Navarro, cura de Monclova, uno de los fundadores de la capital del estado de Coahuila, que fuera posteriormente heredada a Don Jacobo y a Don Carlos Sánchez Navarro, quienes se vieron obligados a pagar a los descendientes del Marqués de Aguayo –que vivían en España- la cantidad de 30 mil pesos. La relación con Don Juan Sánchez Navarro –empresario de la cervecería Corona recientemente fallecido- , gurú e ideólogo de los industriales mexicanos, es directa.

También la leyenda cuenta que el marqués era engañado por su mujer.   En una noche de insomnio recorrió desde una de sus haciendas en Coahuila, donde vigilaba sus propiedades, hasta otra distante varios kilómetros, y con remudas de caballo logró llegar hasta donde su infiel mujer se encontraba con su amante.  La asesinó y retornó a la hacienda de origen, todo en la misma noche.

Viene la cita a cuento porque según la historia, el Marqués de Aguayo donó a Plateros, Zacatecas, la imagen de Nuestra Señora de Atocha, réplica de su similar de España, que se encuentra en le Ermita de Atocha en Madrid.  Se decía que esta había sido traída a España en el siglo VI por un apóstol de Antioquia, y que había sido labrada por el propio San Lucas, el evangelista.  Como la ermita se erigió entre campos sembrados de esparto o atochales, se le llamó a esa imagen, Nuestra Señora de Atocha.  Tras la destrucción de los sarracenos, se reconstruyó y agregó en 1162, a Santa Leocadia de Toledo, y Carlos V le construyó grandioso templo y convento en 1623.

El 16 de noviembre de 1616, al rebelarse los tepehuanes del norte de Fresnillo, huyeron hacia el Sur pasando por el Mineral Real de los Plateros.  Allí acamparon los fugitivos que traían una imagen de Nuestra señora de Atocha, con un niño en brazos y un crucifijo.  Asustados por la persecución, huyeron dejando las imágenes.  Los mineros de la zona lograron muchos milagros de la entonces Virgen de atocha, pero el niño se extravió e hicieron otro con facciones indígenas que ya no fue colocado en los brazos de la Virgen. A finales del siglo antepasado se hicieron cargo del santuario donde se honra al niño, los padres josefinos.

El Santo Niño de Atocha es junto a San Juan de los Lagos y la Villa de Guadalupe, uno de los tres santuarios más importantes de América.  Millones de fieles lo han visitado y han hecho el viaje especialmente para rendir honores al pequeño Niño.  Peregrinaciones nacionales y sobre todo de los Estados Unidos, son frecuentes en la entidad para pagar mandas al Santo Niño de Atocha.  Ricardo Monreal lo introdujo a la vida política nacional, al hacer peregrinaciones  al santuario para solicitar la lluvia o que la Secretaría de Hacienda cumpliera en tiempo y forma  con las entregas financieras que correspondían al estado de Zacatecas.  El Santo Niño de atocha cumplió.

El Santo Niño de Atocha es una figura de 50 centímetros. Sus facciones son toscas e imperfectas, sus manos son grandes y desproporcionadas: con la derecha bendice y con la izquierda sostiene algo con sus gruesos dedos.   Su rostro es redondo, cachetoncito; tiene la frente espaciosa y la nariz achatada, los ojos abiertos y con pupilas de vidrio: el izquierdo está muy sesgado.  Los labios son achatados también y oprimidos.  Su vestimenta es la del peregrino, con las insignias del caminante, bastón de plata y bulito, a más de una canasta con ramillete de flores, sentado en una silla, vestido de túnica de finas sedas y brocales, cíngulo y esclavina.  Sus caireles reposan sobre los hombros y están coronados por un amplio sombrero de la España colonial, que en las imágenes para la venta popular se ha ido convirtiendo en tejana: muchos incluso así le llaman, “El Tejanito”.  Tiene una fecha referencial: diciembre 21 de 1886.   Existen réplicas e imitaciones en Nuevo Laredo, en Mexquitic, Jalisco; en Ayotlán, Tala y en Guadalajara.

Su santuario es visitado por ciudadanos de los más diversos niveles sociales.  El arte popular ha colocado retablos que señalan los favores recibidos, generalmente de gente humilde.  Hay fotografías, trenzas,  bordones, soportes ortopédicos, que señalan el tiempo y el lugar de los milagros.  No caben en las paredes de los santuarios.  Se pueden ver figurillas de plata con brazos, corazones, piernas, caballos o vacas, personas arrodilladas por curaciones y milagros.

El Santo Niño de Atocha es una figura internacional y un santuario que, estamos seguros, será cada día parte del récord de los más visitados del mundo.  Se desprendió de la madonna para cabalgar por las áridas veredas de Fresnillo hasta entronizarse en un lugar de veneración nacional: Plateros en Fresnillo, Zacatecas.

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