Diez años de Igualdad

SARA LOVERA LÓPEZ

Cuando estudié civismo en la escuela secundaria me enseñaron que en la Constitución se amparaban las garantías individuales y colectivas a toda persona que siendo extranjera pisara tierra mexicana. Hoy las reformas constitucionales de 2011 amplían y definen derechos y protección a los humanos reconocidos mundialmente.

Por eso duele el relato, la constante que viola los derechos de las y los migrantes. Es superlativo e indignante cuando acaba de cumplir 10 años la Ley General de Igualdad entre Mujeres y Hombres, y 41 años la modificación al Artículo 4, que estableció  la igualdad para las mujeres en un país, donde la costumbre y la ignorancia cunden en contra de más de la mitad de la población.

Las cosas han cambiado. Cierto. Pero la parte sustantiva de la discriminación no. Como no ha cambiado el modo y forma como se aplica la ley en México o, más bien, como no se aplica. Cómo funciona el encubrimiento, la complicidad de unas instituciones y otras y cómo la ignorancia impide una reacción social, cuya capacidad y peso hicieran cambiar algunas cosas.

Increíble lo que sucede en la práctica, luego de los inflamados y razonados discursos. Las celebraciones como la sucedida en el Senado a propósito de la primera década de esta ley de igualdad; de la presencia hace apenas unos días del jefe del ejecutivo en una sesión de apertura que le da carta de naturalización a una Sistema Nacional de Igualdad.

Pero estas cosas pasan. Se registran, hay protestas cibernéticas, indignación de unas horas; luego se olvida. O se envía al archivo de la memoria, del juzgado y de los medios, ahora más desolados que nunca, todo en una nube de chips y líneas perdidas en el universo.

Veamos este relato: Ixtepec, Oaxaca, la tierra sobre su rostro era lo que menos angustiaba a María de Jesús la noche del 29 de julio de 2016. Lo que más quería en ese momento era proteger a su hija Karen, de seis años de edad quien también bocabajo ahogaba el llanto, aterradas por los criminales de Guatemala y Honduras, mejor conocida como la Mara.

El relato habla de cómo esta mujer pensó en ir al norte. Atravesar la frontera con México; una y otra vez, pero cuando ya lo había casi logrado fue detenida por loa migra mexicana. La historia completa está publicada en semmexico.org el 17 de agosto, fecha de la promulgación de la ley.

El relato de la corresponsal, Roselia Chaca, parte de una entrevista: ahora, sentada en un parque de Ciudad Ixtepec después de luchar por cuatro días para recuperar a su hija denuncia que los agentes federales, durante la cacería, golpearon la motocicleta donde iba su hija hasta derribarla.

“Mi niña todavía trae los golpes de la caída en el pie. Le dispararon a la llanta de la moto, eso me cuenta mi niña pero ellos lo niegan. A mi hija la tuvieron en un cuarto con otras mujeres y le decían que la había abandonado, que la iban a regresar a su país sola, mi hija lloró durante dos días en el encierro hasta que la rescatamos”.

Hermanos en el Camino, fundado por el sacerdote Alejandro Solalinde Guerra, denunció ante la Comisión de Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) a la jefa del retén del INM en La Ventosa, ahí en el Istmo, ella Margarita Guadalupe Altamirano Charis, por violentar los derechos de Katherine.

José Alberto Donis Rodríguez, responsable del albergue, dice que pidió a la delegación del Instituto la entrega de la menor, pero la Altamirano amenazó con retener a la madre también.

También fue inútil querer poner en práctica el discurso con frecuencia escuchado de unificación familiar, del bienestar supremo de la infancia contemplada en la Ley para la Protección de los Derechos de las niñas, niños y Adolescentes. El activista pidió ayuda a la CNDH y luego acompañó a María de Jesús a denunciar los asaltos ante la Fiscalía de Atención al Migrante. Luego, el 2 de agosto la hondureña se presentó ante la subdelegación del INM en Salina Cruz para comenzar los trámites de refugio para ella y su familia por ser víctimas de violencia.

Después de cuatro días de trámites la niña Katherine volvió con su madre. La familia permanece en el albergue de Ixtepec a la espera de una del INM y la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados haga algo sobre su petición.

Todavía recuerda la madre cómo estaban en su periplo tiradas entre los arbustos espinosos en una llanura de la zona oriente del Istmo de Tehuantepec, en el sur de Oaxaca; como mordían el polvo y el corazón les galopaba al máximo mientras sobre sus cabezas luces de lámparas las cazaban.

Seguramente María de Jesús Matute Canales no olvidará las razones de su migración, y cómo no olvidará que ser mujer, migrante, pobre, madre, hondureña, en México no vale nada. Las mujeres y muchos hombres son tratados como basura, en un país donde se celebra la igualdad sólo en el discurso. Una tremenda realidad.

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